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¿Qué nos importa Bolivia?

Patricia Arce, alcaldesa de Vinto, atacada por ser del partido de Evo Morales Movimiento al Socialismo y la presidenta golpista Jeanine Áñez.

María Iglesias

Evo Morales nunca ha contado con simpatías en la España de poder político, económico y mediático. Ha sido adscrito al “eje bolivariano” -versión hispana del “eje del mal” gringo de Irak-Irán-Corea del Norte-, por la derecha de PP-Ciudadanos-Vox y cierto socialismo. Un arco refractario a los Chaves-Maduro venezolanos, el kirchnerismo de Argentina, el castrismo cubano. El hecho de ser indígena y priorizar a los pueblos andinos ha jugado en su contra desde el principio. Luego bien pueden criticársele su reforma para ser reelegido y la falta de transparencia de los últimos comicios. Pero ahora hay un golpe de Estado en Bolivia y su represión militar contra la ciudadanía, como los de los 70 en Chile y Argentina, y los españoles no reaccionamos. Pasamos.

Ocurre en el contexto de ombliguismo en que llevamos tanto, por el bloqueo político y el desafío de radicalismos: con un sector del secesionismo catalán enloquecido que, en palabras para TVE3 de Nuria Martí, de Arran, no creen en los derechos individuales porque tienen la razón y el fascismo de Vox. Ese, hoy tercera fuerza en España, que ha hundido al centro y escora a lo ultra a la derecha con su persecución de migrantes, feministas, LGTBI, y todo discrepante. Incluso un conservador como el periodista José Antonio Zarzalejos, ex director de ABC, fue al día siguiente de las elecciones increpado en la calle por un fascista al grito de “Rojo, cabrón, traidor”.

Con el melón que tenemos abierto aquí para investir el Gobierno progresista de coalición PSOE y Unidas Podemos, ¿qué nos importa que a Patricia Arce, alcaldesa de Vinto (Bolivia) la rapen, pinten de rojo y arrastren por la calle para su escarnio y, sobre todo, amenaza del resto?

El fascismo viene a por la democracia

Participar esta semana, como jurado, en el Festival Internacional de Cine y Memoria Común de Nador (Marruecos) me ha puesto ante documentales como Le soliloque des muets, sobre la masacre del régimen de Suharto en 1965 en Indonesia con fosas que se soterran bajo hoteles de lujo, Tunisia in transition acerca de la única primavera árabe que ha florecido en democracia y afronta, gracias a un tribunal acosado por mil escollos, dar verdad, justicia y reparación a las víctimas de Ben Ali, Franco on trial: the Spanish Nuremberg? la denuncia de cómo España aún tiene pendiente condenar al franquismo lo que lastra la democracia o À la recherche de l’homme de la caméra sobre las terroríficas desapariciones forzosas en Siria de opositores a Bashar al Assad.

“Memoria para el futuro” ha sido el lema de la 8ª edición del FICMEC y no me resigno a que la matanza en Bolivia, capital La Paz, ya con decenas de muertos, centenares de heridos vaya a conmovernos mañana cuando lo veamos en una pantalla. Es nuestro deber ético y humano pararlo.

Igual que ponernos junto a la población civil y el activismo democrático en el Ecuador contrario al gasolinazo el mismo motivo por el que nacieron en Francia los chalecos amarillos y ahora un millar de iraníes son arrestados, el Chile donde la gota que colmó el vaso fue subir el ticket de metro, Argelia que se ha levantado a partir de una tasa al WhatsApp, Hong Kong donde la defensa de su libertad dentro de la órbita de dictadura china lleva a escalofriantes arrestos como el de esta mujer que grita: “¡(si muero) no me habré suicidado! ¡No será suicidio!”.

El nexo de los totalitarismos es que el exterminio busca someter a los supervivientes al miedo y la sumisión. Las vidas que apagan nos amordazan; cada país aplastado bajo la bota violenta –tantas veces con apoyo de la CIA y EEUU como revelan testimonios, imágenes de archivo, juicios conocidos de historiadores, revelados en documentales- es una victoria del fascismo sobre la democracia. Que, con sus imperfecciones, sigue siendo el mejor sistema conocido para gestionar las discrepancias inherentes a la condición humana.

La trampa de la realpolitik connivente

La realpolitik que se resigna a los genocidios, explotación, injusticia para justificar su inacción connivente; la realpolitik que no es exclusiva de la política y se oye hasta en citas de intelectuales progresistas es un error y una trampa. Defender cada vida, cada democracia no es utopía sino la única oportunidad práctica y real que los demócratas del mundo tenemos para sobrevivir y avanzar.

Porque, cuando en Bolivia la presidenta golpista Jeanine Áñez bate sus alas clamando “¡La Biblia vuelve a Palacio!”, la franquista Rocío Monasterio en España da la definitiva vuelta de tuerca al ya cuestionable sistema de la escuela concertada y exige al Estado sufragar con los impuestos de todos el adoctrinamiento en el nacionalcatolicismo racista, machista, antidemocrático.

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