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El artista y el chistoso

Luis Magrinyà

Lengua y LiteraturaHoy: Literatura (modalidad silencio vs ruido)

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En octubre de 2011, João Rocha, un director de arte de una empresa publicitaria portuguesa, lanzó un tumblelog titulado Kim Jong-Il Looking at Things que pronto alcanzaría cientos de miles de visitas. Consistía –hasta hace un par de meses, cuando lo dio por concluido– en una serie de fotos del ya difunto líder de Corea del Norte, ese país legendario por ser una mancha negra en el mapa nocturno del planeta y por autorizar únicamente 28 tipos de corte de pelo. “Lo gracioso –dice Rocha– era ver a una persona a la que continuamente se pinta como una encarnación del mal haciendo algo tan inofensivo como mirar cosas.” Veamos algunos ejemplos:

Más de 200 fotografías de este estilo (“Es increíble que eso pudiera pasar por propaganda en Corea del Norte”) componen el tumblelog, y con ellas Rocha, que no tardó en llamar la atención de los medios y en adquirir cierto renombre pop (no le han faltado seguidores ni parodias) ha acabado sacando un libro en una editorial francesa. Los pies de las fotografías son puramente descriptivos: “Mirando un cerdo asado”, “Mirando la suela de un zapato”, “Mirando un libro”, “Mirando a Putin”. No hay comentarios. Solo la sensación de que las imágenes hablan por sí mismas.

En mayo de 2012 se creó en Tumblr algo parecido a nivel autóctono, titulado Esperanza haciendo cosasEn él se reunían fotos, más oficiosas que oficiales (aunque hay de ambos tipos), de una personalidad política que todavía no es líder mundial más que por las ganas que tiene de serlo, pero que no cabe descartar como presidenta de una nación. Su responsable –anónimo– ha tenido, eso sí, menos paciencia que el portugués, pues parece que, después de unas 70 muestras, se ha cansado (lleva inactivo desde julio de 2012, apenas dos meses después de iniciarlo). La antología puede visitarse en cualquier caso y en ella se encuentran imágenes como éstas:

Es cierto que Esperanza Aguirre hace cosas más que mirarlas, dada su idiosincrasia, y la orientación, sin duda, es diferente: a la figura estólida, algo divinizada, de Kim Jong-Il como severo supervisor, opone Esperanza Aguirre su total identificación con los trabajos y el espíritu del pueblo. Pero los actos en los que a ambos vemos representados están guiados por un propósito común: son todos ellos demostraciones del compromiso de una personalidad política con el progreso y el bienestar de una comunidad, sea a través de la industria, las obras públicas, la cultura o las relaciones con otros dignatarios.

La gran diferencia no está en las fotos y lo que representan, sino en el texto que las acompaña. Si, como decíamos, los pies de foto del líder norcoreano apenas consistían en una frase descriptiva, casi redundante, los de la líder madrileña son claramente creativos. Por el orden en que aquí hemos puesto las imágenes, son los siguientes: “Esperanza apretando el botón de autodestrucción de la democracia”, “Esperanza enterrando el estado del bienestar”, “Esperanza haciéndose un ‘simpa’”, “Esperanza y Gallardón comentando el último de Amar en tiempos revueltos”.

Uno puede aventurar circunstancias y motivos para tal proceder (que ha creado también escuela: Ana Botella haciendo cosas). El autor de Kim Jong-Il Looking at Things no es norcoreano: no “documenta” desde dentro, sino desde un lugar remoto y seguro no afectado por los sucesos que señala; no incluye el nombre del líder en los pies; no elabora ni recalca sino que recopila y etiqueta, casi como un archivero; escribe –siendo portugués– en inglés, entiende que su trabajo puede tener proyección internacional, pues de él surge un corpus de imágenes que ilustra un discurso del poder. Yo creo que ésta es la forma de trabajar de un artista, pero me daría igual si alguien dijera que es la de un diletante. La persona responsable de Esperanza haciendo cosas, en cambio, es presumiblemente madrileña, una afectada por la política de la líder, a la que se refiere familiarmente por su nombre de pila; no tiene la menor duda de que no merece proyección internacional; es indudable que está harta: hurga, se regodea, personaliza, proclama sin tapujos su propósito de escarnio, y es posible que piense en todos esos recursos como una forma de activismo. Es, como la líder que retrata, populista. Para ella las imágenes no hablan por sí mismas: hay que dejar claro –que a nadie se le escape– que son una caricatura.

