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La pandemia eléctrica

EFE/Juan Carlos Hidalgo
31 de agosto de 2021 08:39 h

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Este verano, España da calambre. La factura de la luz es una fractura, un cortocircuito en los planes del Gobierno más progresista de la actual historia democrática; y la electrocución de la economía de la clase media.

La ministra habla en el Congreso: ecuaciones de segundo grado para una aritmética con la que no salen las cuentas. Tampoco, la de las grandes empresas. Cuando nos demos cuenta del dineral que pagamos por la luz y el gas, empezaremos a notar el incremento de los precios en artículos de consumo –los comestibles, por ejemplo--, que se verán sin duda arrastrados por el coste de los contadores. La inflación se dispara y el IPC escala hasta el 3 por ciento. Eso dicen las noticias. Y no tardarán mucho en sugerir que, en semejante zafarrancho, ¿cómo vamos a pensar en subir el salario mínimo? Tiempo al tiempo.

Los diputados hablan del asunto con la misma claridad que si nos estuvieran explicando como funcionan las criptomonedas. Pero, al menos, hablan. Los principales beneficiarios de este saqueo, esto es, las eléctricas, callan como bellacos. Alguna de estas empresas aún mantienen en su ADN la débil huella de lo público. En sus consejos de administración, en las de todas, hay ministros y ministras de otro tiempo, representantes parlamentarios o diputables: las puertas giratorias, ya saben, como cuando para eludir las cesantías, colocaban a un recién salido del Consejo de Ministros en cualquier filial americana de empresas que se hubieran beneficiado o pudieran beneficiarse de sus pecados públicos de pensamiento, obra u omisión. Ni les daba tiempo, a veces, a entregar la cartera. Alguien podría llamarles para que nos digan a sus antiguos administrados como un servicio básico sube más que la reventa de una final de copa.

Sería cuestión de fijar algunas restricciones al caótico mercado de la energía, antes de que siga aumentando el maléfico contagio en sus recibos

Estados Unidos nacionalizó empresas hipotecarias cuando la crisis de Lemon Brothers. Hace un año, Bruselas apañó una norma que permitiría la entrada de los Estados en el capital de sus compañías, grandes o pequeñas y cotizadas o no, para evitar su quiebra ante los posibles efectos del coronavirus. Ahora, mientras el Covid-19 sigue matando, nos enfrentamos a una pandemia eléctrica que está afectando a España más que a otros países europeos. Sería cuestión de fijar algunas restricciones al caótico mercado de la energía, antes de que siga aumentando el maléfico contagio en sus recibos. Prolongar su IVA reducido, como si fuera justo hacerlo. Enganchar una alargadera a las tarifas sociales. Algo se podrá hacer aunque sólo se pueda hacer poco.

Que no resolvería nada nacionalizarlas, eso dicen algunos expertos. Otros no piensan así pero no suelen ser trending topic. Tampoco será tan malo dicho procedimiento –salvo que algún concursante de televisión me diga lo contrario-- si Francia, Estados Unidos, Holanda, Suecia, Australia, Italia, Suiza o Japón, figuran entre los países que cuentan con compañías eléctricas con participación pública. Qué comunismo tan malo está entrando de pronto en el mundo libre: solo el 38% de la potencia eléctrica instalada o en construcción en eso que llaman el orbe estaba en manos completamente privadas.

Un montadito de atún de lata a precios de solomillo, eso nos dicen que ocurre con los mercados de las corrientes, tan poco corrientes

Lo mismo que los habitantes de aquel pueblo de Albacete donde transcurría “Amanece que no es poco”, sentían devoción por William Faulkner, en España nos priva Milton Friedman: pilares básicos del antiguo Estado del bienestar como la educación, la salud, el agua y esa cosa rara que sirve para encender las vitrocerámicas, la tele o la batería de los satisfyer, están en manos particulares.  

Un montadito de atún de lata a precios de solomillo, eso nos dicen que ocurre con los mercados de las corrientes, tan poco corrientes. Que se lo expliquen a cualquier cliente de Mercadona, por ejemplo. Y a cualquiera de nuestras titas que lleve haciendo economías en la plaza de abastos desde que hiciese la primera comunión. Si uno tuviera tentaciones terraplanistas, estaría en la idea de que hay una conspiración contra el gobierno judeomasónico de España, de similares proporciones a la huelga de transportes que vivió Salvador Allende, en tiempos de la Unidad Popular de Chile.

La energía solar viene bien en verano. Amárrense los cinturones para cuando llegue el invierno. Como no haya un vendaval parecido al Katrina, que mueva todos los parques eólicos a la velocidad de montaña rusa, nos costará más la calefacción que la hipoteca. Y a pesar de los evidentes éxitos de la Moncloa en la crisis de Afghanistan o en los fondos europeos, podrían sufrir un apagón de formidables proporciones en el suministro de electores.

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