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Aceite sin salida

Miles de agricultores protestaron este miércoles ante la "situación de emergencia" en el olivar

Fernando Vicente

Con las calles de Jaén repletas de olivareros que protestan por los bajos precios en origen del aceite, es necesario aportar algunas cifras al debate que aporten perspectiva. Sin dejar de ser cierto que el sector de la gran distribución alimentaria presiona los precios a su favor, o que la irrupción de los intereses financieros (que no agroalimentarios) de grandes fondos de inversión en el sector está generando distorsiones, como denuncia en 7Tv Miguel López, secretario general de Coag en Andalucía, hay un factor determinante que generalmente se calla.

La Comisión Europea acaba de publicar su previsión de producción de aceite de oliva en España para la campaña 2018/19 y la cifra es espectacular: 1.790.000 toneladas, lo que supone un incremento del 42% sobre la campaña pasada. La Comisión prevé además un consumo de aceite de oliva español para este año de 540.000 toneladas, lo que supone un nada despreciable incremento del 15%.

Crecerá gracias, fundamentalmente, a que en los principales países competidores de España las campañas serán todas peores que la anterior. Así, la producción italiana caerá un 59%, en Grecia otro 46%, y en Portugal un 25%. A pesar de ello, otras 570.600 toneladas del aceite producido en España esta campaña, un 52% más que el pasado año, se quedarán sin consumir, y por tanto, habrá que almacenarlas. Podía haber sobrado mucho más, pues, si en el resto de los países se hubiera producido también una gran cosecha.

Es evidente, por tanto, que la principal causa de la caída de precios en el sector no es otra que un enorme exceso de oferta: hay mucho más aceite en venta del que los compradores tienen capacidad de comprar.

Detrás de este exceso de producción hay una realidad de la que se viene hablando en el sector desde hace ya muchos años, cada vez en voz más alta, y que, como con el cambio climático, ya no es una predicción de futuro sino una realidad incontestable. Las cosechas son cada vez mayores porque cada vez hay más hectáreas dedicadas al olivar y cada vez más son de regadío.

Y no sólo se trata del regadío, sino de las nuevas tecnologías empleadas en su cultivo. Ahora se buscan terrenos llanos, con acceso a agua de riego, en los que miles de olivos se aprietan en filas a modo de setos paralelos. Ello no sólo permite multiplicar la producción por hectárea, sino que se abaratan enormemente los costes de recolección al permitir su mecanización casi total (las mismas máquinas que cosechan la uva de las vides, cosechan ahora las aceitunas).

Una vez más las cifras hablan por sí solas. Si en 1997, al inicio de la renovación y modernización del sector, había en Andalucía 1.340.000 hectáreas dedicadas a olivar, de las que un 12% (167.000) eran de regadío, en 2005 ya sumaban 1.487.000 de las que el 28% contaban con riego.

Según los datos del último Informe del Sector Agrario andaluz que cada año elabora Unicaja, hoy ya son 610.00 hectáreas, el 38% del total del 1.601.295 dedicadas al olivar en Andalucía, las que cuentan con regadío y son, por tanto, muy productivas. Esas 610.000 hectáreas equivalen a casi a la mitad (45%) de toda la superficie que había dedicada al olivar en 1997.

Aquel año se superó por primera vez el millón de toneladas de aceite, un récord que asombró al sector mundial del aceite de oliva (Este año la Comisión Europea prevé para Italia una cosecha de 175.000 toneladas). Pero hoy ya se atisba el listón de los dos millones de toneladas para España.

Por mucho que en el sector se diga que hay mucho recorrido para un aceite de oliva que apenas supone el 3% de la producción mundial de grasas (aceites de palma, coco, girasol, etc), seguir ganándole terreno a esos otros aceites será un proceso largo, lento y costoso. La lógica dice que, distribución y fondos de inversión aparte, los bajos precios del aceite de oliva están aquí para quedarse un buen tiempo. 

Es hora de que todo el sector, olivareros, industriales, y administraciones, se pongan manos a la obra en el control y restricción de un bien tan escaso como público, el agua. Del que en toda Andalucía se lleva abusando décadas, y no sólo en los cultivos intensivos de Huelva junto a Doñana. 

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