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The Guardian en español

La estrecha victoria del sí en Turquía siembra dudas sobre la legitimidad del nuevo poder de Erdoğan

La OSCE dice que el referéndum turco no cumplió con los estándares democráticos

Martin Chulov

Durante las más de dos décadas que lleva en la vida pública, Recep Tayyip Erdoğan siempre ha dado a entender que su visión de Turquía está en las antípodas del camino por el que iba el país. Parece que las elecciones del domingo han alineado las dos cosas.

La Turquía en la que se despertaron los ciudadanos turcos el día después del referéndum que avaló nuevos poderes para el presidente es un lugar muy distinto, gobernado por un líder cuya misión por consolidar su poder ha tomado cada vez más fuerza a lo largo de su carrera.

La transición de Turquía de democracia en problemas a autocracia en alza ha sido posible por la voluntad del pueblo y es un regalo para el hombre que en 1966 declaró que “la democracia no es un fin, sino un instrumento”.

Desde entonces le ha dicho cosas similares a líderes regionales y ahora ya no tiene que hacer concesiones ni a ellos ni a los votantes. Sin embargo, el margen por el que ganó fue más estrecho de lo que el propio Erdoğan esperaba y surgen las preguntas sobre si este gobierno autocrático tiene realmente legitimidad.

El año pasado fue quizás el más dramático y vertiginoso en el siglo de historia de este Estado moderno. Del caos que fue el golpe de Estado, la insurrección, el terror y el deterioro del orden mundial surgió una oportunidad para un hombre que ya venía socavando las libertades cívicas desde mucho antes.

En especial, el fallido intento de golpe de Estado del mes de julio le permitió a Erdoğan declararse abiertamente como el único protector de un Estado sitiado y su pueblo vulnerable. Olvidémonos de las instituciones estatales como los tribunales, el ejército, el Poder Ejecutivo o el Parlamento. Y también de los principios de la sociedad civil como la libertad de prensa y el derecho a la disconformidad.

La acumulación de poder 

Las nuevas leyes en teoría le permitirán a Erdoğan concentrar todo el Poder Ejecutivo en una persona, por primera vez en la historia del país. Los poderes que tendrá son muy amplios: podrá designar y despedir jueces y fiscales, designar los miembros de su gabinete, eliminar el cargo de Primer Ministro, limitar los poderes del Parlamento para modificar leyes, y muchas cosas más.

Si las leyes se ponen en práctica, se debilitarán los controles y los mecanismos de equilibrio de poder, y la división de poderes será casi inexistente. El control parlamentario se reemplazará por la voluntad de un solo hombre, que puede ser elegido como presidente por dos mandatos de cinco años cada uno, y eso excluyendo su actual mandato. Si el Parlamento decidiera llamar a elecciones antes de que acabe el segundo mandato, Erdoğan podría presentarse como candidato para un tercer mandato. Así, podría permanecer en el poder hasta 2034, además de los 14 años que ya lleva gobernando.

Además de reducir el cuerpo político de Turquía, pareciera que el culto a la personalidad se convertiría en un nuevo principio de gobierno en un país condicionado a creer que vive amenazado desde cerca y desde lejos.

Restringir la libertad de prensa ha facilitado mucho al gobierno su tarea de definir la lista de enemigos del país. Los medios de comunicación que expresan puntos de vista opuestos al del gobierno o que dan voz a la oposición son intimidados o cerrados, una política que le permitió a Erdoğan dar forma a la narrativa del “Sí” durante la campaña y que seguramente se replicará ahora en la nueva Turquía.

Desconfianza de Europa

Europa, que antes era cortejada por Ankara, ahora es vista con cada vez más desconfianza. La Casa Blanca, y Estados Unidos en general, son considerados subversivos por no entregar al teólogo exiliado Fethullah Gülen, supuesto autor intelectual del fallido golpe de Estado del año pasado.

En el mes de enero se contabilizaban más de 80 periodistas y 150 trabajadores de medios de comunicación encarcelados en Turquía, más que en cualquier otro país. Los periodistas más importantes vivieron una intensa presión antes del referéndum y algunos temen ser perseguidos por no haber apoyado el “Sí” más enérgicamente.

En un clima tan febril, no hay mucha voluntad para compartir el poder, ni siquiera para hacer sitio a los amplios intereses políticos que coexisten en el país. Pero dentro del círculo de poder de Erdoğan temen no haber conseguido la victoria arrolladora que necesitaban para legitimar el nuevo poder del líder. Semejante cambio constitucional habría tenido más sustento con un margen más amplio.

La campaña por el Sí perdió en Estambul y Ankara. Además, los centros urbanos conservadores del interior del país fueron menos entusiastas con su apoyo de lo que se esperaba.

El domingo por la noche no había euforia en las filas del Partido AKP. Más bien había una sensación de que quizás Erdoğan no hizo lo suficiente. Una victoria tan estrecha, en lugar de traer seguridad, podría dividir al partido gobernante y al país, donde gran parte de la población hace mucho que se siente descontenta o ambivalente respecto del líder. Para muchos en Turquía, la vida cada vez más se trata sólo de sobrevivir.

Las elecciones de noviembre de 2015 fueron vistas como una validación de las políticas de Erdoğan. Aunque este referéndum no haya sido una votación directa, muchos lo ven como si lo fuera, y la caída del apoyo de sus propias filas puede considerarse una bofetada para un hombre que quizás fue demasiado lejos.

En las próximas semanas se verá cómo hará el presidente para encontrar un camino entre los intereses conferidos y un país dividido, y cuán legitimado se siente con el poder que tiene ahora. El partido AKP, conservador y con orientación islámica, comenzó hace poco una búsqueda espiritual, ya que muchos de sus miembros fundadores no logran reconciliar los valores y el rumbo actual del partido con lo que promulgaban hace 16 años.

Mientras tanto, Erdoğan puede reconfortarse en el panorama mundial en el que distintos autócratas controlan Rusia, Egipto, Filipinas y el mundo árabe, y en Washington un potencial autócrata está empezando a jugar sus cartas. “Él piensa que puede ser como ellos”, dice un líder árabe. “Mira a Vladimir Putin y le gusta lo que ve. Pero Turquía es más resistente que Rusia. Hasta ahora, solo ha logrado incertidumbre”.

Traducción de Lucía Balducci

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