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González y Aznar, vaya par de dos

Felipe González y José María Aznar en el arranque del I Congreso de la Sociedad Civil.

Juan José Téllez

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José María Aznar y Felipe González dialogan amistosamente en el Casino de Madrid. Suenan violines o suena el Para Elisa: sobre patadas en la puerta, la guerra sucia, “váyase Sr. González”, “España va bien”, el trío de las Azores y montañas cercanas con casi tantos muertos como mentiras pronunciadas en La Moncloa.

Se para uno a mirar su fotografía y, mediante esos extraños bucles que teje nuestra propia memoria, nos sorprendemos con otra edad y solapamos las fotografías de nuestro álbum familiar con las del puño y la rosa frente al yunque y la pluma de Pablo Iglesias, los tirantes de Fraga, los charranes azules, la ilusión, el cambio, el desencanto. ¿Cómo pudieron ambos ex presidentes encarnar desde la más alta responsabilidad democrática el mayor periodo de prosperidad, crecimiento y estabilidad de nuestro país, cuando el recuerdo sólo nos trae a muchos, incluso a quienes les votaron, su peor rostro, su ángulo oscuro, las sombras del contraluz que siempre supone delegar en otros nuestra soberanía?

En el fondo, ellos somos nosotros, quienes vivimos sus mandatos, con la esperanza relativamente infundada en los finales felices pero, mientras votábamos a uno u a otro, desesperábamos porque los viejos tesoros sociales de este país, como la sanidad y la educación públicas, fueran malbaratados por los mercaderes del templo.

Al contemplarles, podríamos evocar su importante legado de autopistas y autovías, invencibles trenes, parqués más o menos boyantes o esplendor inmobiliario hasta que explotó la burbuja; pero al revisar de carrerilla los viejos titulares del pasado anteponemos el referéndum de la OTAN a la deseada entrada en la Unión Europea, que ya por cierto no es lo que era y quizá discrepemos, unos y otros, en cuanto a la ley del aborto y las leyes de extranjería. La España de las libertades, dicen, pero nos sobreviene el esperpento de la España del pelotazo o la boda en El Escorial. La España de la paz, pero también una larga guerra contra el terrorismo, mientras nos peleábamos por el diminuto peñón del Perejil con Marruecos o el sempiterno pero no demasiado eficiente Gibraltar español. Ah, qué nostalgia de cuando iban ambos del brazo de Jordi Pujol y hablaban catalán en la intimidad, ahora que tanto les inquietan los sucesos en la marca de Cataluña.

Oyéndoles, juntos o separados, en el Casino de Madrid, en la Universidad de Georgestown o para Thinking Heads, uno echa de menos la figura de los presidentes silenciosos de Estados Unidos, una tradición que convendría preservar con más ahínco que su sueldo vitalicio: 79.336 euros brutos al año, si las cuentas no me fallan, aunque Pedro Sánchez, presidente en ejercicio, cobre 83.000 euros anuales. Sana costumbre la de dotar a nuestros máximos líderes de unos ingresos que les permitan vivir con dignidad sobrada el resto de sus días pero que quizá debería quedar en suspenso, como algunas pensiones de jubilados afanosos, si se demuestra que perciben mucho más por su presencia en consejos de administración y otras atalayas económicas y políticas, a las que sin duda impregnan con su sabiduría y no tanto con su influencia: ellos no son influencers, propiamente dichos, porque no son milennials.

Al menos, Felipe González y José María Aznar –vaya par de dos--, representan políticamente la época dorada de la clase media antes de empobrecerse por la crisis económica y la crisis de valores. Con ellos volvieron Cánovas y Sagasta, la alternancia política, las cesantías. Viajaban del BOE al papel cuché de las revistas del corazón con relativa asiduidad, porque a lo largo de sus mandatos, la política dejó de ser una utopía razonable para convertirse en un espectáculo en donde no importaban tanto las ideas como su envoltorio.

Se consolidó con ellos lo que los podemitas llamaban el régimen antes de asumir que la realidad es tozuda y los Gobiernos inevitables si es que queremos transformarla. ¿Quienes les admiraron en sus días de vino y rosas, seguirán haciéndolo hoy, cuando les percibimos como el eco de la caracola de un tiempo que ya no volverá? Sus consecuencias, sin embargo, siguen ahí. Hemos heredado en gran medida el país que construimos entre todos pero que ellos pusieron a su nombre en las escrituras de la historia. Algo más diferencia a esos representantes de sus representados. Les oímos hablar con el retardo de las comunicaciones vía satélite. Nosotros tenemos los pies en la tierra y ellos hace tiempo que son de otra galaxia.

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