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Sobre este blog

ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

De autillos y calores

Autillo veraniego

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Cuando canta la curuja, reza el refranero, ni manta, ni mantuja. La coruja o curuja, conocida más comúnmente como autillo, es el más pequeño de los búhos de nuestra geografía. No pesa más de cien gramos y puede vivir cerca de pueblos y ciudades. Se arrima con frecuencia a jardines, parques y vecindarios con cierta arboleda. De alguna manera tolera la bulla, podría decirse, la luz y un buen sarao. Como alguno que yo me sé. Por eso no es difícil escuchar su ulular dulce, monótono y parsimonioso en las noches calmas de verano, que es cuando viene a vivir a la península. Tanto es así que varios medios publicaron hace algunos años que se había escuchado a un autillo en el Paseo de la Castellana. Es decir, que de las decenas de miles de autillos que anidan en España, se hizo famoso el de Madrid. Para que ustedes vean lo curiosas que son las cosas. 

Lejos de Madrid y quedándose fuera ya del límite físico natural de lo noticiable, mis veranos han estado siempre unidos al sonido del autillo. Como en la mayoría de las casas de esta zona de Andalucía, la ventana de mi cuarto permanecía siempre abierta durante las noches estivales en la búsqueda optimista -cándida, más bien- de la brisa del Valle del Guadalquivir. Y así fue como descubrí el canto tranquilizador del autillo. “Ya está aquí el verano”, parecía querer decir, aunque estuviéramos en abril, “mañana, vete a por unos caracoles”. Ahora que no vivo allí, he dejado a mi madre encargada de informarme puntualmente con la llegada del pequeño rapaz. A tal punto llega mi obsesión que a veces me pongo el canto del autillo a toda cebolla en casa. Por la noche, claro. Esto ha generado, creo, una cierta reticencia por parte de mis nuevos vecinos a conocerme. Puede que piensen que estoy loco, lo cual puede que hasta sea verdad, o que ciertamente tengo un autillo en casa, algo que imagino que está bastante prohibido. O loco o delincuente, me parece que ya voy entendiendo por qué nunca me avisan de las reuniones de la comunidad. Pero como suele decirse (y esta vez se cumple), no hay mal que por bien no venga. Así, al menos, me ahorro lo de ser presidente.

En las ciudades andaluzas se pueden contar por decenas los barrios cuyas construcciones no están preparadas para soportar olas de temperaturas extremas todos los años

En fin, como venía diciéndoles, ya comienzan las calores y el autillo debe haber regresado a su nido, los caracoles a su caldo rico en comino y la gente de Andalucía… bueno, la gente de Andalucía tiene suficiente con no morirse de calor en los próximos meses.

La región más cálida de Europa vuelve a enfrentar otro verano que se prevé de récord y lo hace sin un proyecto sólido que dote al entorno rural y a las ciudades de las herramientas para combatir estas calores que se vuelven insoportables y que cada año irán a más. En otras latitudes lo llaman estrés térmico. Nuestra economía de palabra, o quizá que efectivamente nos estresamos menos que en otras provincias con forma de triángulo, nos hace llamarlo “la caló”, con todo lo que ello implica. Ya sabemos lo que significa.

En las ciudades andaluzas se pueden contar por decenas los barrios cuyas construcciones no están preparadas para soportar olas de temperaturas extremas todos los años. Salvo algunos esfuerzos tímidos por parte de la Administración como la aprobación de la Ley de Bioclimatización de los centros educativos, hay barrios enteros cuyos edificios, de obra barata y antigua, no cuentan con los estándares mínimos de aislamiento o de eficiencia energética. Esto provoca que en el interior de las viviendas, especialmente en los últimos pisos, donde Lorenzo endiña impiadoso la totalidad de los días del verano, se alcancen temperaturas que se pueden catalogar como insalubres para cualquier persona, especialmente para gente mayor y sin muchos recursos que… ¡casualidad! es la que suele vivir en estos barrios.

Por otro lado, sin salir de la ciudad, la retirada masiva de fuentes públicas de los barrios más allá del centro, como ha ocurrido en Sevilla en la última década de forma injustificable, sumada a la tala indiscriminada de arboleda para construir una serie de plazas grises diáfanas muy de moda con bancos unipersonales para que a ningún indeseable se le ocurra tumbarse, dejan estampas de meses de calles vacías y propios y ajenos aferrándose a la poca y dura sombra que dejan los bloques de hormigón. 

Por su parte, el campo sigue adoleciendo de planes que retrasen el efecto del más que evidente proceso de desertización que sufre Andalucía. Los incendios, cada vez más frecuentes y cada vez más devastadores, contribuyen a acelerar un proceso para el que el Gobierno de Moreno Bonilla, lejos de poner remedio, no acaba de estabilizar a los bomberos forestales.

Andalucía necesita planes serios y un compromiso de verdad por parte de la administración autonómica y de cada uno de los ayuntamientos para sofocar el cambio climático que ya está en proceso

A decir verdad, la famosa “revolución verde” de este nuevo y flamante Gobierno andaluz de los grandes gestores y las personas venidas de los negocios es una realidad. Su primera medida fue eliminar la Consejería de Medio Ambiente como tal (la integró en Agricultura y Ganadería), por aquello de no gastar en tonterías, aventuro. Y la última, una propuesta para legalizar una serie de regadíos para el cultivo que eran ilegales hasta antes de ayer en Doñana, y que comprometen el mayor acuífero del sur de Europa con miles de especies animales y vegetales que encuentran aquí su casa, algo a lo que se han opuesto esos pesados de la oposición, la malvada Comisión Europea, la tendenciosa UNESCO, cientos de científicos y ecologistas plastas y los podemitas de los supermercados europeos como Tesco.

Andalucía necesita planes serios y un compromiso de verdad por parte de la administración autonómica y de cada uno de los ayuntamientos para sofocar el cambio climático que ya está en proceso. Es, según la comunidad científica, una de las regiones de todo el mundo que más lo sufrirá. En detenerlo hemos fracasado y a lo mejor no nos competía en exclusividad, pero ningún secretario general de la ONU va a venir a plantarnos los árboles que siguen haciendo falta, a colocarnos las fuentes que tienen que darnos de beber ni a ponernos más sombrita para que podamos salir de casa más de una hora al día. Tendremos que ser nosotros quienes pongamos nuestro empeño en exigir primero a nivel local, más tarde autonómico y posteriormente estatal y europeo que se legisle y se pongan soluciones para hacer algo con la que se nos viene. Para que vivir sea posible dentro de unos años.

En fin. Ojalá nuestros nietos y nietas puedan escuchar el canto de la curuja: será señal de que no se ha marchado más al norte y que nuestra querida Andalucía no ha terminado finalmente por convertirse en un desierto con mucho arte y sangría barata.

U u u u u…

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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

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