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La difícil oposición

La presidenta de Ciudadanos, Inés Arrimadas, en su escaño en el Congreso de los Diputados.

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Se ha escrito mucho sobre la infantilización de la política, una constante en la ondulada trama de la historia que ahora nos ha vuelto a alcanzar y ha abducido nuestro tiempo, y cuyas figuras más reconocibles son Trump y Bolsonaro, siempre prestos a capitalizar el miedo al otro con la amenaza tipo cómic de las fuerzas demoníacas. El sectarismo se ha incrustado en el paisaje, casi no llama la atención. Manda la brocha gorda y hace tiempo que desaparecieron del debate público los imprescindibles matices que ayudan a comprender el mundo. Avanzan atronadoramente, igual que un ejército invasor, quienes perciben a sus adversarios como perversos en sí mismos, unos malvados irredentos e infames de condición sin margen de duda. Vamos, lo que en las telenovelas representa el personaje de la mala por dentro que mira aviesamente desde el quicio de la puerta mientras sube el volumen de la música inquietante.

Si es difícil gobernar cabalmente en este esquema de pensamiento febril y polarizado, con un lenguaje pasado de rosca, más lo es hacer oposición en términos ajustados y propositivos. En una entrevista que le hicieron a Inés Arrimadas el martes en El Intermedio, en la que explicó que iba a negociar los Presupuestos Generales dada la situación de emergencia, la nueva líder de Ciudadanos salpicó sus respuestas de comentarios negativos sobre el carácter de Pedro Sánchez. En lugar de incidir en las visiones opuestas de su partido y el Gobierno sobre economía o fiscalidad para resaltar el tamaño del sacrificio que está dispuesta hacer por responsabilidad y por España, acudió varias veces a lo individual, a lo subjetivo. “A mí no me sorprende nada de lo que haga, sé cómo es, y si hay más españoles que se enteran, mejor”, dijo nada más comenzar y lo repitió en varias ocasiones. Desde luego, es muy consciente de por dónde soplan los vientos: para distanciarse del PSOE antepuso el arquetipo del desleal y artero Sánchez a los fundamentos políticos.

La mayor barrera para ejercer la oposición es una especie de género nuevo que se expande en el universo tertuliano y periodístico y que consiste en criticar la crítica, en lugar de al poder, que es lo suyo.

Quien no apunta en esta dirección lo lleva claro. Y no ha sido solo Vox, experto en estigmatizar colectivos en un ecosistema de bulos y datos falsos, quien ha marcado tendencia de la retórica volcánica personalizada; también el PP de Pablo Casado ha colocado muy alto el listón con su propensión a ver golpes de estado en cada contrariedad y su recua de adjetivos de ultrajes variopintos en plan honra mancillada (ya saben: felón, traidor, ilegítimo, incapaz, mentiroso compulsivo y demás componentes de su discurso hiperventilado). Así está el pobre Ángel Gabilondo en la Comunidad de Madrid, fuera de época, intentando tocar ante un auditorio de heavy metal una sinfonía de Mozart de esas que dicen que relaja el espíritu y agudiza el entendimiento, y tratando de construir algo racional y atinado, acorde a la gravedad de la pandemia, con una presidenta que es un remedo de Trump en versión chulapa. Las virtudes terapéuticas del efecto Mozart quedan sepultadas bajo el ruido. La leal oposición apenas puede sobrevivir en semejante hábitat.

No es la única oposición que debe sortear escollos. Para Susana Díaz, salvando todas las distancias, tampoco es sencillo. Es cierto que tiene que lidiar con el recuerdo de su gestión en la Junta andaluza, el principal argumento de defensa de Moreno Bonilla y sus mozos de espada. Y que, a la par, ha de resolver arduos problemas orgánicos, con cuadrillas de dirigentes socialistas atentos a una señal para salir de detrás de las mamparas y mandarla a un ministerio. Pero eso es otro costal. Su mayor barrera para ejercer la oposición es una especie de género nuevo que se expande en el universo tertuliano y periodístico y que consiste en criticar la crítica, en lugar de al poder, que es lo suyo. Recordemos lo obvio: la labor de la oposición consiste en controlar los gobiernos, denunciar lo que no funciona (la sanidad, la educación o lo contratos amañados), ser un contrapeso y una alternativa. Habría que hacer un esfuerzo para separar las tareas de los políticos de sus personajes planos, quizás así podríamos superar este fatigoso dilema de buenos y malos.

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