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Las jóvenes promesas

Rafael Reig

Cuentan que en el Barrio Latino, en mayo del 68, estaba Fernando Arrabal construyendo una barricada con un grupo de estudiantes, cuando pasó por allí Samuel Beckett, alto, enjuto, severo y quizá no del todo sobrio.

Monsieur Arrabal, pero ¿qué hace usted aquí? –preguntó el irlandés.

– Pues ya ve, Mr. Beckett, ya ve, aquí andamos, con los jóvenes, haciendo la revolución, ¡hay que cambiar la vida!

– Qué disparate, mi querido monsieur, ¡pero si dentro de cinco años todos estos jóvenes ya se habrán hecho notarios!

Changer la vie, esa era la consigna del 68, tomada de Arthur Rimbaud:

Il a peut-être des secrets pour changer la vie? Non, il ne fait qu’en chercher, me répliquais-je.

Así dice (el subrayado es de Rimbaud) el “esposo infernal” de Une saison en enfer (Una temporada en el infierno): ¿acaso tiene secretos para cambiar la vida? No, solo los está buscando, me respondí a mí mismo.

Los jóvenes que apilaban cascote para cerrar el paso a la policía con monsieur Arrabal sin duda se consideraban, en el fondo, poetas, y como Rimbaud, creían que incluso la amour est à réinventer, como dice el mismo esposo infernal: hay que reinventar el amor.

Quizá no fuera tan casual que a Mr. Beckett se le ocurriera imaginárselos convertidos en notarios: chaque notaire porte en soi les débris d'un poète, había escrito ya Flaubert: cualquier notario lleva en sí los restos de un poeta.

Car tout bourgeois, dans l'échauffement de sa jeunesse, ne fût-ce qu'un jour, une minute, s'est cru capable d'immenses passions, de hautes entreprises. Le plus médiocre libertin a rêvé des sultanes; chaque notaire porte en soi les débris d'un poète. (Madame Bovary, III, 6).

“Pues todo burgués, en el acaloramiento de su juventud, se ha creído capaz, aunque solo fuera un día, un minuto, de inmensas pasiones, de grandes empresas. El libertino más mediocre ha soñado con sultanas; cualquier notario lleva en sí los restos de un poeta”.

El caso es que monsieur Arrabal, desengañado de pronto, abandonó en el suelo los adoquines (para que creciera la hierba bajo ellos) y se alejó de los notarios del porvenir para tomarse un whiskey Jameson con Mr. Beckett en el bar de la esquina.

Lo más parecido que tenemos en España a estos jóvenes notarios es quizá lo que Juan Cueto llama “la quinta dominante”, la del 42, con Felipe González a la cabeza, que, si alguna vez soñó con sultanas, ha acabado solo como consejero de otras “grandes empresas” y con otras “inmensas pasiones”.

O Javier Solana, también de la quinta dominante, secretario general de la OTAN, que quizá conserve en formol o en un relicario las ruinas de aquel muchacho al que yo he visto exigiendo a gritos “¡OTAN NO, BASES FUERA!”.

En fin: cuento y no acabo.

¿Qué tiene de sorprendente, cuando el propio Rimbaud acabó convertido, según dicen, en traficante de armas y tratante de esclavos?

El poeta murió a los dieciocho años, según dijo Paul Verlaine: después ocupó su lugar un señor flaco, huesudo y de ojos tristes, que jamás se hizo notario, aunque le amputaron una pierna y murió a los treinta y siete, habiendo recibido los Santos Sacramentos (o por lo menos eso dijo su hermana).

Los poetas cambian de estado y se evaporan en notarios; los propios poemas, a la vuelta de unos cuantos años, se convierten en lemas para los estudiantes, como el changer la vie de Rimbaud, o en anuncios de colonia, como el il y a un autre monde mais il est dans celui-ci de Paul Éluard: hay otros mundos, pero están en este.

