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El desaliento de los satsidoirep

Periodistas durante la manifestación del 1 de mayo en Sevilla /Foto: M. I.

María Iglesias

Refería Anthony Giddens en su manual Sociología, como llamativa conducta, la de los sonacirema, humanos entregados a exóticos rituales como el de cepillarse obsesivamente los piños convencidos de que era clave para su aceptación social y hasta sexual. De forma análoga cuento yo hoy el curioso caso de los satsidoirep, colectivo poco conocido, amenazado de extinción, pues su medio de vida ha sido declarado obsoleto.

Quedan ya escasísimas reservas donde los satsidoirep puedan trabajar recibiendo a cambio salario para subsistir. En una de ellas -se acaba de saber- imponen la reducción del grupo de privilegiados para garantizar la continuidad. Por supuesto, quienes se queden habrán de aceptar sueldos recortados. Se ha ofrecido también la posibilidad de “abandonos voluntarios”, sin fe en que se aceptara pues dada la crisis multisectorial y mundial era de prever que los satsidoirep lucharan con denuedo por mantener sus puestos pese a los salarios amputados. Pero, ¡cuán es la sorpresa que levantan la mano para escapar de la segura reserva más satsidoirep de la cuenta! ¿Qué humanos son tan locos que en estos tiempos rechazan un trabajo con la casi certeza de quedarse largo tiempo parados? La respuesta se obtiene leyendo satsidoirep al revés.

Hoy es el primer día tras el plazo de bajas voluntarias en las cabeceras de Unidad Editorial (El Mundo, Marca, Expansión) y aunque aún no se ha hecho pública la cantidad de periodistas acogidos a éstas, representantes de los trabajadores confirman la percepción de que serán muchas más de las que esperaba la empresa. El grupo italiano RCS, al que pertenece Unidad Editorial acordó en mayo una ampliación de capital de 400 millones de euros, condicionada a un ahorro de 13 millones que fundamentalmente saldrán de la masa salarial. Para pactar cómo y de dónde obtener ese ahorro, empresa y trabajadores negociaron este verano y a principios de septiembre tras una asamblea que rechazó la propuesta, otra segunda aprobó reducciones salariales temporales y progresivas (mayores para los salarios más altos), bajas voluntarias indemnizadas con 35 días por año trabajado más 5.000 euros a cada voluntario y permisos incentivados de dos a doce meses, con 20 por ciento del sueldo, cotización a la Seguridad Social y garantía de reincorporación en las condiciones previas. Con el compromiso, a cambio, de que no habrá despidos hasta el 31 de marzo de 2014.

La empresa -como todas suelen- se ha guardado algunos ases: las bajas voluntarias no pueden ser más del diez por ciento por sección y se reserva el derecho de veto sobre personas que considere imprescindibles. El peligro que se cierne es que las bajas bordeen ese diez por ciento en un número demasiado alto de secciones. Y no porque no se puedan seguir sacando las publicaciones, sino porque falte liquidez para indemnizar. La alerta, dada por Prnoticias, aunque considerada prematura por representantes de los trabajadores, no se califica en absoluto de descabellada.

Y la cuestión de fondo es: estos periodistas, ¿son todos mujeres y hombres al borde de la jubilación? ¿Son trastornados, inconscientes del horizonte de desempleo y precariedad que en la calle les aguarda? ¿Son simplemente gente pragmática que prefiere el pájaro en mano de los 35 días hoy al ciento volando de los 20 o quizá nada de un ERE de mañana? ¿O son unos desalentados, que más allá de su conveniencia estrictamente racional, están que no pueden más con el menosprecio, la degradación sin aparente fin de esta cadena perpetua a currar más horas, peor y por menos sueldo?

Ojalá se tratara del caso aislado de los periodistas de Unidad Editorial. Eso supondría que hay esperanza más allá del reino de don Pedroreino de don Pedro. La cuestión es que en corrillos periodísticos sin distinción de procedencia, según provincias ni cabeceras, el tema se comenta aseverando que “la sorpresa” no es tal y se comprende la opción de abandonar de tantos compañeros. Que si el subdelegado regional de un periódico potente lo ha dejado para montar un bar, que si en tal publicación histórica este verano amenazaron con no despedir pero dejar de pagar y obligar a la plantilla a abandonar; que si en esta cabecera ya no contratan el servicio de agencia y, en consecuencia, no reciben teletipos; que la especialización ha saltado por los aires porque no hay plantilla y el mismo que escribe de economía, lo hace de cultura. Por no hablar del Departamento de Fotografía donde lo de subcontratar o comprar las fotos sueltas empieza a ser habitual.

No era así el panorama que se pintó a los aspirantes a entrar en una profesión que en este país vivió, probablemente en los 90, su punta de peso y reconocimiento; gente que tenía que rozar la matrícula de honor para acceder a las facultades de Periodismo. Trabajadores que no son más que otros, por supuesto, pero cuyos conflictos laborales tienen menos visibilidad mediática que los de nadie por ese lema maldito de “Perro no come a perro” que tiene a tanto sabueso en la calle y el pellejo.

Precisamente la sección “Perro come a perro” de la revista Mongolia es la base del recientemente publicado libro “Papel mojado. La crisis de la prensa y el fracaso de los periódicos en España”, diagnóstico certero de cómo “los señores de la prensa” -en concreto de El País, Público, La Vanguardia y El Mundo- han contribuido al hundimiento que hoy sufrimos. Queda pendiente un análisis auto-critico de los profesionales que, sí, lo sé, no somos responsables en igual cuota y, como víctimas del fenómeno, bastante tenemos para encima culpabilizarnos. Y sin embargo, como prueba el magisterio de Hannah Arendt, si queremos evitar repetir un error del pasado no podemos hurtarnos la visión completa de la situación ni, en particular, el examen de lo que estuvo en nuestra mano hacer cuando abdicamos: tantas becas sin sueldo -propias o ajenas- que admitimos, tanto trabajo auto-pagado disfrazado de máster por el que nos sentimos orgullosos o felicitamos.

“A pesar de todo, somos más los que no abandonamos el barco que quienes se lanzan a los botes salvavidas -defiende un representante de los trabajadores de El Mundo-, más los que seguimos creyendo que el periodismo es la profesión más hermosa, los que estamos dispuestos a pelear con la tormenta, a avanzar incluso remando, para llegar a la orilla exhaustos pero cumpliendo un trabajo fundamental para la sociedad”.

Precisamente por la intensidad de la vocación que siempre ha caracterizado a esta profesión destaca tanto el hartazgo.

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