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Una justicia de película
Montesquieu debe estar tomándose un tripi, fumándose un peta, o, según su gusto, esnifando doñablanca. Visto lo visto en el Consejo General del Poder Judicial de España, lo de la separación de poderes, en nuestra ya madura democracia, suena tan fake como que estemos en un país aconfesional con la morterada de dinero público que recae en manos de la Santa Madre y que, en gran medida, también sale de esos impuestos que ahora quieren liquidar como si fuera una mercería en desuso.
Un poner: va el delincuente, el infractor, el presunto, el investigado, el que usted quiera a modo de parábola, y le dice al policía que lo detiene que él está dispuesto a cumplir la ley pero primero tienen que cambiarla. No quiero decir que el Partido Popular tenga hechuras de chorizo –a pesar de ser la única formación política como tal que ha sido condenada por parecerlo--, pero la obstinación de los conservadores españoles en preservar su cómoda mayoría en el Consejo solo tiene parangón en la utilización del Tribunal Constitucional como escudo antimisiles de las leyes progresistas.
Ya veo a Félix Bolaños y a González Pons cogiendo hora para una terapia familiar a ver si puede salvarse ese matrimonio de conveniencia del que está excluido el poliamor con los partidos minoritarios
Ahora que se ha producido la dimisión a pellizcos de usía Juan Carlos Lesmes, como presidente de órgano de Gobierno de los jueces españoles, ardo en deseos de comprobar qué nueva coartada va a buscar Alberto Núñez Feijóo para seguir pareciéndose a Pablo Casado en esta y en otras materias. Aunque no tenga un máster en Harvard, seguro que le ha hecho un conxuro a las meigas para sacar de su chistera política un conejo que diga “no, pero”. De momento, tras entrevistarse el presidente y el líder de la oposición, seis meses después de su última quedada –insólito también, a mi entender, en la Europa al uso--, parece que van a darse “un último intento” para la negociación: ya veo a Félix Bolaños y a González Pons cogiendo hora para una terapia familiar a ver si puede salvarse ese matrimonio de conveniencia del que está excluido el poliamor con los partidos minoritarios.
Tampoco es que el PSOE destaque precisamente por su pulcritud en este tipo de lances pero, hoy por hoy y por platicar de otro albur, hay ratitos en los que TVE parece Trece TV, y no suele suceder al contrario cuando Génova toma la Moncloa.
Así que permítanme que deposite un par de lagrimones sobre la pantalla de este artículo tras ver Modelo 77, de Alberto Rodríguez, y Argentina 1985, de Santiago Mitre, en uno de esos cines tan alarmantemente semivacíos que todavía frecuentan los incombustibles cinespectadores. Más allá del palmarés de San Sebastián, harían bien en no perderse ni una ni otra: ambas hablan de dos fechas cruciales para la refundación de la democracia española y de la argentina, al término de dos dictaduras de distinta duración pero de similares crímenes.
En el filme de Rodríguez, asistimos a las revueltas de la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL), en los años decisivos que rodearon a las primeras elecciones democráticas y al proceso constituyente de este país. Todavía recuerdo una viñeta que publicara, por aquel entonces, el heroico Carlos Giménez. Dos presos aupados al techo de su trena exhibían una pancarta pidiendo amnistía y uno le decía al otro algo así como: “Para que luego digan que la cárcel no regenera. Entramos aquí siendo unos chorizos y ahora somos luchadores por la libertad”.
Algunos de ellos lograron escaparse de la Modelo, pero el final relativamente feliz del espléndido largometraje no cuenta que siete años más tarde todos ellos habían sido capturados de nuevo. No creo que sea spoiler apuntarlo, porque lo importante de la cinta estriba en su impecable guión, en sus brillantes interpretaciones, en su cuidada fotografía y en su ritmo.
Los que ametrallaron civiles en La Desbandá, los que dispararon en la plaza de toros de Badajoz como si fuera el estadio de Santiago de Chile y el Chato de las Ventas fuera nuestro Víctor Jara, murieron en sus camas, en la paz del Señor y de los tribunales
En el largometraje de Mitre, asistimos a la pesquisa, juicio y primera sentencia contra los militares responsables de la dictadura argentina, a partir de la instrucción llevada a cabo, no sin riesgo ni dificultades, por el fiscal argentino Julio Strassera. Hay dos imágenes de su metraje que guardaré como un tesoro en mi memoria: la de los milicos sentados en el banquillo de los acusados y la del testimonio de algunas de sus víctimas.
Alberto Rodríguez no podrá hacer un remake del casi docudrama argentino a la española porque no podría basarse en hechos reales: aquí nunca se sentaron ante la justicia los militares que se alzaron contra el Gobierno legítimo de la Segunda República con los mismos pretextos que en el Cono Sur lo hicieron contra los de Argentina, Chile o Uruguay. Aquí nunca pudimos oír en una vista oral los testimonios de los torturados, los de los supervivientes de los juicios sumarísimos entre el tiro de gracia y el garrote vil, los que caían por las ventanas de comisaría o las balas al aire impactaban contra el pecho de estudiantes y obreros voladores. Los que dieron la orden de arrasar Gernika, los que ametrallaron a los civiles que huían en La Desbandá por la carretera de Almería, los que dispararon a mansalva en la plaza de toros de Badajoz como si fuera el estadio nacional de Santiago de Chile y el Chato de las Ventas fuera nuestro Víctor Jara, murieron en sus camas, en la paz del Señor y de los tribunales.
Hace unos días, 83 años después del final de la guerra civil española y a 45 de las primeras elecciones generales libres, el Senado dio su beneplácito a lo más parecido a una Ley de Memoria Democrática de este país. Esta ley, que se fundamenta en los principios de verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición, reivindica expresamente la Transición y la defensa de los valores democráticos, y condena por primera vez el golpe militar de julio de 1936 y la dictadura franquista. Nunca es tarde si la dicha es buena, pero es muy tarde y la dicha es poca.
Al menos, quedará el recuerdo, la búsqueda de las tumbas, el registro y censo de las víctimas para hacer visible nuestra resistencia; algo es algo, pero, ¿qué quieren que les diga? Del BOE no suelen hacerse buenas películas
Al menos, quedará el recuerdo, la búsqueda de las tumbas, el registro y censo de las víctimas para hacer visible nuestra resistencia; algo es algo, pero, ¿qué quieren que les diga? Del BOE no suelen hacerse buenas películas. Luego, nos sorprenderemos de que en el mitin de Vox, entre holograma y holograma del facherío mundial, aparezcan unos notas canturreando como en un karaoke “Vamos a volver al 36”, cuya letra podría haberla firmado el bueno de Queipo de Llano. ¿A quién le extraña, si sus correligionarios ganaron aquella contienda, si la siguen ganando, calle por calle, casa por casa? Al menos, por ahora, debemos felicitarnos porque utilicen votos en lugar de fusiles, pero lo mismo han aprendido algo del formidable lío del Consejo General del Poder Judicial y, si alguna vez llegan al poder, no querrán dejarlo hasta que se redacte una nueva norma que les garantice que seguirán ganando siempre.
Si a todo esto la Audiencia Nacional pervive como legítima heredera del Tribunal de Orden Público, a este paso, creo que Montesquieu, cuando se le pasara el cuelgue, tendría que considerar seriamente exiliarse como si fuera un youtuber o un rapero a las aguas mansas de Andorra o de Bruselas. Eso sí podría convertirse en un trepidante biopic.
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