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España para la mitad de los españoles

Los expresidentes del Gobierno Felipe González y José María Aznar.

Carlos Hernández

La involución que está sufriendo España desde 2011 ha logrado expulsar ya de nuestro país, al menos, a la mitad de la población de Cataluña. Hoy creo que vamos camino de que esa terrible realidad acabe contagiándose al resto de nuestra nación. No me refiero solo a ciudadanos y ciudadanas que viven en comunidades con un fuerte sentimiento nacionalista como es Euskadi, sino a madrileños, andaluces, extremeños, valencianos, gallegos o murcianos que, cada día que pasa, se van sintiendo menos españoles.

Ya sé que hay multitud de compatriotas que aman a España “por encima de todo, pase lo que pase y siempre… ¡Viva España!”. Me refiero a los que lo dicen de verdad, no a los patriotas con cuentas en Suiza y en la Islas Caimán. En cualquier caso, los que somos más de pensar estamos ya cansados de que políticos azules (los de las cuentas en Suiza y las Caimán, precisamente), naranjas y rojos insulten nuestra inteligencia dándonos una banderita para que la agitemos con fervor cada vez que ellos tienen un problema.

Si España es el himno 'casposorreligioso' de Marta Sánchez, avalado por Rajoy y por Rivera; si España es la que manda a prisión a cantantes y absuelve a torturadores de la dictadura; si España es la que censura obras de arte y secuestra libros, a la vez que le ríe las gracias a periodistas machistas, racistas y pseudofascistas como Jiménez Losantos o Carlos Herrera; si España se está cargando, según confirman Amnistía Internacional y Jueces para la Democracia, uno de los derechos más preciados como es la libertad de expresión; si España rescata bancos y autopistas mientras paga pensiones de miseria; si España sigue gobernada por un partido corrompido hasta la médula gracias al apoyo y/o a la vergonzosa inacción de la supuesta oposición; si España es la de la radiotelevisión pública que se teledirige y se manipula desde la Moncloa; si España tolera que el criminal dictador siga enterrado como un faraón mientras las decenas de miles de demócratas que asesinó continúan enterrados, como perros, en las cunetas; si España permite a sus políticos mentir y robar con total impunidad… Si eso es España, desde luego no es mi España.

Tampoco es mi España la que ha provocado y después alimentado el choque de trenes con Cataluña. Ya he hablado en multitud de artículos sobre los antecedentes de este conflicto, pero lo que está ocurriendo en estas últimas semanas, como español, me provoca una vergüenza infinita. La inmensa mayoría de los juristas coinciden en que mantener en prisión a Oriol Junqueras y a los Jordis es una aberración jurídica. Cuantos más días permanezcan entre rejas, más legitimados estarán quienes les definieron desde el principio como presos políticos. La forma en que los jueces, seguro que sin recibir instrucción alguna del Gobierno, cursan o retiran las órdenes de detención internacional contra dirigentes del procés resulta sonrojante.

Es evidente, tal y como también detallé con anterioridad, que los líderes independentistas tienen una parte de culpa importante en todo lo que está sucediendo. Su principal e imperdonable error, en mi humilde opinión, fue saltarse la ley en todo el proceso que condujo al referéndum del 1-O. A partir de ahí, no han hecho más que ir de equívoco en equívoco. Ahora bien, se ha demostrado que no fueron ellos, precisamente, los primeros que se pasaron por el forro nuestra baboseada Constitución. La reciente decisión del Tribunal Constitucional de tumbar los preceptos de la Ley Wert para escolarizar en español a los niños catalanes es la primera prueba, y no será la última, de que la única ley que el PP lleva años aplicando en Cataluña es la del “todo vale”. Si no es desde el domesticado Tribunal Constitucional, llegarán desde Estrasburgo otras condenas contra nuestro país por la forma en que se ha reprimido el procés.

Gracias, en parte, a esa sentencia de inconstitucionalidad sobre la Ley Wert, parece que el Gobierno ha dado marcha atrás en su plan de aprovechar la utilización del artículo 155 para “impulsar” el uso del castellano en las escuelas catalanas. Aunque finalmente recule, la mera tentativa resulta toda una declaración de intenciones… una declaración de guerra más hacia Cataluña. De hecho, según desveló recientemente el diario Infolibre, en un plazo de ocho años y en un sistema que atiende a más de un millón de alumnos solo se han producido 258 quejas por el funcionamiento del actual modelo de inmersión lingüística. Estamos ante un ejemplo perfecto de eso que tanto suele criticar Rajoy: crear un problema donde no lo hay. Es así, pero si da votos en Sevilla, Madrid o Valladolid… ¡Qué más da!

Lo que está ocurriendo en Cataluña es solo una parte de ese proceso involutivo que nos está conduciendo hacia 1976. Es triste que Ciudadanos, después de haber llegado a autodefinirse como “de centro-izquierda”, haya optado por adelantar al PP por la derecha para arrebatarle a sus votantes más radicales. Aún más decepcionante es ese nuevo PSOE de Pedro Sánchez que en poco difiere del viejo. ¿Cómo es posible que su portavoz parlamentaria se apresurara a justificar la censura de la obra de Santiago Sierra en ARCO? Menos sorprende que sus barones más “populares” tardaran segundos en subirse al carro de la cruzada española y muy española contra el catalán.

Desde Mérida, Fernández Vara o desde Toledo, García Page les dijeron a sus compañeros del PSC cómo tienen que estudiar los niños catalanes. Haría bien Iceta en dejar de morderse la lengua y empezar a recordarle a sus compañeros Vara y Page, entre otras cosas, que tienen los pueblos de sus comunidades autónomas repletos de símbolos franquistas y sus campos sembrados de fosas comunes sin exhumar, en las que yacen, entre otros, muchos militantes socialistas. Los dirigentes del PSOE de Extremadura y Castilla-La Mancha llevan años apostando por ganar votos a base de ser una fotocopia, impresa con una tinta un grado más colorida, del Partido Popular. Más o menos la misma estrategia que defiende a nivel nacional el clan de los jurásicos liderado por Felipe González.

Hoy veo los informativos de televisión y, demasiadas veces, me avergüenzo de ser español. A mí me enorgullecía aquella España que dio el salto, en pocos años, del medievo social y económico en el que nos sumió el franquismo hasta convertirse en un país moderno y razonablemente democrático. Me enorgullecía de ser español cuando apostábamos por la ayuda al desarrollo, por las energías renovables o cuando acaparábamos las miradas de todo el planeta por ser pioneros en las políticas de igualdad.

Hoy aún me enorgullece nuestra sanidad y nuestra educación públicas, a pesar del desmantelamiento progresivo al que las están sometiendo. Me enorgullece ver a nuestros cooperantes dejándose el alma en África o en el Mediterráneo. Me enorgullece contemplar a los yayoflautas, con sus achaques y sus garrotas, ocupando las calles de nuestras ciudades y pueblos. Esa sí es mi España, pero si se acaba imponiendo la otra: la de los machotes, los censores, los manipuladores, los represores, los insolidarios y los ladrones… no tardaré en buscarme otra bandera. Y no seré el único.

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