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La caja de fresas

El portavoz parlamentario del PP-A, Toni Martín, este jueves porta una caja de fresas durante su pregunta al presidente de la Junta de Andalucía, Juanma Moreno.

Carmen Camacho

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En el momento exacto, el portavoz del PP, Toni Martín, se levanta con la caja de fresas y señala con la diestra a la bancada socialista para, a lo Cicerón, lanzar su catilinaria ante el Parlamento andaluz: “Les quiero mostrar algo. ¿Saben ustedes lo que es? Son fresas, pero son el símbolo del sudor, del esfuerzo y del pan de miles de familias de Huelva a las que ustedes han traicionado con la utilización electoralista para defender los intereses de Pedro Sánchez. Ha costado mucho esfuerzo que este producto sea reconocido en toda Europa como un producto de calidad y eso no lo pueden tumbar”. A continuación, coge una fresa y se la come. Entonces, Bendodo se come otra, y Juanma Moreno mira la caja y exclama: “¡Qué bien huelen los productos de la tierra, de Huelva!”.

Muy bien la performance. La pena es que la caja que el portavoz alzó como un cáliz era de una marca francesa que comercializa sobre todo productos latinoamericanos y fresas de Marruecos. ¡Que venga inmediatamente a mi despacho el director artístico de toda esta peli! Desde aquí puedo escuchar la bronca que se llevó quien fuera a pillar la caja, con o sin frutos porque, según sostienen sin enmendalla, las fresas sí eran de Huelva, que alguien se las había traído de Lepe en una bolsa. Lo que pasa es que –afirman-, para hacer el show en plan bonito, las habían colocado en una caja de fresas que no son de aquí. Con la de canastitas monas que venden por un euro en cualquier bazar.

Cojo la caja y este numerito escénico para hablarles de la cansina espectacularización de la política no ya en los mítines, actos de partido y distintos subproductos de la videopolítica electoralista, que ya sabemos desde siempre que son puro teatro y que ponen a los candidatos en auténticos aprietos, como perrear en un programa de radio, bailar sevillanas con la estrella de la radio, salir revoleado de una cama elástica, hacer una coreografía siniestra o dejarse besuquear espasmódicamente por el respetable. Están quienes se prestan más o menos a según qué cosas y quienes por ahí no pasan y, a mi entender, hacen bien. El matiz, y mi crítica, viene cuando los numeritos escénicos, los monte quien los monte, se dan en sede parlamentaria o en los plenos de los ayuntamientos, lugares de eso que llaman representación de la soberanía popular.

Habrá quien rechiste diciendo que es legítimo que la política emplee lo performativo. Eso depende. La política institucional, no; la acción política ciudadana, por supuesto que sí

Cada vez, desde escaños de todos los colores, los numeritos suelen ser más habituales. Sin esfuerzo, se nos vienen a la cabeza sonadas performances parlamentarias más propias de la polipoesía o el psicodrama que de una sede institucional (dicho sea sin quitarle mérito a la acción poética, al clown o a la acrobacia, más bien al contrario, advierto de la usurpación de su sentido y de su malversación). Rufián y su impresora, Olona subiendo a la tribuna vestida para hacer la instrucción, Inés Arrimadas haciendo morisquetas desde el escaño, Maribel Mora derramando arena sobre el escaño de Moreno, Ayuso desplegando un papel infinito y queriendo así defender su gestión en las residencias o aquella ultracardunda que recitó, cual lista de los reyes godos, los nombres del clítoris y sus contornos: “Chirla, conejo, parrús, potorro, coño…”. Esto ya lo hacían Accidents Polipoètics, Tip y Coll, Peru Saizprez o la mismísima antipoesía, pero bien, es decir, en sentido plenamente contrario y desde un lugar y un propósito radicalmente distinto.

Habrá quien rechiste diciendo que es legítimo que la política emplee lo performativo. Eso depende. La política institucional, no; la acción política ciudadana, por supuesto que sí. Es más, en ocasiones, armar una buena escandalera es, junto a la manifestación, la desobediencia civil o la resistencia pacífica, de las pocas formas que el activismo y la movilización ciudadana tiene para alzar su voz y hacer llegar su mensaje. Que ecologistas se peguen con loctite al marco de un cuadro es una de las pocas maneras de garantizar que, al menos, aunque sea por unos instantes, la causa que defienden se la van a plantear millones de personas. Quienes ocupan un escaño en un parlamento o en una sesión plenaria consistorial no deben usurpar, en aras de la espectacularización y la viralidad, las herramientas que pertenecen a quienes discuten y cuestionan a los de arriba cada vez que haga falta, o a quienes emplean la performance con intención netamente artística, y por tanto, realmente revulsiva y transformadora. A quienes ejercen la política desde las instituciones democráticas habría que exigirles oratoria, ética y respeto a la verdad de los hechos y a la lógica. No deben sentirse autorizados para jugar, pongo por caso, a la morisqueta y al absurdo. Porque, de hecho, no lo están. Y porque es peligroso. Ahí tienen a Trump.

 

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