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Instrucciones para cruzar el desierto

Sáhara Occidental saharaui

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Que no lo digo yo, que lo dice –o decía- la ONU. El pueblo saharaui, puesto lejos de su tierra desde hace 1975, habría de decidir en referéndum su destino: o la independencia, tras haber sido territorio español, o la integración en Marruecos. Para algo la ONU mandó a la Misión de las Naciones para el Referéndum en el Sáhara Occidental (MINURSO), y allí lleva 30 años, supongo que mano sobre mano, dejando que el tiempo se haga duna en el reloj de arena, porque estas son las horas en las que dicha misión aún no ha hecho honor a su nombre, es decir, ni ha posibilitado el referéndum ni se le espera. Poquito antes de cerrar por fuera la puerta de La Casa Blanca, el tal Donald Trump decidió, de su bella gracia, reconocer unilateralmente la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. ¡Gol! De este modo se aseguraba el apoyo del rey alauita a Israel. No está mal el trueque: parias saharauis por parias palestinos.

Corren malos tiempos para la épica si enunciar y denunciar esta iniquidad parece el colmo de lo radical. A día de hoy, España se tiene que coger sus declaraciones y acciones al respecto con papel de fumar, vaya a ser que Mohamed VI se roce con una verdad que a nadie le interesa defender y se escueza, y ya tengamos armado el chantaje gordo, atroz e inhumano. ¡Qué gran democracia y autorrespeto, los del gobierno de un país que usa de arma arrojadiza el hambre de África y las ganas de huir de sus propios súbditos! Tanto esfuerzo por no vincular la crisis en Ceuta con el ingreso en un hospital español de Brahim Gali, el secretario general del Polisario; tanta palabra tibia (España es “el mejor aliado” de Marruecos ante la Unión Europea, declara Pedro Sánchez); tanto intento marroquí de que Europa mire hacia otro lado, nos dejan en la piel una sensación pegajosa de insinceridad y deslealtad. Tras cada noticia –y también, tras cada reacción vomitiva por las redes e in situ de los camorristas de ultraderecha- sobre la crisis con Marruecos dan ganas de darse una ducha.

Hubo un tiempo en que no pocos muchachos eran destinados a hacer la mili en El Aaiún, y se sentían en las jaimas como en casa. Soy hija de uno de los últimos jóvenes que volvieron del Sáhara hermanados con quienes eran, en ese momento, compatriotas.

Hubo un tiempo en que no pocos muchachos de provincias eran destinados a hacer la mili en El Aaiún, y se sentían en las jaimas como en casa. Soy hija de uno de los últimos jóvenes que volvieron del Sáhara hermanados con quienes eran, en ese momento, compatriotas con los que compartían mucho más que el dni y el idioma. Mi padre volvió de su servicio militar hermanecido pero desolado: España abandonaba el Sáhara en pleno proceso de descolonización y sin traspasar su soberanía sobre el mismo ni su condición de potencia administradora, con lo que fue ocupado de mala manera por Marruecos. Poco o nada ha llovido en el desierto desde entonces. Un muro de la vergüenza, alzado por Marruecos, de 2.720 kilómetros, minado de búnkeres, vallas y minas, marca dicha ocupación y evita que los saharauis regresen a su territorio. Muchos de los que, con sangrantes faltas de ortografía, vociferan por las redes que la lengua española está amenazada por el resto de las lenguas del Estado, quizá desconozcan que los poetas saharauis escriben en español. Nuestra lengua, que es la suya, hablarla y escribir en ella, es un ejercicio de resistencia, sostenido sin amparo en el desierto donde las madres dan de leer en español a sus niños en cartillas pajizas, roídas por el viento. Me pregunto si en España sentimos la suficiente cercanía emocional con el pueblo saharaui (a la manera en la que, por ejemplo, Inglaterra guarda fuertes lazos con India) o, por el contrario, ésta ha sido inducida al olvido, como conminado al olvido ha sido este conflicto internacionalmente por lustros y más lustros. Me pregunto si España, a lo largo de todos estos años, acaso no se ha sentido en el deber moral de impulsar la reivindicación (o al menos en que no cayera en el terrible olvido), sin tutelas pero tampoco sin traición, de la libre determinación y el regreso a su tierra de un pueblo al que ha estado históricamente unido.

La batalla por el referéndum en el Sáhara Occidental está perdida de antemano: Trump reconoció la marroquinidad del territorio, a Biden ni se le espera, y al Orden Mundial le importa poco la suerte de apátridas y desplazados (niñas, niños, mujeres y hombres, con una cultura, una historia, un presente hostil y ningún futuro). Respetar los derechos humanos y los derechos civiles y políticos de pueblos como el saharaui o el palestino sale demasiado caro; en cambio, no respetarlos o callar ante quienes los vulneran trae notables beneficios para el actual status quo. Así va el mundo.

Instrucciones para atravesar este desierto: 1. Marcar en el mapa que al Sur de mi país, y en muchas familias de todas las regiones de España, aún perviven fuertes lazos con el pueblo saharaui. 2. Comprobar que en la mochila que llevamos colgada a las espaldas aún nos queda algo de conciencia en torno a derechos humanos, civiles y políticos. 3. Escuchar a la escritora Laura Casielles –su tesis doctoral aborda el rastro de la colonialidad española en las literaturas hispánicas de Marruecos y el Sáhara- decir que “el olvido de los saharauis es uno de los silencios que fundan nuestra tranquilidad”. 4. Anotar la frase en el cuaderno de las cosas importantes y salir a dar un largo paseo con ella. 5. No callar, así esto sea predicar en el desierto, en el mismo desierto que a los saharauis no les van a permitir atravesar. 6. Tener los camellos dispuestos, sin fe, pero tampoco sin resignación. 7. Saber que esto de elegir a qué lado del muro de Tifariti estamos es algo que tendremos que hacer a lo largo de nuestra vida en asuntos personales, políticos y humanos. 8. Pedir a mi país que no siga tolerando la sangría del chantaje. 9. Saber que, muy probablemente, todo será en vano. Y 10. Entender que, a pesar de ello, preparar la travesía de vuelta merece la pena. Al fondo –ay, Huidobro- se ve el mar.

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