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¿Dónde quedó la ética judía para Israel? Breves apuntes sobre una traición

Víctor Alonso Rocafort

Más de 1.800 muertos en el último mes, un 85% de ellos población civil. Más de 400 niños asesinados. Cerca de 10.000 heridos, de los que 2.800 son menores. Este es el atroz balance de la violencia estatal ejercida por Israel en el último mes en Gaza. Por el lado israelí hay 67 víctimas mortales, un 96% soldados.

Entre los actos de guerra más espantosos se cuentan los 6 ataques israelíes a escuelas de UNRWA que servían de refugio, principalmente a mujeres y niños.

En 1938, en medio de lo que diversos autores consideran la segunda Intifada árabe en Palestina, la organización paramilitar sionista Irgún reventó, a base de represalias directas contra civiles árabes, la llamada política de contención (havlagah) llevada en un principio por la Agencia Judía. Martin Buber, uno de los grandes filósofos judíos del siglo veinte y exponente del sionismo cultural, escribió entonces un artículo titulado “Sobre la traición”:

“La confusión (...) estalló a causa de actos repugnantes para todo judío que aún sabe algo acerca de qué es el judaísmo y qué quiere decir humanidad (...) Sabemos en nuestros corazones que por más calamidad que amenace a nuestro pueblo desde el exterior, nada podrá destruirlo tanto como la traición interna (...) Voces del pueblo que claman: '¡Si no podemos defendernos de los lobos, será mejor que nosotros también nos volvamos lobos!'. ¡Y se olvidan de que emprendimos nuestra causa en esta tierra para volver a ser personas íntegras! (...) El ataque a personas indefensas no puede justificarse como defensa. Y esos maestros de la nación que justifican estos actos como defensivos, actúan contra la Torá (...) ¡Traición al hombre judío, a su judaísmo y a su humanidad!”.

En los 50 años anteriores a 1948 existieron tanto en la Diáspora como en el Yishuv —nombre que se daba a la comunidad judía en Palestina— importantes disidencias a las líneas que se fueron imponiendo dentro del sionismo.

El historiador judío Arno J. Mayer publicó en 2008 un libro que supone una recomendable puerta de entrada a lo que estos críticos, sionistas y no sionistas, defendían. El lamento que expresaron por el abandono de una ética trenzada a lo largo de generaciones, desde la compleja tradición religiosa, cultural e histórica que es el judaísmo, ha resultado ser finalmente profética.

De la lectura de Mayer también sorprende, al menos al lector no especializado, las diversas ramas del sionismo que fructificaron a comienzos del siglo veinte más allá de las líneas que irían marcando figuras como Theodor Herzl, Jaim Weizmann o David Ben Gurión. El caso Dreyfus y los pogromos antisemitas desatados en la Rusia zarista, junto a la decadencia del imperio otomano, habían azuzado en muchos durante el cambio de siglo el sueño del retorno judío a Palestina. Y no había una manera común de afrontarlo.

En los sionistas culturales, donde se encuadraría Buber, estaba la esencia de lo que pudo ser y no fue en Palestina. Ni siquiera los socialistas, creadores de los kibutz, estuvieron finalmente a la altura.

La dificultad de hallar en castellano las obras de Asher Ginsberg –conocido como Ajad Haám, “uno del pueblo”– refleja bien la gran derrota histórica de estos críticos. Primer gran referente del sionismo cultural, sus ensayos políticos reunidos en 1895 comienzan con un artículo de título poderoso e imperativo: “¡No es este el camino!”.

El rechazo del nacionalismo y el militarismo, de los cantos de sirena coloniales e imperiales de la época, suponen el trasfondo de la crítica de Haám. Su énfasis en la importancia de la educación será retomada posteriormente por sus continuadores, así como el papel de los profetas en su lucha contra la injusticia. De estas convicciones había surgido el estudio de Haám sobre Moisés como el gran profeta de Israel, precisamente un judío árabe nacido en Egipto, con todo lo que ello implica.

Y es que para los continuadores del sionismo cultural iniciado por Haám la cuestión árabe iba a ser central. No iban a rehuirla como el resto. La afrontarían apostando por el diálogo, el encuentro, la mutua comprensión y la apuesta por una patria común que no tenía por qué desembocar en un Estado nación al uso.

El libro de Mayer nos introduce también en lo que supuso aquella pequeña organización fundada en 1925, Brith Shalom (alianza por la paz). Conformada por grandes nombres del judaísmo del siglo XX, buscó la cooperación árabe-judía no como un deseo ideal sino como algo, además de necesario, perfectamente posible.

