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Mamá, mamá, los periodistas se meten conmigo

Pablo Iglesias a la entrada del Consejo Estatal Ciudadano

Antón Losada

En esta especie de “Día de la marmota” que parece la política española, donde el votante medio es como el portentoso Bill Murray en la película pero sin Andy McDowell -un déficit que le quita parte de la gracia- hay un clásico recurrente que nunca falla: los medios están contra mí.

No hay candidato o líder que no desenmascare una campaña de acoso, derribo o difamación mientras se pasean por los platós de televisión demostrando sus habilidades como multiinstrumentistas o pinches de cocina, van a las radios a explicar quién les molaría ser en Juego de Tronos o se dejan fotografiar para los periódicos posando a lo Sara Montiel.

Mariano Rajoy lo lleva denunciando toda la legislatura: los medios solo ven lo malo de su gestión. Albert Rivera no se cansa de decirnos todos los días desde alguna televisión cuánto le cuesta Ciudadanos superar el bloqueo mediático que sufre. Los socialistas hace tiempo que desvelan que los medios quieren más a Podemos. Pablo Iglesias parece que tiene incluso identificados a los sicarios dispuestos a inventarse las mentiras contra él que hagan falta con tal de progresar en la cadena alimentaria de su empresa de comunicación.

Periódicamente, casi siempre cuando se acerca una campaña electoral, nuestros líderes, advirtiéndonos además del gran riesgo que corren para sus vidas, se atreven a revelarnos que los periodistas no son notarios, ni ángeles, ni vírgenes y los medios de comunicación funcionan como empresas y negocios que pretenden ganar dinero y además tienen intereses y líneas editoriales.

Al parecer, pendientes aún de la confirmación oficial, los medios de derechas critican ferozmente todo cuanto no sea PP, los medios de izquierdas critican ferozmente todo cuanto no sea de la izquierda buena, que es la suya, o los medios nacionalistas critican ferozmente todo cuanto no sea nacionalista. Sólo hay una cosa que les une: todos defienden a muerte a lo suyos.

En España la objetividad suele coincidir con que hablen bien de uno y le den la razón. Cuando te critican o son malos profesionales, o unos cobardes, o unos vendidos, o unos corruptos; por ese orden. Nuestra política y nuestros medios están llenos de matones de patio de colegio, les encanta repartir hostias pero cuando se las dan siempre les parece un abuso y van corriendo a chivárselo a sus padres o a los profesores para que les castiguen.

El protagonista de la noticia suele ser más juez de la objetividad de quienes la cuentan. Para desmontar una mentira lo más efectivo suele ser la verdad. Echar basura sobre quien publica algo que no nos gusta suele constituir otra manera de ocultar la verdad. Hay que tener bien poca confianza en la gente y su criterio al diferenciar una mentira de una noticia para empeñarse en enseñarnos la diferencia una y otra vez como si viviéramos en Barrio Sésamo.

Sin animo alguno de cuestionar a quienes se sienten como los héroes de “la Resistance” en South Park, luchando heroicamente contra la gran conspiración de los poderes fácticos y el IBEX35, un repaso a nuestro histórico de bullying político permite concluir sin lugar a dudas que cuánto vemos y escuchamos hoy resulta un juego de niños comparado con lo padecido por Adolfo Suárez, Zapatero, el Bipartito gallego o el Tripartito catalán, por poner sólo algunos ejemplos. A no ser que se tenga la memoria de Dory, la amiga del padre de Nemo. Entonces todo parece tan heroico…

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