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450 agonizantes en huelga de hambre

La huelga de hambre ya hace estragos entre los migrantes sin papeles.
16 de julio de 2021 21:24 h

6

Tienes que entender
 que nadie pone a sus hijos en un barco
 a no ser que el agua sea más segura que la tierra.

Poema "Hogar" de Warsan Shire.

Este julio se han cumplido 24 años de una tragedia que marcó un antes y un después en nuestra sociedad: el asesinato por ETA de Miguel Ángel Blanco. Todos los atentados fueron terribles, pero aquí los terroristas activaron una cruel cuenta atrás sobre la vida del joven concejal del PP de Ermua que ninguno de cuantos lo vivimos olvidaremos jamás. Conecto con el doloroso recuerdo al enterarme ahora de que casi 500 personas llevan casi dos meses en huelga de hambre en Bruselas para reclamar que legalicen su situación tras décadas de trabajo sin derecho en pleno corazón europeo. Y cada minuto que pasa sin regularizarles acerca el instante fatal.

Son hombres y mujeres repartidos entre la iglesia de San Juan Bautista y dos locales en la Universidad Libre de Bruselas y su homónima flamenca que llevan, desde el 23 de mayo, 53 días, sin ingerir alimentos cuando, según los expertos, el día 60 es el umbral tras el cual las consecuencias son irreversibles hasta llegar a la muerte.

Es un caso gravísimo, afecta a un número enorme de gente y ocurre aquí mismo, en nuestro continente. ¿Por qué entonces ocupa tan poca atención mediática, política y social? Algunos de los huelguistas llegaron a coserse los labios. Han cogido aguja e hilo y puntada a puntada se han cosido la boca para llamar nuestra atención. Imaginadlo. Si podéis aguantarlo, ved aquí lacerados a Hasni Abderrazzek y a Sofiane. Ni por esas lograron que reaccionáramos. Al fin accedieron a cortarse los hilos. Beber es la fina hebra que les deja vivos. Pero no basta. No es definitiva.

El doctor Alain Devaux, de Médicos sin Fronteras, alerta de que los huelguistas entran esta semana en zona crítica, con daños irreversibles en corazón, riñones y cerebro y pasado este umbral, habrá muertos.

La potente crónica de Guillermo Abril para El País recoge el dictamen in situ del doctor Alain Devaux, de la ONG Médicos del Mundo quien ya la semana pasada decía: “Entramos en zona crítica”. Según explicó, tras quemar las reservas de grasas, el organismo daña proteínas y “se produce una destrucción irreversible de órganos como el corazón, los riñones y el cerebro”. “Si van más lejos, habrá muertos”. Lo avisó una semana atrás, justo antes de correr a meter a huelguistas en ambulancias rumbo a Urgencias por lo mal que ya estaban.

Pero nosotros a lo nuestro: pasando, insensibilizados. ¿Asistiremos impertérritos a las muertes que se vienen si las autoridades no aplican ley y derechos humanos?

Los huelguistas son ciudadanos, de entre 30 y 40 años, que llevan de media 7 en Bélgica, los hay que hasta 20 años. Gente que trabaja y que, de hecho, ha puesto en la cabecera de los camastros donde agonizan carteles de: “Soy repartidor”, “Soy limpiadora”, “Soy camionero”, “Soy cuidadora”. Empleos no les faltan, sus manos son necesarias. Pero como clandestinos sufren la explotación, la neo-esclavitud, la falta de derechos.

Los sin papeles hacen su huelga de hambre a media hora a pie del Europarlamento y de una Comisión Europea ciega a la realidad de que estas personas tienen trabajo pero, sin derechos, son masas de neo-esclavos explotados en el continente.

¿Acaso este drama es sólo problema belga? El horror que lleva años en los campamentos de refugiados y centros de internamiento de migrantes de las fronteras de la UE en Grecia, Italia y España se ve ahora a media hora andando del Parlamento y la Comisión Europea. No es un caso aislado, sino la punta del iceberg de un sistema que cuenta con la explotación de los que considera sub-ciudadanos. Más grave aún, sub-humanos.

Arianne Shahvisi, profesora de Filosofía de la Universidad de Sussex (Reino Unido), alertaba esta semana en un revelador artículo de la London Reviews Book de que la nueva Ley de Fronteras que el Gobierno británico ha llevado al Parlamento convierte en delito incluso la más altruista ayuda a migrantes, hasta rescatarles del mar “con penas que aumentan de 14 años a perpetua” y advierte de que si los ciudadanos no frenamos o incluso desobedecemos estas leyes deberemos admitir que no hubiéramos evitado el Holocausto. Gran Bretaña sigue la senda de Dinamarca, que es miembro pleno de la UE, en enviar a solicitantes de asilo a países llamados “seguros” como Ruanda.

¿Prevé la Comisión Europea acciones legales contra Dinamarca por el racismo anti-migrantes equivalentes a las que ahora promueve contra Hungría y Polonia por sus leyes homófobas? No parece pues, como denunció el Eurodiputado de Anticapitalistas Miguel Urban en un acto de apoyo a los huelguistas ante su iglesia de Bruselas, el Pacto de Inmigración y Asilo 2020 “no favorece regularizar y sacar de la clandestinidad sino expulsar.”

El secretario de Estado de Asilo e Inmigración belga, Sammy Mahdi, democristiano y hoy brazo ejecutor del sistema pero hijo él mismo de un refugiado iraquí, no deja de decir: “No habrá regularización masiva”, “Seguir con la huelga no sirve de nada”, “Nadie debería darles falsas esperanzas”. ¿Y entonces? ¿Que se mueran? ¿No haremos nada por evitarlo? ¿Sus vidas, salvables, pesarán en nuestras conciencias?

“Sans papiers lives matters” (La vida de los sin papeles importa), clama una inmensa pancarta en el crucero de la iglesia del s. XVII que acogió protestas análogas en 1998, 2008 y 2009. Pero, como prueba la regularización exprés esta semana en España de los dos senegaleses que socorrieron a Samuel Luiz, sólo importan en casos de heroísmo extremo. Preferiblemente si benefician a un blanco.

Medios y ciudadanos de todo el mundo apuntaron acusadores a los barrios bruselenses con población migrante tras los atentados de París 2015 y Bruselas 2016 porque algunos de sus autores vivían allí, pero ahora que medio millar de personas dignas y trabajadoras, héroes y heroínas de la cotidianidad imploran que se les regularice conforme a la ley y los derechos humanos, haciendo huelga de hambre y hasta hilvanándose los labios, les ignoramos. Ciegos al peligro para todos que conlleva permitir la cacería contra nuestras hermanas y hermanos.

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