Cuando yo era niño, mi padre solía recitar, en su francés macarrónico (que debe de ser hereditario según parece) el poema de Rimbaud titulado “Chanson de la plus haute tour” (“Canción desde la torre más alta”):

Oisive jeunesseA tout asservie,Par délicatesseJ'ai perdu ma vie.Ah! Que le temps vienneOù les coeurs s'éprennent.

Sobre poco más o menos:

“Ociosa juventud

de todo esclava,

por delicadeza

he perdido mi vida.

¡Ah! Que venga el tiempo

en que se apasionan los corazones.“

Como es largo, voy a ir leyendo, con las gafas de cerca puestas, una a una, en su orden, las seis estrofas.

Aquí, en la primera, ya vemos cuál es esa torre más alta: la despedida, el final de una vida que, quizá como todas, acaba echada a perder, desaprovechada, vivida en vano.

“Por delicadeza”.

Es curioso: este par délicatesse/ j’ai perdu ma vie quizá sea el fragmento más conocido de Rimbaud, aunque no haya aparecido (todavía) en ningún anuncio de bombones de chocolate. Y sin embargo, catorce años más tarde, en 1886, cuando Rimbaud lo rescata en Une saison en enfer, ¡lo suprime!

La nueva versión empieza justo después de esos versos. ¿Será que los poetas, como decía Fraga del PSOE, no aciertan ni cuando rectifican?

Allí añade unas palabras sobre el poema: Je disais adieu au monde dans d’espèces de romances, decía adiós al mundo en una especie de romances.

Se trata de un marco familiar: la voz nos habla desde la torre más alta, esa atalaya final desde la que cae (lentamente) el telón.

No perdamos de vista que, en el caso de un poeta, esa torre bien pudiera ser la célebre “torre de marfil”, símbolo de la entrega al arte por el arte, sin tener en cuenta el mundo. Quizás en verdad a lo que está diciendo adiós Rimbaud es a la poesía.

Sea como fuere, entonces, una vez en la torre, ¿con qué se apasionan o se enamoran los corazones? Ese tiempo, ¿está por venir o debería volver?

¿Es el amor juvenil o es la muerte, el único deseo (como diría Lacan)?

Je me suis dit: laisse,Et qu'on ne te voie:Et sans la promesseDe plus hautes joies.Que rien ne t'arrête,Auguste retraite.

“Me dije: abandona,

y que no se te vea:

y sin la promesa

de placeres mayores.

Que nada te detenga,

augusta retirada.“

Ha renunciado al mundo, se retira. Es una retraite, un retiro en esa torre (abolida, como la del Príncipe de Aquitania, según Gil de Biedma), pero también es la retirada de un ejército vencido, nada puede detener a esa perduta gente.

Porque sin duda a la entrada de la torre hay las mismas palabras que leyó Dante “escritas en lo alto de una puerta”, en el tercer canto del Inferno: “Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate”, abandona toda esperanza al entrar. Sin promesas de placeres, sin una sola esperanza que te haga titubear, que impida la retirada del derrotado.

Per me si va nella città dolente,per me si va nell’eterno dolore,per me si va tra la perduta gente.

“Por mí se va a la ciudad doliente,

por mí se va al eterno dolor,

por mí se va tras la perdida gente.“

Así que abre la puerta, deja atrás toda esperanza, y sube por la escalera de caracol hacia la almena de la torre más alta.

J'ai tant fait patienceQu'à jamais j'oublie;Craintes et souffrancesAux cieux sont parties.Et la soif malsaineObscurcit mes veines.

“Tuve tanta paciencia

que para siempre olvido;

Miedos y sufrimientos

al cielo se han ido.

Y la sed malsana

oscurece mis venas.“

Va al mismo lugar al que Virgilio llevaba a Dante, muy lejos del cielo donde están olvidados sus miedos y sufrimientos: en sentido contrario.

Y además sube de dos en dos los escalones, tiene prisa, la sed ya le oscurece la sangre igual que una nube de tormenta (como diría Homero).

