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La Asociación de la Prensa se ha cubierto de gloria

La presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, Victoria Prego.

Carlos Elordi

Pero, ¿qué militantes de Podemos han acosado a unos periodistas? ¿Quiénes son esos profesionales? ¿Qué les han hecho o les han dicho? ¿Cuándo? ¿Cuántas veces? ¿Cómo, cara a cara o por teléfono? Una información que no respondiera a esas preguntas jamás se habría publicado en un medio de comunicación normal. Porque esas son reglas elementales, de sentido común, que cualquiera que entre en una redacción sabe que tiene que respetar. Violándolas abiertamente en su nota de este lunes, la Asociación de la Prensa de Madrid se ha cubierto de gloria. Porque, sin cumplir con los citados requisitos, lo que en ella se dice podría perfectamente ser una exageración intolerable de la realidad o algo que estuviera muy cerca de la mentira.

No parece que lo vayamos a saber. Porque la Asociación no ha querido añadir una línea a su acusación pública ni tiene pinta de que lo vaya a hacer. Y si eso no ocurre la cosa quedará en infundio. Pero no pasará nada. Porque quienes podían aprovecharse de esa nefasta iniciativa ya lo hecho con toda suerte de medios, haciendo imposible el esclarecimiento de la verdad en esta cuestión. Editoriales de periódicos que antes eran de referencia, como El País, y decenas de declaraciones de exponentes del PP no han parado de repetir en las últimas horas que “Podemos es un partido que acosa a los periodistas”. Y lo repetirán cuantas veces les convenga. Desde hace unos cuantos años así se construye el discurso público en España. ¿Post-verdad? No, trampa, sin más.

No tiene mucho sentido especular sobre los motivos que han llevado a la Asociación de la Prensa de Madrid a dar ese paso infausto, que reduce aún más el ya muy escaso prestigio de la institución. Que cada uno apueste por las motivaciones políticas que considere más oportunas. O que lo atribuya a otro tipo de razones. No hay materia para pronunciarse al respecto. Sí para afirmar con toda rotundidad que eso no debería haber ocurrido nunca, que una iniciativa como esa enfanga aún más la escena pública española y ensucia a todos los que directa o indirectamente la han secundado.

Pero más allá de esas reflexiones morales, ¿es creíble la acusación de que Podemos, o cuando menos representantes cualificados de esa organización, acosan a los periodistas? No, no tiene mucho sentido. Porque cualquier acoso que merezca ese nombre tiene que estar respaldado por una capacidad para hacer que el acosado sufra consecuencias si no hace lo que el acosador quiere. La de ser despedido o la postergación en la redacción, por ejemplo. Y esas cosas ocurren, cierto es que cada vez menos porque el miedo manda en esta profesión machacada. Pero la única posibilidad de intimidación que está en manos de Podemos es la que tiene cualquier partido o gabinete de comunicación: la de advertir con cerrar las puertas de su información al periodista cuyo trabajo se considere lesivo para los intereses de la organización.

Eso no es acoso. Es una regla del juego. Quien se pasa sabe que le pueden cortar el grifo. Ningún periodista que haya ejercido de verdad el oficio puede asegurar que eso no le ha ocurrido nunca. La mayoría dirá además que ese trato fue injusto.

Seguramente los responsables de prensa de Podemos han aplicado más de una vez ese tratamiento. Como los de los demás partidos. Pero la formación de Pablo Iglesias no puede hacer mucho más. Porque carece absolutamente de influencia en los medios importantes, no tiene accionistas amigos, ni poder político para pedir al director de un periódico o de una cadena de televisión que corte las alas a este o aquel otro redactor porque no gusta lo que cuenta. Y no lo va a tener a menos que las cosas cambien mucho.

Si esos medios, y particularmente algunas televisiones, han sido, y siguen siendo, plataformas de expresión privilegiadas para los dirigentes de Podemos no se debe a su influencia entre los responsables de esos medios y menos a chantajes o acosos a sus responsables. Sino simplemente a que lo que dicen y hacen es noticia, atrae público y audiencia. Y por mucha rabia que eso le dé al PP, y este sí que presiona, esa dinámica va a seguir funcionando mientras Podemos y sus principales exponentes sigan siendo o pareciendo distintos a los de las demás ofertas políticas. ¿Quién puede negar que tiene más gancho una entrevista con Pablo Iglesias que una con Rajoy? ¿O Vistalegre 2 que el Congreso del PP?

El juego es tan sencillo como ese. No hay más, salvo que tal vez, habría que demostrarlo con hechos, que la gente de Podemos no es muy simpática con los periodistas. Con los que le dan caña y puede que también con otros que no lo hacen. En todo caso están en su derecho de no serlo. Porque a ellos les tocará pagar las consecuencias de su actitud, que ciertamente no es habitual, pero tampoco original. Porque, por ejemplo, el mítico presidente francés François Mitterrand era un auténtico ogro para prensa. Y su estilo ha tenido seguidores. En Francia y en otros países europeos –por no citar a Donald Trump– hay muchos políticos que se niegan a adular a los periodistas.

Pero aquí se ha construido el mantra de que Podemos está en contra de la libertad de información. Y se alimenta cada día. Por cierto, la presidenta de la Asociación de la Prensa, Victoria Prego, ha puesto mucho de su parte para dar fuerza a esa idea. En mayo del año pasado, cuando era posible que Podemos apoyara un gobierno de coalición con el PSOE, dijo que “la libertad de información peligraba” si el partido de Pablo Iglesias entraba en el cenáculo del poder político.

¿Qué entienden por libertad de información quienes sostienen esas acusaciones? Si es lo que hay hoy en España mejor harían con callarse. Porque no hay un país en Europa en el que todos los medios importantes, o con mayor audiencia, estén tan sesgados hacia la derecha y el centralismo o los intereses de las grandes empresas y la negación de cualquier posibilidad de cambio.

Esa realidad agobiante lo condiciona todo. En primer lugar, la definición de lo que es políticamente correcto y de lo que no lo es. Esos criterios de parte, profundamente reaccionarios además, son la base de lo que en España o no se puede decir. Y cuando Podemos se salta esas reglas, como está obligado a hacer porque es una alternativa, se sueltan los perros contra sus gentes.

¿Por qué no se habla de los trallazos que contra sus oponentes pegan en Italia los seguidores de Beppe Grillo y él mismo? ¿O de las pedradas dialécticas que se tiran unos a otros en el debate político francés, británico o incluso alemán? Si aquí se dijera la cuarta parte de lo que se dice por esos pagos, ¿qué haría la Asociación de la Prensa de Madrid? ¿O quienes se rasgaron las vestiduras porque Pablo Iglesias le mentó la cal viva al PSOE? No pocos de ellos, pero nadie lo citó entonces, se habían llenado la boca, mes tras mes, durante años, acusando al gobierno de Felipe González de haber amparado a los guardias civiles que mataron a Lasa y Zabala en Intxaurrondo y de haber montado el GAL. Pero en 2016 acusaban a Iglesias de lo peor por recordarlo. ¿Y qué tenía eso de malo?

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