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Santas reliquias inmobiliarias

Rafael Reig

En la costa del levante hay cientos de esqueletos de edificios cuya construcción quedó interrumpida de un día para otro al estallar la crisis del ladrillo. A veces parecen costillares de ballenas varadas; a veces recuerdan, al caer la tarde, el galeón que encontraron en tierra firme, muy lejos del mar, aquellos fundadores de Macondo.

Yo no dudo de que estas reliquias se convertirán un día en iglesias.

Los madrileños del mañana, cuando hayan olvidado ya la burbuja inmobiliaria, tras horas atrapados en pavorosas caravanas, alcanzarán exhaustos la orilla del Mediterráneo y caerán de rodillas ante esas misteriosas armaduras de cemento.

Inventaran para el tótem un sentido religioso, una liturgia, media docena de oraciones, un altar de sacrificios.

La nueva religión también tendrá sus profetas y sus mártires, sus herejías y su curia, sus dogmas, sus cismas, su propia Inquisición, y hasta textos sagrados en confusos hexámetros o quizá en fragmentos del para entonces ya perdido poema que dedicó Rodrigo Caro a las ruinas de Itálica:

Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora

campos de soledad, mustio collado,

fueron un tiempo Itálica famosa…

Leves vuelan cenizas desdichadas;

las torres que desprecio al aire fueron

a su gran pesadumbre se rindieron.

Este despedazado anfiteatro,

impío honor de los dioses, cuya afrenta

publica el amarillo jaramago,

ya reducido a trágico teatro,

¡oh fábula del tiempo! representa

cuánta fue su grandeza y es su estrago.

…Aquí ya de laurel, ya de jazmines

coronados los vieron los jardines,

que ahora son zarzales y lagunas.

La casa para el César fabricada

¡ay! yace de lagartos vil morada;

casas, jardines, césares murieron,

y aun las piedras que de ellos se escribieron.

Fabio, si tú no lloras, pon atenta

la vista en luengas calles destruidas;

mira mármoles y arcos destrozados,

mira estatuas soberbias que violenta

Némesis derribó, yacer tendidas,

y ya en alto silencio sepultados

sus dueños celebrados.

En el paisaje espectral de los solares de Terra Mítica, entre las ruinas de la Ciudad de la Luz, sobre el asfalto derretido de las pistas de despegue del aeropuerto de Castellón o del circuito de Fórmula 1 de Valencia, atravesando los escombros de Marina d’Or, los crédulos madrileños del futuro se cogerán de la mano, temblorosos, para celebrar juntos el santo sacrificio del capital redentor, creador de empleo y de riqueza.

Este es el porvenir que nos espera por haber vivido dentro de un famoso soneto de Cervantes:

“¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza

y que diera un doblón por describilla!;

porque, ¿a quién no suspende y maravilla

esta máquina insigne, esta braveza?

¡Por Jesucristo vivo, cada pieza

vale más que un millón, y que es mancilla

que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,

Roma triunfante en ánimo y riqueza!

¡Apostaré que la ánima del muerto,

por gozar este sitio, hoy ha dejado

el cielo, de que goza eternamente!“

Esto oyó un valentón y dijo: “¡Es cierto

lo que dice voacé, señor soldado,

y quien dijere lo contrario miente!“

Y luego incontinente

caló el chapeo, requirió la espada,

miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

Como se sabe, está dedicado al túmulo que se erigió en Sevilla para Felipe II. En el soneto, frente al monumento fúnebre, dialogan dos personajes: un soldado escéptico y socarrón que no se cree nada y un valiente de guardarropía, el matasiete fanfarrón que defiende la maravilla recién construida.

Los de mi edad conocemos muy bien este soneto porque era el único ejemplo inevitable de estrambote, es decir, según la Academia: “un conjunto de versos que por gracejo o bizarría suele añadirse al fin de una combinación métrica, especialmente del soneto”. Al igual que “estrambótico”, procede del italiano strambotto.

Todo el mundo sabe, menos el maldecido corrector de Word, que “voacé” equivale a usted, tal y como indica la Academia. “Incontinente” o “incontinenti” nada tiene que ver ni con hacerse pis ni con la capacidad de reprimir un deseo, sino que viene del latín in continenti y significa inmediatamente, prontamente, al instante.

Fuera de esto, el poema es transparente, como lo es nuestro predicamento.

Cuando vimos alzarse el túmulo ante nosotros, ¿qué hicimos?

Cuando el PSOE de Felipe González inventó el pelotazo y Solchaga presumía de que en España era muy fácil hacerse millonario, cuando el PP de Aznar celebraba bodas en El Escorial con El Bigotes como invitado de honor, cuando los del PSOE de Zapatero se lanzaban en picado hacia los consejos de administración, cuando Bárcenas repartía sobres en el PP de Rajoy, cuando nuestros pueblos y ciudades empezaron a rebosar de chirimbolos de Calatrava o de Foster, de falos enhiestos y megalómanos, de pirulís, de torres KIO, de tanta máquina insigne, de tanto edifico singular y tanto chalet adosado, durante todo ese tiempo, nosotros, ¿dónde estábamos? ¿Con el soldado escéptico y socarrón? ¿O con el valentón insolente dispuesto a defender con la espada su derecho a ser millonario, a comprar un 4x4, a viajar por el mundo en vuelos de bajo coste o a vestir un traje de Armani o por lo menos de Milano?

Muchos sin duda estaban con el valentón, a favor de crear riqueza y empleo y de presumir sin complejos de la Marca España.

Otros estaban con el soldado incrédulo y disgustado por lo que veía, pero hicieron lo mismo que él: no levantar la voz.

Por no discutir, dejaron que el valentón soltara sus sandeces y se fueron con una sonrisa irónica a ocuparse de sus asuntos.

Si seguimos así, acabaremos todos arrodillados en las nuevas iglesias de la ruinas del ladrillo, adorando al mismo becerro de oro de Moloch, el ídolo del capitalismo devorador de hombres.

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