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Podemos: un sustrato político transversal

Monedero, Iglesias y Errejón en Asamblea Podemos / Marta Jara

Josep Lobera

El sustrato estaba. Hacía falta una chispa adecuada para que el malestar social ocupara las calles en 2011; sucedió antes de unas elecciones municipales y autonómicas. Hubo un antes y un después: visibilización y movilización se retroalimentaron mutuamente en el 15-M y sus propuestas de no votar a los partidos mayoritarios (PP, PSOE y CIU) acabaron calando en la opinión pública y en su comportamiento electoral.

Tres años más tarde, el sustrato electoral estaba. Hacía falta una chispa adecuada para aglutinarlo. Distintas propuestas políticas lo intentaron, pero no lo lograron. En cuatro meses de vida, Podemos obtuvo cinco eurodiputados, aportados directamente por ese sustrato. Hoy sería segunda o tercera fuerza política en unas elecciones generales, gracias a un fenómeno de retroalimentación entre visibilizacion y fuerza similar al que alimentó al 15-M en su momento.

Partido X, Equo, incluso Izquierda Unida e UPyD, habían intentado nutrirse de ese caladero de insatisfacción política pero no lo lograron. ¿Qué elementos estaban presentes en la primavera de 2014 en Podemos que no estuvieron presentes en intentos anteriores? Han sido varios.

En primer lugar, la figura de un líder, como supuso la aparición en la escena político-mediática de Pablo Iglesias. La efectividad una estrategia basada en un/a líder político para aglutinar la indignación política es algo que, a pesar de a algunos les pueda parecer contradictorio, no lo es en absoluto. El liderazgo político (el ejercicio de una figura carismática dentro de una formación) no ha sido aprovechado por otros partidos, a pesar de los recurrentes avisos de la teoría política sobre las funciones específicas y poderosas que posee. Alguien que personalice el discurso, una voz que exprese el descontento y que ejerza liderazgo es valorado positivamente, también entre el sustrato indignado. La figura de un/a líder logrará más adhesión electoral, especialmente en tiempos de crisis, que otras estrategias de futuro (pero todavía no con capacidad aglutinadora en el presente) que recortan el peso estratégico del o la líder.

A esa (efectiva) estrategia centrada en la figura se le suman una especial habilidad para el debate cuerpo a cuerpo, la novedad y (fundamental) una gran visibilidad en los medios de comunicación de masas. El poder de los medios masivos en la transmisión del discurso político es, ha sido y seguirá teniendo un efecto inmenso.

Pero todo ello era insuficiente sin un discurso transversal. Y, en mi opinión, esa ha sido una de las decisiones más efectivas que ha tomado Podemos hasta la fecha. Me baso en la investigación que realicé junto a Víctor Sampedro para el encuentro 15Mp2p y en la que destacamos la fuerte transversalidad del 15M y de sus críticas al modelo político heredado de la Transición. En ella se observa claramente cómo los simpatizantes del 15M y, por lo tanto, los más críticos con el funcionamiento político actual y los proclives a nuevas propuestas políticas, eran mayoría en todos los sectores de la población (ya se haga la criba por grupos de edad, sexo, estado laboral, hábitat e, incluso, ideología política). El hecho de que fuesen mayoría no quiere decir que la simpatía con las propuestas del 15M se manifestase con igual intensidad en todos los grupos de población, pero sí que el caladero electoral es transversal. Esta es la misma transversalidad que el Partido Popular, con una estrategia igualmente efectiva, intenta romper. Con ella, trata de activar el voto útil ante “la amenaza chavista” entre su (muy) desgastado electorado.

Podemos ha roto (o al menos lo intenta de manera insistente) la lógica izquierda-derechas que ha funcionado en España desde la Transición (y en la mayor parte de los países de nuestro entorno). Dice representar la voz de todos, del 99%, frente a las élites políticas y económicas, de la “casta”. Un término mediático y viral que sintoniza con el sentir profundo de muchos. Son aquí comprensibles las críticas políticas y prevenciones académicas sobre su uso, pero he oído a poca gente de a pie criticando que se emplee. Al contrario, en quienes terminan una frase con “la casta” se percibe una cierta sonrisa desahogada. Es innegable que el término resulta efectivo, que conecta con un sentir popular y que cambia el eje izquierda-derecha por el de arriba-abajo. Y, en un tiempo de malestar y cansancio, parece evidente su efectividad electoral.

Desde mayo de 2010, la erosión del apoyo político ha ido en aumento, en todos sus niveles. El descontento económico se ha fundido con el descontento político y, este, se ha extendido, con muy pocos matices, alcanzando a líderes políticos, partidos políticos e instituciones públicas. El descontento es transversal y Podemos ha establecido un discurso que conecta con esa transversalidad.

Así, son varios los elementos contribuyen a que Podemos se nutra de ese sustrato indignado: la figura de un líder, su visibilidad mediática, la habilidad en el debate público, la novedad (no hay facturas pendientes) y el marco transversal del discurso político. Elementos que no se habían dado antes, todos ellos, en una misma formación política desde los años ochenta.

Hay un cambio profundo en el sentir de la política de los españoles. Estamos ante un cambio de paradigma. La Cultura de la Transición está en transición. ¿Hacia dónde? Eso dependerá de cómo evolucione la interacción de los protagonistas del juego político (ciudadanía, partidos y medios de comunicación incluidos) y de cómo jueguen sus cartas.

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