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Cómo los partidos han ayudado a polarizar el debate político en Cataluña (¿hasta perder el control?)

Mas dice que mantendrá el diálogo con el Gobierno "hasta el último momento"

Juan Rodríguez Teruel / Astrid Barrio

Uno de los ámbitos más intensos donde se dirime el ‘proceso’ a favor del referéndum/independencia en Cataluña es el de la legitimación. Como nos recordaba Manuel Arias hace unos días, la disputa ideológica entre legalidad y legitimidad es un aspecto crucial del proceso político catalán. Dos posturas tratan de explicar el origen del proceso. Por un lado, el relato del movimiento soberanista pone el énfasis en la indudable capacidad de movilización conseguida, y que ha hecho visible una demanda popular que surge ‘de abajo’, al margen de los partidos. Frente a esta versión, algunos medios madrileños han preferido pensar que todo se trata de una confabulación de la clase política catalana, de un Mas ‘enloquecido’ o de una reacción ‘burguesa’ para defender privilegios, ante una ‘mayoría silenciosa’ que sufre la dictadura nacionalista. Paradójicamente, esta versión de un elitismo simplista tiene mucho éxito entre los activistas y creadores de opinión favorables a la secesión, que la reutilizan y la exageran hasta lo ridículo a fin de realzar aún más la ‘verdadera’ explicación, la otra, la popular.

Preguntarse cómo hemos llegado hasta aquí no es un ejercicio banal, gratuito ni intelectualmente ingenuo. Si bien muchos querrán extraer de esa respuesta el grado de legitimidad real (absoluto para unos, nulo para otros) que posee todo lo que ha venido pasando en Cataluña desde septiembre de 2012, desde un punto de vista desapasionado y crítico tal pregunta tiene otro interés mayor: nos puede ayudar a intuir por dónde evolucionarán los hechos, más allá de los movimientos tácticos de trinchera que despistan al paciente observador medio. Saber cómo hemos llegado hasta aquí nos puede ayudar a entender cómo puede seguir de aquí en adelante.

Por supuesto, hay diversos factores que se han combinado en un cóctel excepcional. Un contexto muy duro: crisis económica, desafección política, descrédito de instituciones y dirigentes estatales, erosión de la marca ‘España’. A esto se añade una creciente politización de sectores de clase media y con estudios, cuyos hijos están descubriendo cómo baja el ascensor social. Y en consecuencia, un incremento de la movilización social, especialmente si se trata de acciones de protestas y de expresión contra el poder establecido. Ciertamente, la impresión que suscita el panorama catalán desde hace dos años es el de una sociedad muy activa y movilizada que ha desbordado a los principales partidos políticos. No obstante, si se desprovee esta interpretación del voluntarismo de la creencia dogmática, el observador escéptico podrá encontrar inconsistencias, como ya nos sugería Pau Marí-Klose.

Gráfico 1. Identidad nacional individual en Catalunya (1980-2013)

Una observación de los datos de opinión pública en Cataluña desde hace más de 20 años no nos permite detectar grandes cambios estructurales en el tiempo, y, en cambio, sugieren que los cambios de los últimos años dependen más del debate político catalán de lo que el relato soberanista propugna. El gráfico 1 nos muestra la evolución del sentimiento de identidad nacional en Cataluña desde 1989, mientras que el gráfico 2 describe las opiniones sobre el estatus político que debería tener Cataluña. Desde la perspectiva del individuo como motor de lo que está pasando en Cataluña, deberíamos observar que un cambio estructural importante en las preferencias identitarias o políticas de los ciudadanos precediera a los movimientos de los partidos y gobiernos. Sin embargo, no es eso lo que reflejan los gráficos, sino más bien lo contrario: el público reacciona a cambios previos en las estrategias de competición de los partidos.

Para ello hemos marcado cuatro puntos clave: el momento en el que el PSC decide adoptar una nueva estrategia al pedir la reforma del Estatuto (2001) para presionar a CiU y acercar a ERC; el inicio de la reforma del Estatut en el Parlament de Catalunya (2004); el giro soberanista en el discurso de CDC, partido de Artur Mas (2007), que desembocaría meses más tarde en el Congreso del partido, que ratifica ese cambio; y las elecciones autonómicas en las que CiU vuelva al poder desalojando al tripartito del gobierno (2010), meses después de la sentencia del TC.

Gráfico 2. Preferencias de estatus político para Cataluña (1991-2013)

La correlación, aunque no permita afirmar causalidad, sí resulta muy reveladora: la entrada del debate de la reforma del Estatuto (y la reacción del gobierno del Aznar) alimentó posturas inéditas de mayor identidad catalana exclusiva y de mayor preferencia por el federalismo. Igualmente, el proceso de reforma revirtió estas tendencias, hasta el punto de que el fin del proceso situó el autonomismo y la identidad dual en cotas altas. La radicalización de CDC, previa a la sentencia del TC sobre el Estatuto alimenta de nuevo la radicalización, especialmente entre el electorado nacionalista. Y finalmente la llegada de CiU al poder, sus problemas al frente de la Generalitat y la activación de grupos de presión surgidos del entorno de CDC y ERC (aunque no de sus dirigentes), organizados entorno a la Assemblea Nacional de Catalunya y otras organizaciones precede a un aumento sin parangón de las posturas más extremas en términos de identidad e independentismo. ¿Los partidos a remolque de los ciudadanos indignados? Los datos generales no permiten sostener esa afirmación.