Estos defensores de una patria común para árabes y judíos fueron torpedeados por unos y otros, especialmente a partir de la primera Intifada de 1929. También recibieron apoyos externos importantes, como los de Albert Einstein. Frente al uso político y nacionalista que se estaba dando desde los sionistas de extrema derecha (revisionistas) al Muro de las Lamentaciones, el físico judío afirmó que “la naturaleza esencial del judaísmo [está] en desacuerdo con un Estado judío con fronteras, un ejército y un poder terrenal de alguna clase”.

Heredero directo de Brith Shalom, que se había ido disolviendo entre las fuertes tensiones de los años treinta, surgió en plena Segunda Guerra Mundial (1942) otra organización cuyos postulados hoy siguen resultando relevantes: el Ihud (Unión).

Tras el Informe de la Comisión Angloamericana, el 1 de mayo de 1946, parecía que por vez primera los críticos podrían lograr algo de envergadura. Este Informe asumía prácticamente las propuestas del Ihud. Sin embargo la ola terrorista se intensificó y, apenas dos meses más tarde, el Irgún volaba el Hotel Rey David de Jerusalén. Murieron 91 árabes, británicos y judíos.

De 1945 a 1947 el terrorismo sionista causó 350 muertos. Como escribió Hannah Arendt, se pretendía desatar la cólera de la población árabe a fin de evitar negociaciones.

Recordar quiénes fueron Menachem Begin e Isaac Shamir, líderes entonces de grupos paramilitares como el Irgún y Lehi —fundador el primero del partido Herut (Libertad), embrión del actual partido gobernante en Israel, el Likud— es un ejercicio de memoria también necesario para comprender dónde estamos. No resulta casual que ambos llegaran a primeros ministros de Israel.

Arendt y Einstein ya los criticaron duramente en 1948, en una célebre carta enviada al New York Times. Primo Levi, en 1982 armó un buen revuelo al exigir de forma contundente la dimisión del propio Begin tras las matanzas de Sabra y Shatila. La defensa favorita de Begin, decía Levi, era escudarse en gente como yo, tatuados en Auschwitz. “Niego cualquier validez a esta defensa”, afirmará. Como superviviente de Auschwitz, Levi se vio en la obligación moral de pronunciarse contra estas masacres del Estado de Israel al mismo tiempo que denunciaba el peligroso antisemitismo aún latente en Europa.

Con estas precauciones ha sido escrito un reciente libro donde Judith Butler, autora norteamericana de origen judío, trata de articular una crítica a la violencia estatal israelí desde el judaísmo. Acorde con sus líneas teóricas, Butler insistirá una y otra vez en que las fuentes judías no son las únicas que pueden proporcionarnos estos fundamentos éticos en la región. Así, su diálogo con autores árabes palestinos como Said y Mahmoud Darwish serán parte importante de la obra. E insistirá con acierto en que la relación con lo no judío está inscrita en el mismo corazón de la ética judía.

Butler afronta su ambiciosa tarea recurriendo principalmente —además de los ya citados— a Walter Benjamin, Levinas y la propia Arendt. Conceptos como cohabitación, pluralidad y alteridad; el rechazo arendtiano al Estado nación; o el mesianismo alternativo de Benjamin, centrado en el momento revolucionario en que los oprimidos son capaces de interrumpir la historia, son algunos de los temas que dominarán la obra.

La rectitud exigida por Isaías al pueblo elegido frente a la crueldad de Josué, el papel de la música y el oído en la filosofía judía, o el rol central de los sueños, son otros temas clave de la tradición judía que han sido apartados por la mano militar que gobierna Israel. Indagar hoy en todos ellos es también una forma de resistencia.

Podemos así seguir estudiando, tirando del hilo de una rica y compleja tradición forjada históricamente a base de persecuciones, de una admirable capacidad de supervivencia, y seguiremos encontrando ideas, ejemplos, conceptos, historias, que junto a otras fuentes no judías nos ayuden a conformar el ethos íntegro de una persona, de un pueblo.

¿Cómo compaginar esto con décadas de ocupación militar e injusticia cotidiana, con la matanza indiscriminada de niños? Muchas de las víctimas de Israel el último mes han sido masacradas mientras dormían. Mientras soñaban. ¿Cabe mayor acto de crueldad, de cobardía, de ruptura directa con la tradición que dicen encarnar?

La creación del Estado de Israel en 1948 certificó el triunfo del sionismo nacional, imperial, militar y capitalista que se venía temiendo desde comienzos del siglo veinte. La expulsión de decenas de miles de palestinos, el robo de sus tierras, la ocupación, la creación de una sociedad militarizada y las masacres contra la población civil suponen así, tal y como certifican insignes voces judías de ayer y de hoy, una traición sistemática a los principios éticos del judaísmo.

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