No digo que no esté bien, y que hasta pueda tener su utilidad; y, obviamente, que cada uno haga lo que quiera. Pero lo que a L&L le interesa normalmente es lo que uno no quiere y así, al observar y comparar, se da cuenta de que lo que para un autor es material del que el arte se puede apropiar, para otro no es más que una ridícula pequeñez cuyo sitio está en el chascarrillo de pancarta, de café o de taberna, lugares hoy perfectamente amoldados al ciberespacio sin perder ni un ápice de “cercanía con el pueblo”. Esperanza haciendo cosas es, en fin, la obra de un chistoso. Algunos pensarán que, desde luego, Esperanza Aguirre, con las cosas que hace, se lo pone fácil. No diremos que no. Pero el problema del chistoso es que acaba siempre reclamando la atención.

Todos conocemos al tipo: parece que le preocupa menos la calidad de sus chistes que la confirmación continuada de lo chistoso que es. Las fotos de Esperanza Aguirre quedan casi como un pretexto para el pie, en vez de ser al contrario; su protagonismo es usurpado por el del comentarista. Teniendo en cuenta los modos y maneras de la líder en cuestión, casi parece que compiten ambos en gracejo... y que el comentarista, desde su distancia privilegiada (no más privilegiada en este sentido que la de su precursor Rocha), sale victorioso. Que no tenga nombre, muy en consonancia con la fruición en el anonimato que ha reintroducido Internet, no invalida el argumento. Es más, paradójicamente, uno diría que lo reafirma: ya sin autor, lo importante es, ante todo, la sonoridad.

Walter Benjamin dijo una vez que no hay nada para destruir un texto como una cita textual. Alguien añadiría en otra ocasión que la mejor parodia de un texto es siempre el texto mismo. Sin embargo, estas ideas deben de ser demasiado alemanas para que calen aquí, donde la sonoridad, el subrayado y la ocurrencia, y cualquier cosa en general que no lleve mucho trabajo (no, por supuesto, más de un año de ir acumulando fotos), gozan por tradición de mayor crédito. Cuesta, en general, ver texto en cierto tipo de cosas (¿en unas fotos de Esperanza Aguirre?, qué va) y el estilo silencioso, metódico, sin comentarios, nunca ha sido muy apreciado. De hecho, si la voluntad de ese estilo es ser invisible, podemos estar seguros de que aquí se cumple hasta las últimas consecuencias: nadie lo ve.

La limitación que impide al ojo reconocer las posibilidades de ciertos materiales suele venir tristemente acompañada por un desinterés, o una incapacidad para detectar cuánto oficio, cuánto arte –no me asustan estas palabras, sinónimos de “trabajo”– requiere la ocultación, el empeño netamente estilístico en que las cosas no se noten. Cuando leemos en una buena traducción del inglés, por ejemplo, una frase como “No te preocupes” o “No pasa nada”, pocos son los que reparan en el gran mérito del traductor por haber dado con una solución funcional, perfecta e invisible del famoso No problem,  tantas veces asimilado con ramplonería como “No hay problema”. Como no se ve el truco, tampoco se celebra. Pero no es de extrañar… si se considera el fenómeno a la luz de la tradición literaria autóctona, donde uno –otro ejemplo– pone cinco palabras de pueblo en un párrafo y enseguida a eso lo llaman “lenguaje”. Muy pocos se ocupan de investigar si esos rusticismos los ha aprendido el autor de una forma natural o los ha sacado fraudulentamente de un diccionario, si se aplican bien o mal, si conviven con coherencia con otros registros lingüísticos en el mismo texto o si, por el contrario, el contexto los pone en evidencia. Su sonoridad es suficiente, no vayamos a buscar la causa, el mecanismo: el antiintelectualismo endémico de ciertas culturas funciona así. Mucho me temo que, si hubiera sido un autor patrio –permítanme esta fantasía–, a un novelista como Kazuo Ishiguro, con su prosa arduamente plana, inocua, neutra, aparentemente torpe, no lo habría publicado nadie.

Aquí hay que ser expresivos. Ni se nos ocurra siquiera poner el “Aguirre”.

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