Como hemos tratado de argumentar más extensamente, esta perspectiva interpretativa subraya la influencia de los partidos, y la competencia entre ellos, sobre el debate político y las posiciones de los individuos. Es verdad que no podemos concluir que los partidos manipulan a su antojo las preferencias de los individuos. Pero como diría Schattchneider, “organizar es movilizar inclinaciones”. En esa línea, diversos autores han llamado la atención sobre el poder de la conformación de la agenda pública. Esta perspectiva ayuda a proyectar una perspectiva más amplia sobre la evolución de la política catalana, situando el foco sobre cómo los partidos y los dirigentes han venido definiendo el debate político catalán desde hace más de una década, a través de sus opiniones, programas, estrategias e interacción.

Gráfico 3. Suma del % de escaños de CiU y ERC en el Parlament de Catalunya

Si nos fijamos, por ejemplo, en la competición por el poder que se ha dado entre partidos, nos daremos cuenta de que tras esa competición hay escenas de batalla continua determinantes. El Gráfico 3 nos muestra uno de esos ejes de competición clave, centrado en el electorado nacionalista: CiU y ERC han venido a representar la misma porción de diputados desde los años 80s… a la baja y en detrimento de CiU. Así, podemos entender hasta qué punto el auge de ERC entre el electorado de CiU, por razones diversas, llevó a algunos dirigentes de CDC a apostar por recuperar votantes (y posiciones de poder) a través de una evolución al soberanismo, desafiando a ERC en su terreno. Los resultados, hasta el momento, han sido pírricos para CiU, pero fulminantes sobre la radicalización del debate político en Cataluña y, a la postre, de las opiniones de muchos catalanes.

No obstante, la mera competencia interpartidista podría sugerir que, al fin y al cabo, los partidos anticipan los movimientos de los votantes, y se mueven en aquella dirección en la que también esperan se recompensados por estos en el futuro. Algo de eso hay también en la política catalana de la última década. Pero algunos autores han sugerido que también puede haber jugado a favor una preferencia de entrada, por parte de los dirigentes políticos de varios partidos catalanes, hacia posturas más radicales que las de sus votantes. O incluso que las de sus propios militantes de partidos. El problema para tratar de corroborar este tipo de hipótesis es que normalmente no disponemos de datos apropiados. La mayoría de estudios sobre las preferencias de los partidos suelen basarse en lo que opinan sus votantes, de modo que nos perdemos una parte importante de la película.

Gráfico 4. Identidad nacional de dirigentes, militantes y votantes (2000)

Por suerte, para el caso catalán disponemos de datos poco comunes y muy útiles. Los trabajos de Thomas Jeffrey Miley, Enric Martínez Herrera, Xavier Coller y otros sobre parlamentarios nos han enseñado que entre los diputados de la mayoría de partidos nacionalistas catalanes existen perfiles y opiniones que pueden haber favorecido el debate sobre la cuestión nacional frente a otros ejes. Además, encuestas a activistas (delegados de congreso) de partidos catalanes desde los años 90s apuntan en esa misma línea. El gráfico 4 nos muestra que, en el año 2000, los líderes de partidos nacionalistas eran más extremos que sus votantes e, incluso, y esto es mucho menos usual, que sus propios militantes en materia de identidad nacional. Solo los miembros de las organizaciones juveniles de esos partidos (muchos de ellos militantes y dirigentes de esos partidos en la actualidad) eran más extremos que los propios dirigentes. En este mismo sentido, otros datos nos muestran que durante más de una década, los dirigentes de partidos nacionlistas en Cataluña han conseguido atraer a muchos de sus votantes hacia las posiciones más extremas en términos de identidad y de preferencias políticas territoriales.

Si bien de estos datos no puede deducirse una explicación puramente vertical, sí nos ayuda a contrastar el discurso basado en la idea de ciudadanos que arrastra a partidos. Por supuesto, la realidad es suficientemente compleja para esquematizar excesivamente la relación entre elites y ciudadanos. Pero una perspectiva en la que los partidos tienen un peso decisivo en la configuración de la competición política (y, por extensión, de los ciudadanos), nos resulta útil para intuir por dónde seguirá la evolución de los hechos.

Desde hace 15 años, en Cataluña se está jugando la redistribución del poder político. Desde un primer momento, los líderes de los principales partidos escogieron el terreno de la organización territorial para disputar esa competición, poniendo en cuestión el papel de Cataluña en el marco constitucional. Primero fue PSC vs CiU. Luego ERC vs CiU. Pero esta disputa ha acabado fragmentando el sistema de partidos catalán y polarizando a sus votantes. El ascenso de un grupo de presión transversal, y cada vez mejor articulado, nos sugiere nuevas y estimulantes hipótesis. La próxima estación: la lucha por organizar un eventual ‘Movimiento del President’ frente a los que apuesten por una más decidida ‘Asamblea por la Independencia’. Con permiso de ERC.

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