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La berrea: el 'grito' del ciervo en la última selva Mediterránea

Berrea del ciervo.

Francisco J. Jiménez

Noche cerrada en el Parque Natural de Los Alcornocales. El cielo no está del todo estrellado por unas nubes que barruntan lluvia para el día siguiente y sólo la berrea de unos ciervos rompe el silencio. Es una experiencia única y con fecha de caducidad porque este fenómeno sólo dura unas semanas, entre septiembre y octubre, justo en las semanas que atravesamos.

Son varios los puntos geográficos donde se puede conocer de cerca la berrea en Andalucía, pero la finca La Almoraima, en Castellar de la Frontera, es un enclave privilegiado. Son unas 14.000 hectáreas de la última selva mediterránea, que es como se le conoce, y la sensación para el visitante es la de entrar en un lugar mágico donde, por suerte, la cobertura del móvil aparece a duras penas.

La berrea es, básicamente, la temporada de apareamiento de los ciervos. Es el fenómeno natural que usa el ciervo para marcar su territorio y para retar a los otros ejemplares de la zona. Al final acaba en una lucha y el más fuerte se queda con el harén de hembras. Los machos van solos el resto del año, y tampoco se les oye en otros meses. Es ahora cuando se hacen notar con fuerza y cuando se unen a las hembras para cubrirlas. Éstas tienen nueve meses de gestación desde septiembre u octubre hasta parir en mayo o junio. Un ciclo que nunca acaba, pero que ahora se está descubriendo en el plano turístico.

La empresa Castellar GP (Gestión del Patrimonio) lleva siete años ofreciendo las jornadas de escucha de la berrea del ciervo en Los Alcornocales. Se puede hacer andando, a caballo en noches de luna llena y en un 4x4. Todas las opciones son recomendables, pero dado que se trata de un fenómeno imprevisible, recorrer la finca en coche da la posibilidad de encontrar animales con mayor facilidad.

Dejarse llevar

Lo único que tiene que llevar el visitante es algo de paciencia y la mente abierta para disfrutar de la naturaleza. Si cruje algún arbusto es porque, probablemente, están cruzado algunos cochinos, que son la mezcla de cerdo y jabalí que abunda en el parque. Y hay que estar mentalizado de que los ciervos pueden aparecer en cualquier momento, pero no hay nada seguro. Se les oirá con toda seguridad, aunque verlos también es muy probable.

Es constante la presencia de gamos, una especie introducida en la finca cuando Rumasa la gestionaba allá por los años ochenta. Los autóctonos de la zona son el ciervo y el corzo. La empresa de Ruiz Mateos introdujo el gamo, el muflón y la cabra montesa. Esta última no se adaptó muy bien porque tiene más tendencia a la piedra y éstas no son abundantes en Los Alcornocales, pero el gamo se ve con facilidad y también viven en estos días su época de apareamiento, aunque en su caso no berrean, sino que roncan.

Basta con llevar unos prismáticos para tener una visión más precisa de lo que se cuece en la finca. Y para no confundir a los ciervos con los gamos hay que recordar que los machos se diferencian por la cornamenta. La de los ciervos termina en punta, mientras que el gamo tiene cuernos en forma de palas. El tamaño también los diferencia porque el gamo es más pequeño y las hembras se distinguen por el pelaje. El de los ciervos es más oscuro y nunca tendrá tonos blancos como los gamos.

Hay que adentrarse al corazón de La Almoraima para empezar a sentir la presencia de estos animales. David Ledesma, el guía, lleva a los visitantes a un mirador natural desde donde se puede gozar de ese sonido tan natural y efímero. Se oye con nitidez cómo berrean dos ciervos que han iniciado una pelea en busca del favor de las hembras. Ahora la esperanza es verlos aparecer y para ello es fundamental hacer el menor ruido posible y que sople mucho viento.

Muchos gamos y algunas ciervas tienen a bien pasearse por delante, pero cuesta más ver, a lo lejos, a un ciervo que llega victorioso después de haberse impuesto a su enemigo. El ciervo se oculta entre la abundante vegetación de la finca. Como no podía ser de otra manera son los alcornoques los que predominan, pero también se encuentra el roble andaluz (también conocido como quejigo), acebuches, madroños, álamos en zonas húmedas, fresnos...

Los animales viven en libertad absoluta, pero existen algunos comederos que son mantenidos por los guardas de la finca: puntos de comida que son normalmente bidones de plástico rellenos de maíz. Sobre todo es utilizado por los cochinos, pero también acuden los ciervos, que habitualmente comen el pasto del campo o brotecillos verdes de los acebuches.

Pero no todo es paz en Los Alcornocales. La época de la berrea es la más buscada por los grandes enemigos de la naturaleza: los cazadores furtivos. “En estos días atacan bien. Saben que los animales se distraen mucho con la berrea y hay que estar muy encima. Pero no matan para conseguir la carna, ahora sobre todo cazan por conseguir trofeos. Al animal lo dejan tirado y se llevan la cabeza”, explica uno de los guardas mientras que los visitantes disfrutan de un aperitivo bajo las estrellas.

Son unas cuatro horas de ruta y son constantes las paradas para ver en la oscuridad cómo los gamos se quedan paralizados observando el haz de luz que les llega desde el todoterreno. Parece que no están, pero están. Ahora es la berrea, en junio y julio fue el descorche y en noviembre empezarán las jornadas micológicas. Castellar tiene un tesoro que es su castillo, donde duerme el pueblo antiguo, pero en La Almoraima cuenta con un atractivo que bien merece una visita. Hasta mediados de octubre pueden disfrutar con el sonido de la naturaleza. Vayan con paciencia, sin prisas, y disfruten.

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