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¿¡Contra los partidos políticos!?

Daniel Cohn-Bendit

Todavía siento el sudor en mis manos cuando voté por primera vez. Acababa de adherirme al partido de Los Verdes alemanes, tenía 39 años. Algo se daba la vuelta, yo estaba cambiando de estatus. Jamás había votado antes, pues era libertario.

Pero antes de abordar la historia de mi compromiso político y partidario, quisiera volver sobre mi historia personal, sobre el sentido que ha podido tener mi nacimiento, porque tanto mi historia como mi nacimiento explican muchos de mis comportamientos políticos.

Mi padre era un abogado de izquierdas. Vivía en Berlín y con frecuencia recibía la llamada del Socorro Rojo, una alianza de socialdemócratas, comunistas y demócratas de izquierdas creada para defender a las primeras víctimas del nazismo. Al igual que algunos de sus colegas, tendría que haber sido arrestado en 1933, al día siguiente del incendio del Reichstag. Entonces tomó la decisión de huir con su mujer, mi madre, a París. Allí, se reencontraron con intelectuales judíos entre los que estaban Walter Benjamin, Hannah Arendt y su marido Heinrich Blücher, un antiguo comunista.

A principios de la guerra, entre 1940 y 1942, mi madre fue intendente en un centro de éclaireurs (rama de los boy scout) israelitas, en Moissac, cerca de Montauban, una pequeña ciudad del sudoeste de Francia que había acogido refugiados de la guerra española. Los campesinos de la región escondieron a mis padres, mi hermano y los éclaireurs después de 1942 y de la ocupación de la zona libre. En junio de 1944, gracias al entusiasmo por el desembarco de los aliados, habían concebido a su segundo hijo.

Una vez que la guerra había acabado, mis padres se fueron a Normandía, donde se hicieron cargo de la dirección de una casa de niños judíos cuyos padres habían sido deportados. Es lo que llamo mi “historia prenatal”. La de un niño de la Liberación y de la libertad. Esta historia es un poco mi mito de origen. Ella misma se inscribe en otra historia –la del desarraigo de mis padres en busca de la supervivencia– que llevo también conmigo. He aquí, pues, mis historias, aquellas con las que entré en este mundo.

En 1945, el año de mi nacimiento, mis padres se plantearon si iban a quedarse en Francia, donde eran apátridas. Mi madre hubiera querido ir a Israel, pero mi padre se oponía a ello. Se inclinaba más bien por los Estados Unidos, donde teníamos muchos amigos. Por razones familiares, finalmente se quedaron en Europa. Las circunstancias hicieron que, desde muy temprano, estuviese confrontado con la idea de “elección” en su dimensión existencial y, si se puede decir, guiado por lo que los alemanes llaman heimat, un término difícil de traducir en castellano. Heimat no es “la casa”, es más que eso, es el entorno, el contexto. Desde mi primera juventud, realicé un acto de libertad. Dije –y esto es muy sartreano–: “Escojo mi vida”. Desde entonces, evoluciono en este espacio de supervi- vencia, Mi heimat, esta casa sin paredes, un espacio abierto y en movimiento, un manojo de relaciones afectivas e intelectuales.

Apátrida hasta los 14 años, opté entonces por la nacionalidad alemana porque me permitía evitar el servicio militar –sabía que en aquella época los hijos de refugiados podían negarse al reclutamiento gracias a un decreto alemán–. ¡Soy probablemente el único hombre en el mundo que ha escogido Alemania por antimilitarismo! Elegí mi nacionalidad por razones que no tenían nada que ver con la nación, muy al contrario.

Después de fallecer mis padres, habría podido volver a Francia, pero decidí quedarme en Alemania porque me gustaba el internado de mi instituto. Volví a Francia después del bachillerato, en 1965, para estudiar Sociología en Nanterre. Expulsado en 1968, regresé entonces a la otra orilla del rin en plena experimentación política y allí conocí las comunidades, los movimientos alternativos. Mi exilio se vio interrumpido en 1978. Todo el mundo creyó que iba a volver a Francia, pero, entre tanto, en Alemania me había enamorado...

Mi ingreso en Die Grünen, Los Verdes alemanes, se remonta a 1984. Era la primera vez que me comprometía con un partido y que iba a votar. Consideraba una necesidad política la construcción de ese partido ecologista, y encontré igualmente necesario votar por sus representantes. Para ser completamente consecuente, me comprometí en la estructuración de la corriente verde-reformista: los realos, una corriente dentro de Los Verdes alemanes que, desde el principio, defendió una estrategia de alianza para construir una nueva mayoría en Alemania. Más tarde, yo mismo fui elegido al Parlamento europeo, alternativamente en listas alemanas y francesas.

He tomado siempre partido conservando una parte de indeterminación, preservando esta capacidad de distanciamiento que nos permite elegir. La vida se organiza según tus elecciones. No hay moral superior, ideología superior. Aunque te adhieras a una ideología, no tienes por qué mostrarte, por ello, dependiente de ella.

Evidentemente, esta libertad ha hecho que rápidamente me hayan catalogado como un individualista furioso, mientras que en realidad defendía, y continúo defendiendo, hasta el final una posición madurada y elegida.

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