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Las causas (globales) del malestar ciudadano

Economistas Sin Fronteras

María Eugenia Callejón —

Los problemas cotidianos a los que se enfrenta la ciudadanía en nuestro país acaparan mayoritariamente la atención social e informativa. No es para menos, dada la gravedad de los mismos. Sin embargo, en el mundo globalizado e interconectado en el que vivimos, es necesario tener una visión global de lo que sucede en nuestro planeta, y de lo que le sucede al planeta, porque las causas del malestar ciudadano son, mayoritariamente, globales, como lo son también los retos a los que nos enfrentamos.

Desde esta perspectiva, la de una ciudadanía global en un mundo con recursos finitos, quisiera compartir algunas reflexiones que surgen al hilo de un estudio que venimos realizando, desde hace varios años, en Economistas sin Fronteras sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Estos son un conjunto de grandes metas que, en el año 2000, los líderes de los países miembros de Naciones Unidas se comprometieron a cumplir con el fin de reducir sustancialmente la extrema pobreza y el hambre, garantizar la educación primaria universal, promover la equidad de género, reducir la mortalidad infantil y la materna, combatir el sida, la malaria y otras enfermedades, asegurar la sostenibilidad ambiental y fomentar una asociación mundial para el desarrollo, todo ello con 2015 como fecha lí­mite. Se trata de ocho objetivos de desarrollo mínimos, bastante modestos, que, como se ha puesto de relieve en numerosas ocasiones, tan sólo requerirían para su cumplimiento de una firme voluntad política por parte de la comunidad internacional, pues en la actualidad se dispone de los medios necesarios para lograrlos.

En este estudio, que se publica cada año en el anuario de la Plataforma 2015 y más (una asociación de ONG de Desarrollo españolas creada para sensibilizar a la población sobre lo que significa el desarrollo humano y para influir en las políticas públicas de manera que favorezcan su consecución), se analiza el estado actual de cumplimiento de los ODM y se realiza una proyección hacia 2015 con el fin de comprobar si, en esa fecha, se conseguirá alcanzarlos. Pues bien, las conclusiones del estudio indican que en 2015 no se logrará el cumplimiento de la mayor parte de los ODM, debido a los escasos progresos que se están consiguiendo e incluso a los retrocesos en algunas áreas.

El incumplimiento de los ODM evidenciará el fracaso de la comunidad internacional en la lucha contra la pobreza en sus múltiples dimensiones, fracaso que tiene que ver, fundamentalmente, con la falta de voluntad política para abordar las verdaderas causas que provocan la exclusión y la pobreza de miles de millones de personas. Y estas causas emanan del actual sistema económico y social injusto y generador de desigualdades, en el que los intereses económicos de una minúscula minoría dominante se imponen a las necesidades y a los derechos de la inmensa mayoría de la población del mundo.

El camino hacia un mundo sin pobreza ni desigualdades pasa, pues, por una profunda transformación del modelo económico actual, impulsada por políticas públicas coherentes con el desarrollo global, que aborden problemas globales como la financiarización del sistema económico mundial, las injustas relaciones comerciales internacionales, las desigualdades o la insostenibilidad ambiental.

Pero mientras avanza la globalización y aumenta la interdependencia mundial, no ocurre lo mismo con la tan necesaria cooperación internacional para una gobernanza global. No sólo se incumplen los compromisos asumidos, como los ODM, sino que esos compromisos se dan de lado para sustituirlos por nuevas bases para el desarrollo que se alejan de los consensos básicos alcanzados en el seno de Naciones Unidas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Nos encontramos ante una renovada ofensiva, liderada por el G-20 y compartida por gobiernos e instituciones multilaterales (FMI, Banco Mundial, etc.), para sustituir el paradigma del desarrollo basado en los derechos humanos, que implica en última instancia el derecho a una vida digna, por una visión economicista y occidentalizada del desarrollo, en la que el crecimiento económico es el objetivo último.

Sin embargo, la experiencia muestra que crecimiento y desarrollo humano no es lo mismo. Elevadas tasas de crecimiento en diversos países en desarrollo y emergentes no han mejorado la situación de pobreza y exclusión de amplios sectores de su población, sino que lo que se observa es un aumento de las desigualdades y una expoliación de los recursos del planeta.

Para revertir esta tendencia se requiere una verdadera Alianza Mundial a favor de un desarrollo al servicio de las personas y que preserve nuestro medioambiente. La responsabilidad de la gestión de este desarrollo en el mundo debe ser compartida y ejercerse multilateralmente, ocupando las Naciones Unidas un papel central, al ser la organización más universal y representativa.

Es necesario, también, recuperar el papel de los Estados como garantes de los derechos de la ciudadanía. Para ello, deberían restaurar su legitimidad, desgastada por la ideología de mercado que imponen los intereses de una minoría (la denominada por Susan George “clase Davos”, que “encarna el carácter interconectado de las corporaciones más poderosas del mundo” y que comparten intereses y objetivos comunes), a las necesidades y los derechos de la inmensa mayoría de la población.

Porque, al final, las causas últimas de la exclusión y la pobreza extrema en el mundo son también el origen de nuestros problemas cotidianos, y sin una respuesta conjunta, impulsada por la ciudadanía organizada, esas causas y sus devastadoras consecuencias no desaparecerán.

Este artículo refleja exclusivamente la opinión de su autora.

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