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Hoy hace un día precioso para la unidad popular...

Alberto Garzón y Pablo Iglesias, el pasado mes de junio. Foto: EFE

Isaac Rosa

Si eres votante de izquierda, y estás entre quienes creen que para las generales haría falta replicar las fórmulas municipalistas, puedes poner en la pared de la cocina un azulejo gracioso, como esos que tienen en todo bar castizo: “Hoy hace un día precioso, ya verás cómo viene alguien y lo jode”. Pues lo mismo con la tan traída confluencia: hoy hace un día precioso para la unidad popular, ya verás cómo viene alguien y lo jode.

Desde hace meses, la 'Yenka' de la confluencia no para quieta: izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, atrás… Un sinvivir de reuniones, manifiestos, nuevas plataformas, primarias, asambleas y declaraciones que acaban en nuevas reuniones, nuevos manifiestos y más declaraciones... De vez en cuando el baile afloja, cesa la música y vemos cómo quedan las parejas de baile. Es entonces cuando sorprendemos un acercamiento, nos ilusionamos y decimos: “hoy hace un día precioso para la unidad…”

Hasta que llega alguien, sí, y lo jode. Vuelta a empezar, mientras el tiempo se agota.

A su manera, todo el mundo dice que empuja por sumar fuerzas. Pero no empujan en la misma dirección, sino cada uno mirando para un lado, o a veces colisionando como ciervos. Todos apuestan por la “unidad popular”, pero no hablan de lo mismo.

Podemos, aunque ha relajado mucho su resistencia inicial, sigue diciendo que “la unidad popular, c’est moi”. Tras unas primarias nada ilusionantes, y ante la evidencia de las encuestas (y los resultados autonómicos), ha dejado unas pocas sillas libres para gente de fuera, se dicen dispuestos a acuerdos provinciales, y conceden añadir un guión a su intocable marca (siempre que vaya en primer lugar). Pero siguen pretendiendo ser la nueva “casa común”, pese al evidente rechazo de muchos por meterse bajo su único paraguas.

Izquierda Unida, por su parte, trabaja a la desesperada por confluir, sabedora de que ir en solitario puede ser el fin. Es quien se muestra más generosa porque es quien más tiene que ganar (y todo por perder si no lo consigue), pero choca con el desprecio de Pablo Iglesias a todo lo que huela a IU, y con reticencias internas que contienen la respiración y en cualquier momento estallarán. Difícil apuesta la que hace Alberto Garzón, decidido a jugárselo a todo o nada.

Otros partidos, minoritarios o de ámbito autonómico, apuestan también por confluir, pero cada uno trae de casa sus líneas rojas sobre el nombre, el orden en la lista o el grupo propio en el Congreso.

Luego hay gente que, como quienes impulsan Ahora en Común, deciden no esperar más, ven que el tiempo se acaba y se tiran a la piscina aunque haya poca agua, esperando que cuantos más se tiren (ahí va Garzón de cabeza), más suba el nivel de las aguas por el principio de Arquímedes, y anime a otros a saltar.

Y entre unos y otros, los electores, a la espera de saber si el día de las elecciones será un día precioso o alguien lo habrá jodido.

Lo que está en juego ya no es ganar las elecciones, que a estas alturas de la película parece difícil con o sin unidad popular. Lo que está en juego es qué forma político-institucional adopte la contestación ciudadana para los próximos años. Liderar la oposición, condicionar la labor de gobierno, ser la referencia para la ciudadanía crítica y los movimientos sociales, tener medios y cuadros, consolidar y ampliar el terreno ganado, estar en buena posición para próximas elecciones. Puede parecer un premio de consolación, pero nada de eso: es mucho, y de ahí también el forcejeo por encabezarlo. Teniendo la fuerza y la representatividad suficientes, aunque no se ganen las elecciones, un buen resultado electoral puede traer muchos días preciosos.

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