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¿En qué grado han modificado nuestro sistema político las elecciones del 25-M?

25-M

Juan Jesús Mora Molina

Grandes esperanzas habían sido depositadas en las elecciones al parlamento europeo celebradas el pasado domingo. Desde los mentideros más influyentes de este país a nivel mediático se venía profetizando un cambio de tendencia en el comportamiento electoral de los españoles. El mantra que se repetía una y otra vez, hasta la saciedad, es que aflorarían corrientes subterráneas, energías tácitas, que habían permanecidas ocultas a lo largo de nuestra geografía. Había llegado el momento de hacer visible el cambio de rumbo en el modelo político, atacando a la línea de flotación de nuestro actual sistema de partidos, erigido sobre dos grandes formaciones.

La cita para empezar a expresar el descontento con el bipartidismo reinante era el 25 de mayo de 2014. ¿Y qué ha ocurrido? En efecto, como se esperaba el descontento ha aflorado electoralmente, si bien acompañado de una inadvertida sorpresa para los vaticinios –no exentos de cierto sesgo- de los augures: la incidencia más relevante es localizable en el espectro de la tradicionalmente denominada “izquierda”, y con víctimas políticas ya visibles.

Ahora bien, no se trata de ninguna anomalía que el partido en el gobierno haya sufrido retirada de confianza –no sabemos si momentánea- de parte del electorado en un contexto de graves desafíos socio-económicos, bien a través de volatilidad o de abstención. Igualmente, se puede predicar del partido ahora en la oposición, cuyo otrora mandato de gobierno no sirvió para amortiguar los efectos virulentos de años fuertemente anticíclicos. El hecho de que para ambos no se hubiese observado pérdida de votos sí sería de lo más extraño, casi incomprensible. Ese comportamiento desde el electorado, sin duda, se habría dado en cualquier llamada a las urnas, siempre y cuando el contexto socio-económico permaneciese invariable.

No obstante esa circunstancia, hemos de tener en cuenta de que unas elecciones como las europeas poseen una serie de características y especificidades que las singularizan frente a otras de ámbito doméstico. La lejanía de Europa, de su construcción y de sus instituciones, el conocimiento muchas veces inexacto de su funcionamiento, la percepción de una utilidad difusa, o un convencimiento muy extendido de una Europa de varias velocidades,… son -entre otros- factores determinantes a la hora de concitar una participación no muy amplia. Al no votar al Presidente de la Comisión, simplemente elegimos a un número de parlamentarios (en nuestro caso 54 ). No es que Europa no despierte interés, sino más bien que no despierta el interés que debiera. Si Europa nos parece distante, entonces el referente válido que nos puede impulsar tanto a ejercer el derecho al voto como la inclinación del mismo ha de ser necesariamente otro: a nivel psico-social, la población vota en clave nacional.

Los clivajes que han sido estimulados para ganar la convocatoria europea son exactamente los mismos que los que operan en otras, utilizando como armas arrojadizas para incitar o desincentivar el voto dificultades estrictamente internas, junto a desafortunadas anécdotas que han vaciado la campaña de todo contenido europeísta. Son las zozobras experimentadas en nuestro umbral de bienestar, o las advertidas en el de otros, las que van a determinar la elección de preferencias. Aunque aquí cabe una pregunta: ¿únicamente la mayoría del electorado se atreve a votar según su primera elección de acuerdo con una jerarquía de preferencias en unas elecciones como las europeas? Responder afirmativamente nos conduciría -estimo- a un insufrible sinsentido y a un vaciado de valor a todo lo que significa el proyecto de construcción europea. .

Los resultados del 25 de Mayo, a tenor de las tesis anteriores, por un lado deberían ser interpretados cualitativamente bajo particularidades propias del escenario español, esto es, marcada e intensificada tendencia a la dualidad social y pugna por el “derecho a decidir”; y, por otro, la presencia de un elemento cuantitativo concluyente: el sistema electoral vigente para estas elecciones (circunscripción única, ausencia de barrera electoral y fórmula D’Hont –la estructura de voto no es relevante-). La complementariedad de dichos enfoques nos hará ver el bosque.

La irrupción fulgurante de una fuerza política como PODEMOS (7,97%), junto a una pérdida significativa de sufragios por parte del PP (26,06%) y del PSOE (23%), al paraguas de un porcentaje de participación casi idéntico al de 2009 (45,84%), es lo más destacable de los resultados. ¡Imagino que casi todas las formaciones que han obtenido representación estarán satisfechas por el hecho de que se encuentran sobrerrepresentadas! Pero, visto así, sería posible realizar lecturas de lo más variopintas. Sé sobradamente que la extrapolación a unas elecciones generales puede llevar a la confusión, que las distintas elecciones son inconmensurables entre sí. Ahora bien, no estaría de más reflexionar sobre si el sistema electoral previsto en la LOREG para la configuración del Congreso de los Diputados permitiría una realineación del sistema de partidos como ahora muchos están pregonando, erigiéndola como una verdad indubitable. Pero diseñemos un experimento de laboratorio con las variables reales –pero falibles para unas elecciones generales- del pasado 25 de Mayo, por lo que introduciré algunas correcciones. Veamos la tabla número 1.

Una cierta modificación en el sistema de partidos solamente es posible en aquellas circunscripciones cuya densidad sea alta, lo que provocará un efecto mecánico de la fórmula D’Hont muy proporcional. En concreto, siete son las arenas (color amarillo ocre) en las que eso sería posible, pero sobre todo Madrid y Barcelona, y a mayor distancia Valencia. Una hipotética representación de PODEMOS en el hemiciclo, con 19 diputados, sería posible gracias a esas siete circunscripciones, en las que obtendría 11 diputados. Los ocho restantes se reparten entre circunscripciones con una densidad de siete o más diputados (color gris). En total, estamos refiriéndonos a 15 circunscripciones, mientras que el sistema electoral prevé un total de 52. Es en ese vasto resto donde se observa un “bipartidismo circunscripcional”. Es más, si tomamos como referencia el promedio de la barrera efectiva en cada una de las circunscripciones a lo largo del archivo histórico de las elecciones generales desde 1977, así como el incremento de la participación, el destino de formaciones como PODEMOS es el reservado a IU y UPyD, ya que no poseen la “utilidad territorial del voto” como es el caso de CIU, ERC, PNV y BILDU.

En otras palabras, el sistema electoral para las elecciones generales, diseñado en pro de la estabilidad, sigue protegiendo un sistema de partidos no excesivamente representativo en sede parlamentaria. No es de extrañar, por tanto, que debería darse no un vuelco sino un terremoto electoral de consecuencias verdaderamente sorprendentes para romper con el bipartidismo reinante (dado el grado de concentración de voto). Incluso para asegurar la gobernabilidad del país, en caso de un sistema tri o tetrapartidista, no sería descartable que tuvieran eco las voces que ya proponen polarizar al electorado mediante un sistema de bloques a fin de evitar la dispersión y la proliferación de voto perdido, al estilo de la II República. Sería tanto como sustituir la cuota de representación por la cuota de poder. Quizá el pragmatismo y la utilidad empujen hacia ese puerto. Sin embargo, no se dan de momento las condiciones objetivas, aun cuando el objetivo sea la formación de nuevas mayorías. ¿El fin justificará los medios? El tiempo lo dirá.

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