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Andalucía, ¿somos frontera?

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Por una vez, y sin que se acostumbre, señor presidente de la Junta de Andalucía Juan Manuel Moreno, le voy a dar la razón. En Andalucía sí somos una frontera, aunque a mi modo de verlo, de una manera que quizás a usted no le conviene tanto. 

Esto viene al cuento de que en las últimas semanas ha regresado el traído y llevado tema de los menores migrantes no acompañados que están hacinados en centros de Canarias. En este caso ha sido Moreno quien ha jugado el argumento de que Andalucía, tal como el País Vasco, es frontera, y por tanto, de oca en oca y tiro porque me toquen menos menores migrantes. 

Pues oiga, señor presi (¿le puedo llamar presi?), Andalucía –algunas partes más que otras– es una frontera, aunque en maneras que usted quizás no sepa, o no quiera saber. 

Andalucía es la parte de Europa más cercana a África, por tanto, una frontera no solo internacional sino intercontinental. El Estrecho de Gibraltar, con sus adyacentes Mar Mediterráneo y Océano Atlántico, suponen la separación entre los países ricos y los pobres, los blancos y los negros. Estoy siendo muy categórica en unos conceptos que tiene muchos matices, pero deme un minuto que llegamos allí. 

Somos una frontera militarizada (véanse las vallas de Ceuta y Melilla) y prácticamente cerrada a la inmigración. Somos una frontera física, trazada aprovechando la separación marítima, pero no por ello siempre ha estado en el mismo lugar (véanse los ocho siglos de Al-Andalus).  

Una frontera no es solo una línea geográfica que hemos trazado al azar para dividir los territorios. Una frontera es una zona en la que inevitablemente va a haber un cruce de culturas, una interculturalidad, una riqueza de costumbres, idiomas y gastronomías

Pero, sobre todo, somos una frontera humana, conceptual y cultural, fíjese lo que le cuento. Y no solo lo digo yo, vea usted este estudio de varias académicas de las universidades de Cádiz y Tetuán, lideradas por Cristina Goenechea, que para investigar interculturalidad e identidad fronteriza en el sur de Europa y norte de África realizaron entrevistas con 39 jóvenes de La Línea de la Concepción, Algeciras, Tánger y Tetuán. Concluyen las académicas que en general las nuevas generaciones veían en 2019 la inmigración como algo positivo–aunque quién sabe cómo haya cambiado esto en los últimos seis años de auge de la ultraderecha. 

Emigración que usted, señor presi, debería entender muy bien, porque nació usted en Barcelona, donde sus padres habían emigrado

Volviendo al tema, una frontera no es solo una línea geográfica que hemos trazado al azar para dividir los territorios. Una frontera es una zona en la que inevitablemente va a haber un cruce de culturas, una interculturalidad, una riqueza de costumbres, idiomas y gastronomías. 

Ahora, esta convivencia fronteriza, no siempre es sencilla, y como dicen Goenechea et al., “la cultura de fronteras se columpia entre la xenofobia y la xenofilia, manipula y redefine constantemente y contextualmente la lealtad nacionalista”. 

Pero, en aras de ser buenos fronterizos convivientes, sería mejor, señor presidente, si en lugar de estar jugando a la oca con los menores migrantes, que son personas a proteger y no a utilizar como arma política arrojadiza, los acogiéramos. Vamos, digo yo, como frontera que somos, si les podríamos buscar un lugar donde tengan sus necesidades, vitales, sociales y culturales cubiertas. Donde reciban una educación, un cariño, una cultura donde no son los únicos con ese color de piel, esa religión, ese idioma. Donde más que “los otros” sean “los nuestros”. 

Si usted, señor presi, como autoproclamado fronterizo se decantara por la xenofilia más que la xenofobia tendríamos, más que un problema, una solución.