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4D, el día que nos conocimos
Aquel día 4 de diciembre de 1977, apenas nos conocíamos. El largo invierno nuclear del franquismo nos había separado, dividido. Durante ese periodo interminable, habíamos sufrido la peor de las represiones: física, moral, económica, y lo peor de todo, nos habían robado la memoria y nuestra historia, la dignidad como pueblo.
Nos echamos a la calle, nuestras banderas no eran de ocasión, de los chinos, ni nos había convocado nadie a base de consignas, argumentarios sostenidos por predicadores de una prensa cómplice, ni teníamos paraíso alguno que defender; tampoco había redes sociales. Habíamos votado hacía poco, ayunos desde el 36, y la izquierda se había impuesto, aunque el centro de entonces obtuvo también importantes resultados; pero esa división electoral no importunaba. Los andaluces, quizá por algún resorte colectivo inescrutable, por instinto, se habían olido la tostá y decidieron decir alto y fuerte lo que querían.
Hoy, hay mucho intérprete interesado en apropiarse de lo que dijimos. Aquel día, largo porque duró meses y luego, hasta años, no éramos constitucionalistas, no teníamos Constitución; ni éramos independentistas, sencillamente porque no era de España de lo que hablábamos, ni de su unidad, ni de su famoso equilibrio. Ni había banderas de España que entonces recordaban la de la dictadura: era la misma. No estaba en cuestión España.
Nos estábamos conociendo y reconociendo como pueblo. Bastante teníamos con lo nuestro, con la unidad de los andaluces, con la dependencia depredadora de los centros españoles de poder durante siglos. Además, los cuarenta años de dictadura eran suficientes como para ir a lo urgente. Y lo urgente era la libertad, pero soldada a la igualdad.
El poder , los andaluces lo sabían, estaba donde siempre y amenazaba, disfrazado de lo que fuera, con seguir en sus mismos nidos. Por eso, lo que se reclamaba era romper la dependencia, las tres: la política, la económica y la cultural de un pueblo colonizado, sometido a un poder repartido más allá de Despeñaperros que se refundaba a marchas forzadas para, ahora con otros vestidos, seguir gobernando un estado desequilibrado a favor de los privilegiados.
Aquello fue importante y temible, muy temible; en España no se lo esperaban. La unidad siguió, en el Pacto de Antequera, luego, con el 95% de ayuntamientos y diputaciones a favor de los derechos políticos de los andaluces.
Si miramos el texto de la Constitución de un año después , el 4-D no sirvió de mucho. Los padres constituyentes, resultantes de aquellas primeras elecciones democráticas y constituyentes, ni oyeron el grito de los andaluces. Fueron a lo suyo, consagraron la discriminación de Andalucía, ignorada su voluntad y experiencia política, abortada por el golpe fascista de 1936. Condenada doblemente, por tanto, a la segunda división de una España a dos velocidades; en lo político, que en lo demás ya se sabe. Sus peones en sus sucursales sureñas ya estaban y habían prometido emplearse a fondo. Y bien que lo hicieron , y bien que lo siguen haciendo, cual tropa cipaya.
Hubo que pelear lo suyo, ya se sabe la historia. Hubo que superar todo tipo de manejos y deslealtades, ya muy constitucionales, por cierto; lo conseguimos y aquí estamos 40 años después. Aquí estamos pero cómo. Hemos mejorado , sin duda, tenemos mejores infraestructuras, mejor sanidad y educación, empero con un espíritu crítico se puede afirmar que el resultado es decepcionante.
A la Andalucía del 4-D le han cantado una nana, la han dormido y, una vez dormida, otra vez sometida. No nos someten a palos o con tiros al aire malagueño, todo ahora es mucho más sutil y refinado. Nos han ofrecido un poderoso euforizante que bebemos sorbo a sorbo. Presumimos de nuestro universalismo pazguato, que es conformismo y así ya somos felices. Felices por encima de nuestras posibilidades . No queremos mejorar; es el síndrome siciliano, ya somos los mejores, en interpretación andaluza del puro estilo de Lampedusa.
Cuarenta años después, seguimos siendo dependientes, no hemos construido un modelo mejor, es puro mimetismo del modelo estatal de siempre. Andalucía no es Andalucía, es una España en miniatura, pero con sus peores defectos. Paro, mucho paro, desindustrialización, poco tejido empresarial y financiero, corrupción, resignación, festivalismo. El modelo productivo no cambia- se ve en los carteles promocionales de la Andalucía de primeros del siglo XX- , patio trasero de la diversión de la España rica. Y mantenemos nuestros defectos de siempre, pero sobre todo el peor de ellos: el local catetismo, y el caciquismo, reinventado ahora en clientelismo institucional. Y en política, una vez adormecido el pueblo y confortado en su ensimismamiento, a pesar de nuestras cifras lamentables, a las órdenes de Madrid , cuando no, haciendo méritos para fichar por un gran equipo/partido capitalino.
Algo sí ha cambiado de manera fundamental: vivimos en democracia, perfectible, por supuesto. Votamos y votamos, dependemos viciosamente de otros, pero dependemos en lo decisivo de nosotros mismos y de nuestras instituciones de autogobierno. Los andaluces somos hoy lo que queremos. No tenemos excusas.
Aquel día, éramos juvenilmente inocentes. Hoy, ya no tanto. Los que adormecieron la fuerza de los andaluces del 4-D son responsables por haberlo hecho, los que se dejaron dormir y no están dispuestos a despertarse, a levantarse, lo son por partida doble, porque en democracia nada es más responsable que el voto de los ciudadanos libres. Y vaya por delante mi respeto para todos ellos .