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Juan José Téllez

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Un volcán de la isla de La Palma levantado con embutidos, chicharrones y lava de manteca colorá, a cargo de la Carnicería Curro, el puesto número 47 del mercado central de Cádiz. El otro, en la esquina contraria, el de Frutas y Verduras Selu, bajo otra carpa blanca de plástico, está hecho de boniatos y plátanos naturalmente canarios. En ambos, dos cartelas proclaman su solidaridad con la Isla Bonita y sus habitantes.

En Cádiz, el Ayuntamiento organiza actividades por Halloween en el teatro del Títere pero, al mismo tiempo, su página web proclama que la fiesta de Tosantos en el mercado central supone mantener “la tradición y la batalla contra la muy ordinaria y anglosajona fiesta del halloween que por más que bombardea a través de los medios de comunicación no corresponde con nuestra idiosincrasia y dudo que se incorpore”.

Los Tosantos es la forma en que se conoce en la capital gaditana a la festividad de Todos los Santos y el Día de Difuntos, una tradición pagana, como tantas otras, que el Papa Gregorio III cristianizó. Pero este año se cumplen 145 desde que en 1876 la comisión municipal del mercado público de la plaza de La Libertad decidiera adornar los puestos del mercado, el resto del recinto y su entorno. Durante las últimas décadas, los productos de temporada se convertían en divertidos ninots a los que se disfrazaba imitando a los personajes de máxima actualidad, con un cierto aire naïf, pero que reúne a miles de familias gaditanas que visitan la plaza –así se le sigue llamando popularmente--, con niños cargados de golosinas: “Ahora me doy cuenta de lo que se parecen nuestros pueblos”, le dijo a la escritora Aida Agraso, el colombiano Enrique Vargas, cuando le llevó a ver, durante el Festival Iberoamericano de Teatro –que coincide con estas fechas-- a los besugos vestidos de futbolistas y a los cerdos en guisa de cantantes. Desde entonces, la tradición se mantuvo hasta el pasado 2020, cuando las restricciones de la pandemia lo impidieron. Y esta vez, se ha optado para celebrar este raro cumpleaños, bajo mínimos, para evitar contagios innecesarios.    

“Para fiestas de disfraces, los gaditanos tenemos un carnaval que incluso llega a marcar los años naturales; así, el aborigen se rige en su cotidiana vida por fechas de carnaval a carnaval”, puede leerse en la misma página virtual como réplica a los niños disfrazados de niños estadounidenses por estas mismas fechas. Sin embargo, en la nueva normalidad, nada es lo que parece. Ni Tosantos es Tosantos ni el carnaval volverá a serlo, al menos el próximo año. El Gobierno municipal porfía con la oposición sobre las fechas del próximo carnaval: las chirigotas callejeras saldrán en febrero a la calle, se mantiene la festividad local del antiguo lunes de resaca, pero el concurso de agrupaciones se celebrará en abril y el carnaval oficial en junio, una semana antes del Corpus Christi, como casi en un retorno a las denostadas Fiestas Típicas. Cosas de la Covid-19, dicen. Y de una parte de la industria carnavalesca, cuyo circuito de actuaciones se suspendió prácticamente el pasado año, éste también y donde otro más de sequía podría dejar a los carnavaleros a expensas del Ingreso Mínimo Vital.

Con los Tosantos pasa igual. En los puestos del Mercado y en el rincón gastronómicos de bares y delicatessen que ha crecido en el exterior, los frutos del verano dan paso a los del otoño, con una apoteosis de huesos de santos y buñuelos de cidra, quesos payos o del gazul, avellanas que no son maníes, aceitunas verdes, seretes de higos secos, dátiles, taquitos de jamón, pescados a granel, naranjas y peros, chirimoyas y aguacates de invernadero, piñas y cocos. 