Ainsi la PrairieA l'oubli livrée,Grandie et fleurieD'encens et d'ivraiesAu bourdon farouche

De cent sales mouches.

“Así la Pradera

entregada al olvido,

agrandada y florida

de incienso y de cizaña

con el hosco zumbido

de cien sucias moscas.“

Ha llegado a lo más alto de la torre más alta (tal vez de marfil) y, desde allí, contempla la Pradera que ha dejado atrás. Con mayúscula, porque es la prairie amoureuse (de “Les poètes de sept ans”), el “prado / verde e bien sençido, de flores bien poblado” de Berceo, el locus amoenus donde toda la carne es hierba.

Como si fuera el paraíso de su juventud, y sin embargo, hoy huele a incienso (propio de altares de sacrificio) y ha florecido la cizaña. Peor aún: oye el zumbido de cien sucias moscas. Putrefacción y moscas revoloteando sobre los cadáveres, el panorama familiar de un ejército que se bate en retirada.

O quizá, como diría Juan Marsé, así es como uno se venga de sus sueños de juventud: corrompiéndolos.

¿No es esa la ejemplar trayectoria de nuestros jóvenes notarios del 68, los Cebrián o los Solana?

Ah! Mille veuvagesDe la si pauvre âmeQui n'a que l'imageDe la Notre-Dame!Est-ce que l'on prieLa Vierge Marie?

“¡Ah! ¡Mil viudeces

del alma tan pobre

que tiene solo la imagen

de Nuestra Señora!

¿Vamos a rezar

a la Virgen María?“

De las cien moscas zumbando hemos pasado a las mil viudeces, las mil pérdidas de un alma a la que solo le queda la imagen de la Virgen: escaso consuelo, porque no va uno a ponerse ahora a rezar igual que zumban las moscas.

Recordemos, entre paréntesis, que, desde las letanías de la Virgen, uno de los nombres clásicos de Nuestra Señora es turris ebúrnea, es decir, torre de marfil. ¿Vamos a ponernos a rezar? ¿A escribir poesías?

En esta estrofa hay quien ha querido ver una alusión a Verlaine, de quien Rimbaud se consideraba “viudo” (o esposo infernal).

Y parece una suposición razonable.

Como se sabe, tuvieron una tormentosa historia: Verlaine abandonó a su mujer y a su hijo y se fue a vivir con Rimbaud. En Inglaterra y Francia, los dos juntos bebían, se drogaban, follaban, se peleaban, escribían y se reconciliaban. Al final, en Bruselas, Verlaine le disparó un par de tiros a Rimbaud, que pretendía regresar a París. Aunque no fue muy grave, a Verlaine le condenaron a dos años de cárcel por tentativa de homicidio. En prisión, el poeta adquirió una encendida fe católica, que luego quiso transmitir a Rimbaud, aunque este no le hizo el más mínimo caso: ¿es que ahora vamos a ponernos a rezar a la Virgen? ¡Por favor!

De hecho, como señala Delahaye, el poema reescribe unos conocidos versos de Verlaine: La mer sur qui prie / La Vierge Marie: el mar sobre el que llora la Virgen María.

Y aquí se acaba en realidad el lamento desde la almena de la torre, porque la última estrofa es una repetición de la primera:

Oisive jeunesseA tout asservie,Par délicatesseJ'ai perdu ma vie.Ah ! Que le temps vienneOù les coeurs s'éprennent!

Quizá el desolador destino de los jóvenes notarios del 68 sea el de toda vida: las cien moscas zumbando sobre nuestros sueños juveniles que se descomponen en la pradera.

Nosotros los contemplamos mirando atrás desde la torre más alta, solos, almas mil veces viudas, notarios en cuyo interior se pudren los restos de un poeta.

Y ni siquiera tenemos el consuelo de ponernos a rezar o a escribir poesías, mientras la sed va oscureciendo nuestra sangre como una nube de tormenta.

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