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Editorial: 'El futuro de la izquierda: oposición ciudadana y debate abierto'

Agenda Pública

La semana pasada los resultados del PSOE en las elecciones del País Vasco y Galicia nos llevaron a preguntarnos sobre qué estará sucediendo en aquel partido para que no surja una “oposición interna”, al menos una visible. Ante esta situación, señalamos el rol que está asumiendo lo que dimos en llamar como “oposición ciudadana”, encargada de canalizar las ideas, críticas y reivindicaciones de nuestra sociedad. La sectores más activos de la ciudadanía están empezando a reaccionar, más o menos intensamente, ante la parálisis que se percibe en nuestros gobernantes y, en lo que ahora nos ocupa, ante la falta de respuesta de una partido progresista mayoritario que a día de hoy no parece capaz de asumir la posición de liderazgo que hasta ahora parecía ostentar.

Los resultados electorales del pasado domingo han generado muchos artículos y opiniones en distintos medios de comunicación. Aprovechamos este espacio para reflexionar en voz alta sobre alguna de las cuestiones que nos hemos ido planteando durante esta semana; así, por ejemplo, ¿qué es la “oposición ciudadana”?, ¿cómo se tendría que organizar esta “oposición ciudadana”?, ¿qué rol tiene que jugar la “oposición ciudadana” y, finalmente, ¿cómo desde Agenda Pública podemos contribuir a esta “oposición ciudadana”?

“Oposición ciudadana” debería ser sinónimo del debate abierto que trasciende las estructuras de un determinado partido político. El debate abierto es sin duda positivo porque facilita el flujo de las ideas renovadoras desde afuera hacia adentro. Más allá de la situación específica por la que está atravesando el primer partido de la oposición en España, es una realidad que los partidos de la izquierda se están quedando pequeños y no resultan capaces de vertebrar y vehicular la participación de la ciudadanía progresista. Los militantes, simpatizantes y votantes de estos partidos tienen más instrumentos de expresión y de formación de la opinión fuera del partido que nunca. Asimismo, tienden a ser menos deferentes con los políticos y los cargos internos y desean jugar un papel más activo en el proceso político.

La “oposición ciudadana” debe ser, también, sinónimo de una sociedad civil fuerte y activa que sea capaz de condicionar y participar en la necesaria circulación de las élites. Como afirma Víctor Pérez-Díaz en El malestar de la democracia una de las necesidades ineludibles de la democracia española es precisamente la de dotar de mayores instrumentos y espacios a la sociedad civil, para que, entre otras cosas, facilite la renovación de las élites políticas.

En la medida en que esto sea así, la “oposición ciudadana” se convierte en una infraestructura cívica de ideas y opinión. De hecho, es fuera de las estructuras de los partidos donde se está produciendo el debate abierto que, poco a poco, va presionando para que se asuman determinadas ideas y posiciones políticas. Grupos de pensamiento y debate, algún medio de comunicación independiente, blogs, fundaciones, asociaciones, etc. En definitiva, un tejido ciudadano con voz propia y capacidad de opinar con voz clara y fuerte frente a ineficiencias e injusticias del sistema.

En este contexto, la “oposición ciudadana” aparece representada por nuevas voces, por una red de pensamiento y conocimiento progresista, que se basa en argumentos y datos y que representa la posibilidad de tener nuevas perspectivas. Para ello, debe aprovechar la inteligencia y el discurso que está surgiendo del encuentro en la red entre el conocimiento y las personas. Abriéndose a aquellos que más sepan y cuenten con mayor expertise sobre los temas que consideremos que deben ser prioritarios para la izquierda. Se trata de convertir esta inteligencia colectiva en útil para la izquierda.

En ese sentido, la universidad y la investigación rigurosa que se produce fuera de ella debería desempeñar un papel especialmente relevante en la “oposición ciudadana”. Más aún teniendo en cuenta un fenómeno novedoso de la democracia española, al que a menudo no hemos prestado atención: en las últimas cuatro décadas se ha dado una proliferación por toda España de redes de grupos de investigación universitarios en el ámbito de las ciencias sociales, formados por investigadores muy cualificados, y que participan en los debates académicos y de pensamiento político y social internacional.

Esta contribución española al pensamiento global no se había dado nunca en las actuales dimensiones. Ya no se trata de un pensador fenomenal. Ni de un grupo de élite perfectamente identificable y ubicable. Tampoco de una escuela particularmente bien comunicada con las ideas que hacen mover el mundo. La academia española de hoy en ciencias sociales, como ocurre en el resto de las ciencias, se compone de centenares de nodos, más o menos interconectados, que acumulan una enorme cantidad de información y de conocimiento. ¿Se está beneficiando la sociedad española de ellos? ¿Los partidos? ¿Las administraciones públicas? ¿Son conscientes de ello? Mucho nos tememos de que no, al menos no en la medida deseable.

El desdén político y de la izquierda en particular por esta masa de saber explica muchas de las debilidades de nuestra democracia. Y augura el potencial de la “oposición ciudadana” que viene. Estos grupos de investigación tendrían que ser los suministradores públicos de conocimiento número uno, para que de ellos se pudieran nutrir los creadores de opinión y se pudieran informar las decisiones públicas que gobiernan España.

¿Están dispuestos los partidos a escuchar, recoger y, en su caso, aceptar las aportaciones de esta “oposición ciudadana”? Necesitamos a los partidos progresistas para vehicular las ideas y propuestas que se generan desde la sociedad y nos preocupa el peligro que representa la contra-democracia, del que ya alertaba Pierre Rosanvallon. El intercambio de ideas y de creación de argumentos debe llegar a los partidos que son, en nuestro actual sistema, los que vehiculan el pluralismo político y los que, una vez en el parlamento, garantizan la integridad de la representación política.

En este sentido debe asumirse que, como decíamos la semana pasada, la ciudadanía puede suplir el debate que no se produce en los partidos pero, en un sistema de representación parlamentaria como el nuestro, sólo los partidos pueden tomar las riendas de la discusión y convertir estas ideas en soluciones reales frente a la crisis”. Algunos dirán que lo que no funciona es el sistema de representación que nos viene dado por nuestra Constitución. Nosotros defendemos, en cambio, que es un sistema válido. Imperfecto y necesitado de modificaciones, sin duda, pero, al fin y al cabo, es el modelo de democracia que creemos más ajustado a nuestra realidad.

Así, si bien el debate abierto es indispensable para el avance de la izquierda en España, al final son los partidos progresistas los que deben aglutinar todas aquellas expresiones, por fuerza plurales y heterogéneas, y convertirlas en un discurso riguroso y coherente que permita: 1) señalar y reconocer los problemas reales; 2) plantear soluciones eficaces; 3) construir argumentos contra determinados mitos defendidos por la derecha; 4) reconocer ante la ciudadanía que desde la izquierda también se han producido abusos, miopías y simplificaciones excesivas de la realidad; y 5) explicar que la situación actual requiere, seguramente, una nueva mirada desde la izquierda, que debe adaptarse, sin perder sus principios fundamentales, a las nuevas realidades.

Los retos que tiene la izquierda en España requieren de la colaboración de la oposición ciudadana, de su impulso, del ejercicio de la ciudadanía responsable. Sin embargo, la actual situación social requiere no demorar más una respuesta articulada y vehemente capaz de redirigir nuestro rumbo. Nos jugamos el futuro de la izquierda y, con ello, el de la confianza de la ciudadanía en su sistema político y democrático.

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