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Panorama de la izquierda en Europa

Carlos Elordi

La amplia victoria de Jeremy Corbyn en el congreso del Partido Laborista británico es otra señal, y no precisamente de segundo orden, de la profunda crisis que sufre la socialdemocracia europea. Las posibilidades electorales de un Labour dirigido por Corbyn frente a los hoy dominantes conservadores es en estos momentos el aspecto menos importante de la cuestión. Lo verdaderamente significativo es la batalla a muerte que su elección ha abierto en el interior de su partido, en donde el ala más próxima a las posiciones neoliberales se apresta a hundir a su rival, aunque eso suponga el suicidio del partido en su conjunto. Y, aunque en cada caso tenga perfiles distintos, esa guerra intestina entre fuerzas de izquierda es un dato central de todo el panorama político europeo.

En buena medida debido a su sistema electoral mayoritario, en Gran Bretaña no hay fuerzas de izquierda mínimamente consistentes fuera del Partido Laborista. Todo el debate que existe en ese espectro político se produce por tanto, y desde siempre, en su interior. El fracaso de la línea 'blairista' que lo ha dominado desde hace más de dos décadas y que se ha concretado en dos sucesivas derrotas electorales es uno de los motivos del ascenso de Corbyn y de su propuesta,“radical” en opinión de sus detractores y de “vuelta a los principios socialistas” en la de sus partidarios. El otro es la dramática situación en que vive una buena parte, aunque no mayoritaria, de la sociedad británica como consecuencia de las políticas neoliberales aplicadas desde hace seis años por el Gobierno conservador para hacer frente a la crisis.

Sin entrar en muchos matices, Corbyn representa la reacción a la complacencia o, cuando menos, la inacción que los líderes laboristas han mostrado hasta ahora frente a esa políticas. Y, de paso, una crítica sin contemplaciones al hecho de que esos líderes y, en general todo el 'establishment' laborista, se hayan convertido en parte integrante, sin mayores distingos respecto de sus colegas conservadores, del sistema de poder político británico, es decir, de lo que en España Podemos ha venido a llamar “casta”.

El argumento de los críticos laboristas de Corbyn es que esos planteamientos pueden estar bien desde el punto de vista moral, pero que no sirven para ganar las elecciones. Porque una parte sustancial de la clase media británica tiene un nivel de vida que para ella es aceptable, comparte con mayor o menor entusiasmo alguno de los valores del neoliberalismo y, por tanto, no está dispuesta a sumarse a una aventura radical que habría de beneficiar a los más perjudicados por la crisis mediante medidas, por ejemplo, subidas de impuestos, que lesionarían su actual 'statu quo'. Obviamente, detrás de esa crítica se esconde la defensa sin cuartel de las posiciones e intereses personales del laborismo “moderado”.

El debate en el seno de la izquierda británica realmente existente es prácticamente idéntico al que se vive en los demás países europeos. Conservadurismo de las élites socialdemócratas frente a la necesidad de una política radical contra el neoliberalismo y, en última instancia, contra la desigualdad social y económica crecientes y contra los privilegios del poder capitalista que todos los gobiernos, y la Comisión de la UE, defienden sin miramientos.

Cruzando el Canal de la Mancha, en Francia, esa pelea adquiere tintes aún más dramáticos. El socialista François Hollande, que hace tres años conquistó la Presidencia con un programa de profunda revisión de las políticas neoliberales, ha ido abandonando esos planteamientos hasta el punto de que la política de su actual primer ministro, Manuel Valls, es hoy posiblemente la más proempresarial de toda Europa. Pero la economía francesa sigue sin despegar y los socialistas están abocados a perder todas las elecciones que se celebrarán de aquí a 2017, el año de las presidenciales, en las que nadie da un duro por Hollande.

Los cronistas aseguran que esa situación está rompiendo el Partido Socialista y que no se descarta que en breve se produzca una escisión por su izquierda. Los ecologistas ya han sufrido su trauma interno, con el abandono del partido de sus dos principales líderes, François de Rugy y Jean Vincent-Placé, y el ascenso de Cécile Duflot y de su propuesta de izquierdas. Unos y otros procesos no parecen haber alterado la andadura del Front de Gauche de Jean Luc Melenchon y del Partido Comunista, que sigue estancado y sin lograr ningún protagonismo en la escena política. De lo que se deduce que, con una derecha que sigue sin salir de su crisis y que Nicolas Sarkozy pretende volver a comandar, el gran beneficiado de la profunda crisis de la socialdemocracia es el ultraderechista Front National, que sigue teniendo motivos consistentes para creer que su líder Marine Le Pen puede ser la nueva presidenta de Francia.

Con la provisionalidad que lo marca todo en la política italiana, el líder del centro-izquierda Matteo Renzi ha logrado dominar la escena y los sondeos con una política cada vez más neoliberal frente a una derecha hundida tras la marcha de Berlusconi. Sin embargo, la hipótesis de una ruptura del Partido Democrático, el de Renzi, parece cada vez más plausible a la vista del rechazo de su ala de izquierda a la política del primer ministro. Y, además, en la escena sigue muy presente Beppe Grillo y su movimiento Cinco Estrellas, aunque más de un sondeo indica que su popularidad ha descendido algunos puntos.

La socialdemocracia escandinava lo tiene mucho peor porque, salvo excepciones puntuales y circunstanciales, sus partidos están fuera del gobierno y sin propuestas muy consistentes. Tampoco sus correligionarios holandeses y belgas están mejor, aunque el dato político más descollante en buena parte de esos países es el ascenso de los partidos anti inmigrantes, algunos de los cuales, por ejemplo el danés, están teniendo la voz cantante en la actual crisis de los refugiados.

A la espera de lo que pase este domingo en Grecia, parece claro que el panorama de la socialdemocracia europea no es precisamente alentador. La antigua fórmula, no solo 'blairista', de hacer todo lo posible para entrar en el gobierno y desde él implementar políticas distintas de las de la derecha no sólo ha dejado de ser ganadora sino que ha generado una contestación de izquierdas que adquiere formas distintas en cada país, pero que no deja de crecer. Salvo en Grecia, y se verá cómo termina allí la cosa, aún no lo suficiente como para hacerse con las riendas del poder o para condicionarlo de modo significativo. Esa posibilidad queda aún lejos. Pero parece también evidente que los límites y los problemas que frenan la consolidación política de la contestación ya no van a revertir en beneficio de la socialdemocracia.

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