El mercado, en sí, mantiene prácticamente las formas de la nueva construcción de 1837, que firmó el arquitecto Juan Daura, sobre planos de Torcuato Benjumeda, aunque en 1929 y en 2009, se sometió a un cierto repellado, pintura y limpieza. La fiesta también se ha extendido al otro mercado, el de la Virgen del Rosario, el de la remota Puertatierra, de menor pedigrí e impacto popular.

Año tras año, pero esta vez no, suele abrirse un concurso que dirime el exorno de los puestos, cuyos titulares tienen que inscribirse para ello a fin de que un jurado decida sobre los tres premios para cada una de las modalidades que registra el certamen: carnes, pescados, frutas, verduras y “varios”. Esta costumbre data apenas de 1977, cuando se creó Asodemer, la Asociación de Detallistas del Mercado. Por lo común, todo ello se acompaña de degustaciones, conferencias o proyecciones audiovisuales. Para este, se previeron visitas teatralizadas. Algo es algo.

Francisco Pérez, presidente de Asodemer, y su junta directiva, consideraron que este año iba a ser arriesgado celebrar la fiesta, tal y como anteriores ocasiones. Así, para los días 29 y 30 de octubre, viernes y sábado, apenas se han instalado esas cuatro carpas de mediano tamaño, en cada una de las puertas de acceso al Mercado Central. Y, eso sí, han enviado productos típicos de estas fiestas a los colegios locales, para al menos satisfacer el noble pecado de la gula.

Junto con los homenajes vulcanológicos a La Palma, el puesto número 156, el de Juan de Micaela, utiliza varios pescados de su oferta para representar a los pasos de Semana Santa que llevan ya dos años sin procesionar, al cantautor y comparsista Antonio Martínez Ares –don Antonio--, escribiendo coplas en el papel de envolver churros, al popularísimo Paquito el del Mentidero, al futbolista del Cádiz, “Choco” Lozano y al alcalde José María González, bajo su coloquial apelativo de Kichi, proponiendo que el carnaval se celebre el 25 de diciembre. Quizá el más original del escaso muestrario de este año sea el de la publicista Rocío Bernabé, titular de “Aúpa Cádiz”, un puesto que fusiona Cádiz y Euskadiz con tapas-pintxos. Con elementos traídos desde los distintos bares del rincón gastronómico, ha creado un desfile de modelos con figuras femeninas sacadas de patrones de diseño: faldas de calamares fritos con vestidos hechos con tortilla de camarones, otro de porciones de pizza y aún otro, de cuñas de manchego, por ejemplo.

Ingenioso y rompedor, desde luego, pero nada que ver, como recuerda la gastrónoma Charo Barrios, cuando varias décadas atrás uno de los detallistas, José Luis Ucero, dedicó su tienda a reproducir el Guernica de Picasso. Ella recuerda la afición que tenía por el mercado el escritor Fernando Quiñones. Y la geografía humana que imprimió carácter a esta fiesta, como “Pecino, el frutero; la familia Ponce de León, Paramio, los hermanos Gallán, los carniceros Perico ”El Melu“ y Agustín, ambos primos. Agustín, gran decorador de Tosantos junto al carnicero Juanelo; los Marchena, los Lara, Luisa y Fermina las ”gandingueras“; entre los pescaderos estaban Pepe Aguilera, conocido como el hijo de Cristo por su madre, antes al frente del puesto; el Tigre padre; el Chicla. Estos detallistas antiguos han dado nombre y fama al mercado. Ahora están todos jubilados o ya no viven, como Fernando”.

Nada es ya lo mismo: “Esto no es Tosantos, sino casitosantos”, comenta Erasmo Ureba Morón, el creador de la legendaria chirigota Los Samolontropos Verdes, junto con José Guerrero “El Yuyu”, para José Luis García Cossío, “Selu”. Quizá el carnaval, el próximo año, no vaya a ser lo que fue, pero él, como muchos otros, piensa volver a cantar en las calles en el mes de febrero.

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