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El Misterioso Mariano y la Espiral de la Muerte

Javier Gallego

Después de “Harry Potter y la Piedra Filosofal” y de “Indiana Jones y el Templo Maldito” llega ahora... “El Misterioso Mariano y la Espiral de la Muerte”. Ése es el inquietante título de película que puede extraerse de la lectura de un artículo sobre la situación española publicado en el pasado número del semanario británico The Economist.

Según esta revista, nuestro presidente del Gobierno es “Mysterious Mariano”, un personaje más desenfocado que el protagonista de Desmontando a Harry y un mandatario tan indeciso y ambiguo que Europa no sabe si está subiendo o bajando la escalera, si va a solicitar el rescate o no, si dirá que lo ha pedido o se lo han pedido, si cumplirá el objetivo del déficit o maquillará los datos.

Mientras se decide, cuarenta millones de extras de la película se ven envueltos en una “espiral de la muerte al estilo griego”, según el citado artículo: un déficit por encima del 9%, el paro superando el 25 y protestas cada vez más violentas en la calle. Y por si fuera poco, el Misterioso Mariano se enfrenta a una nueva amenaza interna, el sentimiento separatista de Cataluña, una de las autonomías más endeudadas pero también que más contribuyen. Ante este panorama, la revista The Economist se pregunta si Mysterious Mariano tiene un plan para devolver la confianza dentro y fuera del país.

Comparto las dudas que plantea esta revista acerca del protagonista del thriller español. Desde el inicio de su legislatura, me he preguntado si el Misterioso Mariano sabe lo que está haciendo o va improvisando a cada paso, si son premeditadas sus decisiones o si se limita a tapar con “hilitos de plastilina” los agujeros de este barco que se hunde, por utilizar la metáfora del Prestige del que se cumplen ahora diez años. O por decirlo de otra manera, me pregunto si El Señor de los Hilillos cree realmente que las toneladas de chapapote que nos está echando encima son solo cuatro pequeño hilos de plastilinarealmente o, por el contrario, ha decidido conscientemente mandarnos con el barco a alta mar porque cree que así no le salpicará la marea negra. Y si le salpica, pues ya saben, nos pondrá a recogerla.

En suma, me pregunto si el Misterioso Mariano es simplemente gestor incompetente más o es un killer convencido y responsable de sus actos, si es un homicida involuntario del Estado del Bienestar o un asesino a sueldo de Alemania y los mercados. Dirán ustedes que mi dilema es sesgado pues falta la opción de que sea un buen gobernante. Disiento de quien así lo piense pues, por ahora, es difícil negar que las consecuencias de su gestión están siendo devastadoras.

Descartada la opción de que sea un buen gobernante, al menos por ahora, queda la duda acerca de sus intenciones: puede que nuestro protagonista busque nuestro bien pero, en cualquier caso, no lo está consiguiendo, está logrando justo lo contrario. Basta recordar que en solo diez meses ha llevado a cabo el mayor recorte de Educación y Sanidad de la democracia, le ha metido un tajo a la Investigación, ha abaratado el despido, ha establecido el repago de las medicinas, ha subido el impuesto sobre la renta y el IVA incluso a los productos culturales, ha reducido drásticamente las becas de libros y comedor de los niños, ha rebajado el paro, ha bajado el sueldo a los funcionarios y ha reprimido con dureza las protestas y, por contra, le ha regalado una amnistía fiscal a los evasores de impuestos más ricos y ha rescatado con miles de millones de nuestros euros a la banca tóxica y destructiva que nos está apuñalando por la espalda. Visto lo visto, Mysterious Mariano se apunta como firme candidato al próximo Premio Nobel de la Paz.

En fin, quien piense aún que nuestro presidente es un benefactor o bien es masoquista o bien cómplice de asesinato. Queda saber, pues, si el Misterioso Rajoy apuñala por convicción propia o por orden de otros. O si son ambas razones. Para resolver este enigma, viene al caso recordar ahora el asunto del Prestige que se empieza a juzgar estos días en los tribunales y por el que se hizo tristemente famoso el ahora presidente del Gobierno. En aquella ocasión, ocultó y minimizó estrepitosamente la gravedad de los hechos con el fin de salvarse y salvar a su gobierno del chapapote. Redujo a “cuatro hilillos de plastilina” el mayor desastre ecológico de la historia gallega. Lo hizo para no perder las elecciones. Y ahora preside la nación. Manda güevos, que diría su compañero de partido.

