Realidad negra
Según cuenta la prensa, hace unos días unos desconocidos entraron alrededor de la medianoche en la casa del presidente de la patronal de Gerona, le ataron a él y a su mujer y luego de obligarles a indicar dónde se encontraba el dinero que, supuestamente, había en la vivienda les amordazaron. El empresario murió presumiblemente asfixiado por la mordaza, causa que está pendiente de ser confirmada por la autopsia.
He aquí el argumento para sentarse a escribir un thriller, un hard boiled, un polar, el guión de un film noir, una novela negra o como le quieran llamar.

Al igual que su descendiente directo, la novela de espías después de la guerra fría, con cotas tan altas como las alcanzadas por Graham Greene, Eric Ambler y John Le Carré, la novela negra parece haber perdido su capacidad para narrar lo que acontece porque sencillamente cuenta lo que ya sabemos, y esa es otra de las perplejidades que caracterizan este tiempo: asistir al derrumbe sin opacidad alguna. Digamos que el thriller se ha convertido en un género vintage en la medida que nos convierte a todos en autores que masticamos la trama de la noticia del suceso de Gerona buscándole la vuelta, como podemos hacerlo con la abogada que fue asesinada en Madrid, en su casa de un barrio residencial a manos de unos presuntos ladrones en la noche en que la selección ganó la Eurocopa. Estaba en la vivienda con su esposo y su hijo. Ellos miraban la televisión y ella se encontraba en la planta alta, descansando. Todo pasó muy rápido y los intrusos no llegaron a llevarse ni dinero ni objetos. Las cámaras de vigilancia no registraron movimientos extraños. ¿Qué pasó? Tarea para oficinistas desayunando frente al periódico en el bar mientras apuran el café y un cigarrillo.
Pero el género sigue dando buenas razones para leer. La marca del meridiano, de Lorenzo Silva (Planeta, 2012) es una de ellas. Y visitar su Getafe Negro cada año, una buena razón para asistir, por ejemplo, a charlas como la del autor argentino Ernesto Mallo, que acaba de publicar Los hombres te han hecho mal (Siruela, 2012) y también para llevarse provisiones a casa: la reedición de las novelas de Simenon que acaba de lanzar Acantilado, las de los suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö en RBA, la última de Andrea Camilleri, La danza de la gaviota (Salamandra, 2012) o Elmer Mendoza, Nombre de perro (Tusquets, 2012). Y comprarse, sin lugar a duda, lo que no puede faltar en la mesilla de luz de ningún lector del género: la excelente Guía de la Novela Negra de Héctor Malverde (Errata naturae, 2010), un paseo por todos los autores con reseñas entretenidas e inteligentes, que no es otra cosa que lo que se demanda de una buena novela negra. Eso sí, se echa en falta que Malverde actualice la lista de escritores: Mario Draghi, Angela Merkel, Mario Monti, Christine Lagarde y Dominique Strauss-Kahn, a día de hoy son ausencias clamorosas en una guía tan cuidada.
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