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¿Quién teme a la arquitectura feroz?

Imagen del proyecto de rascacielos aportada a la prensa

Guillermo Busutil

16 de noviembre de 2025 05:30 h

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Qué mejor manera de celebrar el Día Internacional del Patrimonio Mundial, establecido en 1972 para proteger los sitios naturales y culturales del planeta, que estallando el corazón de la bahía de Málaga.

La vela a la que soplarle la conmemoración es el rascacielos hotel que el prestigioso y malabarista de principios David Chipperfield (recibe el Premio Pritzker por la sostenibilidad de sus proyectos con el entorno, menos en Málaga si el precio lo vale) ha diseñado empotrar a pie del oleaje.

Un mamotreto acristalado de 144 metros con 390 suites con forma de paralelepípedo, evocador de Mies van de Rohe y de los setenteros edificios del paseo de la Castellana de Madrid que rompe la escala humana, suprime la singularidad de la Farola, declarada BIC, y que no sólo le hace un roto al horizonte sino que altera además el skyline de la ciudad y lo embrutece. Un atentado contra el valor intrínseco del paisaje, del que el padre del paisajismo Aldo Leopold reivindicaba su belleza y su utilidad espiritual, y que ambas no pueden medirse en rentabilidad.

No opina lo mismo el fondo catarí Al Alfia, para el que nuestra bahía es únicamente un puñado de arena azul y de espuma mansa factible en convertirse en oro. El dinero no piensa, impone. Tampoco el alcalde De la Torre, promotor político de la representación de su nombre en la cartografía urbana (qué pena que no haga gala de su segundo apellido Prados), cada vez más colmatada de torres empinadas, cuando lo que la ciudad necesita es un bosque urbano y más sombras. Tampoco Carlos Rubio con su opaca autoridad portuaria, empecinados los dos, a pesar de las exigencias de la democracia y del numeroso rechazo ciudadano, en convertir el dique de Levante en un suculento negocio. A cuyo banquete privado se ha sumado el grupo hotelero Hesperia frotándose las manos por los beneficios de lujo de ser el quesito rojo más elevado de los 150 hoteles, en el saturado monopoly de De la Torre en el que asoman otro hotel USB de lujo diseñado por el anterior dibujante del rascacielos de Levante. Vaya subasta de altura.

Desde 2017 una gran parte de la sociedad civil, que sabe leer con norte y por encima de los mantras del encantamiento de la autoestima y la creación de empleo, no cesa en mostrar su rechazo al mamotreto -del que no gustaba la versión anterior ni la de esa maqueta de simplona creatividad-. A las maneras de Rubio de evadir la transparencia, y al impacto de una construcción invasiva en el icónico latido del paisaje. Un pulmón al que los malagueños nos acercamos a respirar, a disfrutar de la poética del entorno y de la libertad de un lienzo mediterráneo que pone de relieve que una forma de la felicidad es contemplar el mar sin hacerse preguntas. Aunque en esto caso hay que plantear algunas.

¿Quién defiende el patrimonio del paisaje ante el poder político y económico? ¿Cómo se atreven a calificar de beneficio público la transformación de una zona de paseo en una oferta con nuevos usos comerciales?

¿Quién defiende el patrimonio del paisaje ante el poder político y económico? ¿Cuántos grupos inversores hay de verdad detrás de este banquete financiero? ¿Cómo se atreven a calificar de beneficio público la transformación de una zona de paseo en una oferta con nuevos usos comerciales? ¿No esconde el futuro del hotel una conversión mixta o a corto plazo en un crucero vertical de apartamentos turísticos? ¿Ha pensado el alcalde en el estrecho entorno circulatorio que se colapsa cuando atracan dos cruceros? ¿Por qué su empeño en cegar el horizonte marítimo como ha hecho en la playa de la Malagueta, donde en 750 metros coexistirán cinco grandes pantallas de restauración mal llamados chiringuitos?

Hasta el momento los protagonistas de esta nueva versión de ´Las manos sobre la ciudad´ de Francesco Rosi acumulan serios dosieres que no despiertan ni conmueven su conciencia. Tienen en contra a las Reales Academias de Bellas Artes y de Ciencias, a ICOMOS, una organización internacional que colabora con UNESCO, a la plataforma Defendamos Nuestro Horizonte, más de 300 nombres prestigiosos como Emilio Lledó, Elvira Lindo, Julio Llamazares, Irene Vallejo, Miguel Ríos, Javier Ojeda, Carlos Álvarez entre otros firmantes del Manifiesto Cultural de 2021 que condujo al Ministro de Cultura a paralizar el proyecto alegando expolio del paisaje. A la oposición municipal, más de 1.400 alegaciones recibidas, miles de firmas de malagueños y al Instituto de Estudios Urbanos y Sociales (IEUS) que el pasado 24 de octubre aunó la defensa común del derecho al paisaje, y dos contenciosos administrativos acerca de la supresión de una zona de uso ciudadano de 12.052 m² por un rascacielos de 45.000 m², mediante modificaciones encubiertas del PGOU.

No sólo De la Torre ha mercadeado la identidad de la ciudad, sometiéndola a la turistificación y al escaparatismo de ciudad Premium y ciudad Resort, sino que también enajena la excelencia de su paisaje

¿Tendrá fuerza la voz colectiva en Puertos del Estado y en el Consejo de Ministros para evitar el K.O. al horizonte, o el dinero ya ha cerrado su negocio en la trastienda? El paisaje es una filosofía. Cultural y de vida. Un espacio abierto, vivo y comunitario como señaló el urbanista y arquitecto paisajista Geoffrey Jellicoe al catalogarlo como necesidad social, un bien común más allá del individuo. Y por supuesto de la especulación que lo trata como un recurso de explotación económica hasta la extenuación. No sólo De la Torre ha mercadeado la identidad de la ciudad, sometiéndola a la turistificación y al escaparatismo de ciudad Premium y ciudad Resort, sino que también enajena la excelencia de su paisaje como otro solar en venta en el edén de los fondos de inversión, y de las franquicias.

Llevo desde 2017 insistiendo en prensa y en público en que el paisaje es la conciencia de lo que somos, que nos devuelve la mirada de las emociones, la memoria con la que se corresponden. Su peculiaridad define la identidad cultural a la que pertenecemos, y nos regala su belleza, su significado como territorio y su valor como entidad ecológica.

El paisaje de la bahía de Málaga no sólo posee una narración y una singular poética alexandreniana con la ciudad y con la manera de habitar. También es en palabras del historiador y ambientalista norteamericano Wallace Stegner “un fragmento de nuestra cordura que nos da un poco más de esperanza de que tenemos futuro”.

Hoy cuando los promotores del dinero soplan la llama ostentosa del Dupont de Chipperfield ensartado en el corazón de la bahía, debemos preguntarnos seriamente si cuando no sirve la palabra, y la voz de la ciudadanía no cuenta, la acción es lo que queda.

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