Es un patrón de conducta que después ha repetido con frecuencia. Para ganar elecciones, dice una cosa y luego resulta la contraria. Ganó las últimas elecciones generales diciendo que no iba a subir los impuestos ni el IVA y lo ha hecho. Sus justificaciones fueron propias de un delincuente pillado in fraganti: “no hago lo que me gustaría sino lo que tengo que hacer”. Error. En política lo que uno debe hacer ha de coincidir con lo que uno quiere hacer porque el deber de un gobernante es querer el bien de sus ciudadanos. La frase le delata. No le gustaba subir los impuestos porque es malo para su continuidad en el poder, no porque le parezca malo para los ciudadanos. Y carga los impuestos sobre la mayoría porque es lo que la minoría dominante le ha dicho que tiene que hacer. En resumen: es un asesino a sueldo que quiere salir impune.

Para que no quepa duda acerca de este diagnóstico, MM lo volvió a demostrar recientemente en una muy comentada rueda de prensa en la que le preguntaron si pensaba pedir el rescate para España de forma inminente como había anunciado la agencia de noticias Reuters: “Hay dos opciones, que la agencia tenga más información que yo y lleve razón o que se equivoque. Yo le diría que no tiene razón pero usted puede seguir pensando que sí y a lo mejor está en lo cierto”, respondió celebrando con una sonrisa su galimatías. Pues no está el horno como para hacer unas risas porque mientras él no aclara nada, a su país se le oscurece todo. Pero como ya le conocemos, sabemos qué esconden sus ambiguas palabras: no digo nada porque no quiero que me perjudique en las elecciones vascas y gallegas, y quizá en las catalanas, la noticia de un rescate financiero que volverá a golpear a los ciudadanos como el látigo de un negrero.

Mientras el mercado le demanda claridad y confianza, Mysterious Mariano nos enrosca sus frases al cuello para salvar el suyo y el de los suyos: mientras las grandes fortunas españolas siguen creciendo en algunos casos hasta el 50%, casi un 22% de los españoles están por debajo del umbral de la pobreza y, según Cáritas, un 25% está en riesgo de caer en esa situación, por citar datos de esta Semana de Lucha contra la Pobreza que alertan de que cada vez más ciudadanos sufren la exclusión. Como decía The Economist, MM precipita a su pueblo a una espiral de muerte.

En definitiva, el misterio de Mariano no es tal: se trata de uno de esos políticos cortos de miras, tan habituales hoy en día, que carecen de sentido de Estado y responsabilidad y solo miran por su propio interés y el de su partido. Por eso convierte el chapapote en hilillos. Por eso maquilla la realidad y tienen que venir de Alemania o del FMI a decirle que sus datos de crecimiento son demasiado optimistas, que somos con Grecia el país de la UE que tendrá peor evolución el año que viene, que nuestro PIB se contraerá casi un punto más de lo que ha anunciado el Gobierno y que nuestra déficit público estará bastante por encima de lo pactado con Europa.

Europa necesita saber si El Misterioso Mariano está subiendo o bajando la escalera. También nosotros. Lo más aterrador es que no es ni una cosa ni la otra. Mysterious Mr. Rajoy no sube ni baja, solo quiere mantenerse. Pero para que él no caiga, para que no le tiren, tiene que echar a la gente escaleras abajo porque no hay sitio para todos en su escalón. Con su indecisión ha convertido una escalera recta en una de caracol, llamada así no sólo porque da vueltas sobre un mismo eje sino también por la velocidad a la que subimos por ella que es inversamente proporcional a la velocidad a la que caemos. Y mientras el Misterioso Mariano se decide a dar un paso, su país se despeña escaleras abajo dando vueltas en una espiral que conduce a la muerte.

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