Andalucía Opinión y blogs

Sobre este blog

Escribir en la enfermedad

0

La casualidad ha querido en estos últimos días coincida, por un lado, con un par de escritores a los que no conocía en persona y que, por otro, asistiera al nuevo espectáculo teatral de Bob Pop (Hablar no sirve. De nada), en el que está muy bien acompañado por el actor Daniel Bayona. Si algo une a estos escritores es la experiencia de la enfermedad, ya en su propio cuerpo o como cuidadores a tiempo completo.

El primero de esos escritores nos relató durante a una comida cómo desde algunos años atrás una seria lesión de espalda le ha tenido a merced de un tratamiento muy severo con opiáceos, que solo recientemente le están rebajando. Esa medicación le resta toda lucidez, de manera que, consciente de ello, se impone una estricta rutina para escribir todos los días sin otra intención que la de “mantener el hábito”, disciplinar al cuerpo, en suma, para que los músculos que la escritura precisa no se atrofien. Poco más, porque todos esos textos van irremediablemente a la basura, claro. Las únicas horas que en la actualidad puede reunir la clarividencia suficiente son las que prescinde de la medicación, pero el dolor es tan atroz que debe permanece tumbado, boca arriba. Así, con una brazo extensor que le coloca una tablet por encima de su cabeza, pasa esas horas escribiendo con lucidez, sí, pero solo hasta que el dolor se vuelve insoportable y de nuevo debe recurrir a la medicación.

El otro escritor no sufre ninguna enfermedad, pero su hija nació con una gravísima discapacidad que ha hace dependiente total. Al igual que el anterior, más o menos de su misma edad, tampoco vive, ni mucho menos, de sus libros. Pero nada les quiebra. Contra esas adversidades, sin esperar grandes satisfacciones, en un país donde la mayor parte de la narrativa que se lee difícilmente se puede considerar literatura, estiran los días, como si realmente tuvieran más de veinticuatro horas.

Lo cuenta, sin paños calientes, en esa montaña rusa que es su último espectáculo, donde desde el humor más descarnado te precipita al infierno del dolor y la discapacidad

Es un caso parecido al de Bob Pop, él sí un escritor reconocido y, como se sabe, enfermo de ELA y actualmente en esa cruel fase en la que ya no se puede valer por sí mismo para casi nada. Lo cuenta, sin paños calientes, en esa montaña rusa que es su último espectáculo, donde desde el humor más descarnado te precipita al infierno del dolor y la discapacidad. Su cuerpo, dice, de repente se ha convertido en un cuerpo capitalista, un patrón que extrae su plusvalía vital de un asalariado, su cuidador a jornada completa. Ese cuerpo, de pronto, ha pasado de “festivo a laborable”. Y con todo, sin apenas poder usar sus manos, también escribe.

Conozco otra escritora que padece esclerosis múltiple y, cuando el trabajo no la deja exhausta, cuando las bajas médicas no la abaten, también escribe y escribe. Y conozco tantos otros escritores, verdaderos escritores, que acaban orillados en editoriales modestísimas, y jamás desfallecen aunque no les distribuyan los libros de manera decente, aunque les incumplan los plazos de publicación, aunque nadie les haga la más mínima promoción y aún así a veces los resultados de ventas no cuadren con la realidad. Tampoco desfallecen. Escriben y escriben. Literatura.

¿Qué les lleva, qué nos lleva, a ese empeño casi quijotesco? ¿Qué fuerza ejerce la literatura, de dónde proviene su influjo insomne, de dónde ese magnetismo irrefrenable, de dónde ese fuego que a lo largo de los años y los sinsabores no resta un ápice a la pasión que enciende en todas y todos ellos, en nosotros?

No lo sé, claro que no. Ni siquiera hay una única respuesta, por supuesto. Pero sí sé que en esa pasión, en esas horas de soledad, no solo pergeñan ficciones. Frente la enfermedad y la incertidumbre, la literatura es su manera de estar en el mundo.

Yo creo que ese mundo se vuelve un poco mejor. Incluso desde la enfermedad.