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‘Chapoteo’ en la zahúrda de la corte
Mañana luminosa en la muga. Xabier Lapitz, amigo y periodista de este país del Bidasoa, de Hondarribia, correligionario de la solidaridad, me daba la bienvenida. Xabier tiene la sensibilidad a flor de piel. La gente de frontera es así.
No es para menos, diez muertos en un año, ahogados en el río o arrollados por el Topo, el tren de la esperanza de los migrantes en busca de otra vida. Quise ver aquello en directo, por eso, junto con mi compañero Carlos Sánchez cruzamos tempranito el puente de Santiago hacia Francia. Íbamos con fuerza, Inazio Muguruza nos había preparado huevos para el desayuno como para llegar a Paris. Inazio, volveremos.
Ni un solo policía de ninguna bandera, una garita desocupada y el sonido de la losetas inestables del piso, como un piano desbaratado. Nos llamó la atención, pero nos dijimos: es que no somos negros, en la neolengua de frontera, no tenemos perfil étnico. Somos unos más, medio vascos, medio de un lado y otro de la frontera, de todas partes, de todas las fronteras. El idioma del Bidasoa es el mismo que en otras fronteras, vallas, papeles, carreras, saltos, devoluciones en caliente, discriminación… No se observaba movimiento de trenes. A la vuelta de Francia, que solo lo parecía por unas primeras vallas inmobiliarias en francés anunciando pisos nuevos, y una boulangerie, no pudimos hacerlo por el puente de la Avenida: sigue cerrado, los franceses lo consideran peligroso por transitable.
Ya de vuelta, las primeras imágenes nos resultaban familiares, tiendas, cafés, pensiones. Después de tantos años estelares en los telediarios, una especie de arqueología urbana o decorado cinematográfico de películas antiguas se abría ante nosotros pero, al mismo tiempo, teníamos una sensación de paz activa, de mucha paz.
En una rotonda donde Carlos y yo preparábamos algún recorrido en una mañana triunfal, un señor paró y se bajó del coche. Nos saludó como si nos conociera de siempre, de solo oírnos; se ve, se siente la necesidad de confraternizar. Nos dio todas las claves para no perdernos, no nos hubiera importado –el día lo pedía desgañitado– y se ofreció a llevarnos a Behobia. Así fue.
Fue la ocasión propicia para seguir hablando del despropósito con Marruecos. En la Isla de los Faisanes se da el máximo ejemplo de compromiso diplomático, respetuoso, un condominio ejemplar. No es necesario entrar en comparaciones
Desde allí, pudimos escoger el sendero de vuelta por Francia, el internacional, nos dijo, pero optamos por la vera de aquí del Bidasoa. Estaba muy bajo, un señor igual de amable y hospitalario nos puso al corriente de que era tiempo de mareas vivas. Ya habíamos notado y calculado unos cinco metros de bajura, pero nuestro amigo nos dijo que eran muchos más, quizá fuera de Bilbo.
Pasamos por la Isla de los Faisanes. En la orilla de aquí se acumula tanto la arena que podríamos decir que ya es un tómbolo. Otro amigo nos comentó que llevan tiempo sin dragar, quizá sea, me malicio, una especie de estrategia soberanista de Estado, a lo Gila, para incorporar la isla a lo Chespirito, sin querer queriendo. Fue la ocasión propicia para seguir hablando, lo habíamos hecho antes en el trabajo, del despropósito con Marruecos. En esta isla se da el máximo ejemplo de compromiso diplomático, respetuoso, un condominio ejemplar. No es necesario entrar en comparaciones.
Seguimos caminando y conversando, Carlos es una gran conversador, concluimos que se está igual de bien aquí que en Huelva, que en Cádiz, nos imaginábamos todas las fronteras amables por sus gentes pero peligrosas por los intereses de los Estados.
La marea seguía baja, muy baja, mostrando, de vez en cuando, otra arqueología, aquí marinera. Como somos peloteros nos impresionó y alegró pasar por delante del Stadium Gal, recordamos las glorias del Real Unión de Irún. A mí me pareció muy inglés y me recordó por sus trazas al antiguo Stadium Heliopolitano, hoy Benito Villamarín.
Aquel, proyectado por Aníbal González, se construyó con los diseños del mismo que diseñó el San Mamés de antes, siempre los vascos y er Beti. Aparte de los aires ingleses, ambos campos de fútbol sirvieron a otras funciones poco deportivas durante y después de la Guerra Civil. Y seguíamos hablando y caminando y cada vez más gente espontánea nos saludaba y se unía a nuestras conversaciones, amabilidad, educación, paz, sol, brisa y nada de prisas. Vas oyendo hablar en español, en francés, en euskera, nada perturba, nada molesta. El sol empujaba, diría que es la primera vez en mi vida que he sentido los rempujones de la primavera por abrirse paso lejos del Guadalquivir y, también, de sus mareas. Mareas hermanas.
Llegamos adonde estaban nuestras compañeras de trabajo. Ya era otra cosa, aún sonaba el impertinente 'chapoteo' que llegaba desde la corte, lo repicaban las radios y televisiones. En el lodazal cortesano, políticas de baja estofa, sin respeto ni humanidad, sin educación política ni democrática –pareciera que allí nunca llegue la primavera–, chapoteaban como si solo se sintieran felices en su porcina zahúrda.
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