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Prohibir la prostitución no es abolirla

El Front Abolicionista se concentra para exigir una ley que acabe ""con el sistema prostitucional"" con motivo del Día Internacional contra la Explotación Sexual y la Trata de Mujeres y Menores, en una imagen de archivo. EFE/ Ana Escobar

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Dicen en el PSOE, y lo han repetido últimamente, que están decididos a acabar con la prostitución, a abolirla, incluso en esta legislatura. Sin embargo, hasta la fecha no les hemos oído nada de acabar con las condiciones que llevan a tantas mujeres a prostituirse en contra de su voluntad. Es decir, que no parece que realmente quieran abolir la prostitución, sino más bien prohibirla: mirar hacia otro lado porque, no sabemos en virtud de qué extraña alquimia, para el PSOE lo prohibido no existe, empezando por el cannabis, que tanto le cuesta legalizar.

Cada vez que alguna portavoz del PSOE afirma que van a acabar con la prostitución, por la vía del decreto, me quedo en suspenso para ver cómo finaliza esa frase. Imagino, de manera ingenua, que a continuación añadirá algo como que “Por eso, pondremos en marcha las siguientes actuaciones de carácter social, acompañadas de un presupuesto de…”. Pero no, qué va. Antes al contrario: si desde los ministerios en manos de Unidas Podemos se diseñan medidas para mejorar la vida de los sectores más urgidos, indefectiblemente llega el intento de boicot por parte del PSOE. Con respecto a las mujeres, sin ir más lejos, lo hemos visto en estas semanas, cuando desde el Ministerio de Hacienda se ha conseguido eliminar de la ley del aborto la propuesta de reducir el IVA de las compresas, por ejemplo, un detalle que, efectivamente, con el sueldo de ministra no importa tanto.

Aunque con la formación de Gobierno se intentó descafeinar el Ministerio de Trabajo y retirarle competencias, resulta evidente que en manos de cualquier otro ministro del PSOE aún estaríamos rindiendo pleitesía, más que ahora, a la CEOE

Al mismo tiempo, mientras de manera interesada se confunde el debate entre trata de mujeres y prostitución, el Ministerio de Interior, en manos de Grande-Marlaska, no hace absolutamente nada para agilizar la acogida y nacionalización de multitud de mujeres migrantes. En demasiadas ocasiones, estas mujeres, privadas del acceso a cualquier empleo o subsidio, no tienen muchas salidas diferentes a la de la prostitución. Cuando el Ministerio de Derechos Sociales peleó por el Ingreso Mínimo Vital, ya se encargó el ministro Escrivá de desactivarlo con el sucio truco de una burocracia y unos requisitos imposibles, algo que no parece muy indicado para eso de acabar con la prostitución.

¿Y qué me dicen de la reforma laboral? Aunque con la formación de Gobierno se intentó descafeinar el Ministerio de Trabajo y retirarle competencias, resulta evidente que en manos de cualquier otro ministro del PSOE aún estaríamos rindiendo pleitesía, más que ahora, a la CEOE. Lo vemos, de hecho, con el trato exquisito que desde el Ministerio de Transición Ecológica, en plena crisis energética, se sigue brindando a las grandes eléctricas, que incluso en estos momentos aumentan beneficios. Es lo mismo, salvando todas las distancias, que con el asunto de la prostitución: qué más da que el Gobierno diga que va a mejorar las condiciones del mercado energético, si luego no acompaña esa declaración de ninguna regulación de verdadero calado; desde acabar con los llamados beneficios caídos del cielo hasta crear una empresa pública. Nada, más brindis al sol.

El debate sobre la prostitución supone adentrarse en un terreno resbaladizo, en el que entra en juego el patriarcado, la violencia, el derecho a decidir sobre el cuerpo, la educación, la regulación laboral, de extranjería y, también, la moral

Al PSOE le gusta sentirse abanderado del feminismo y del movimiento LGTBIQ+, creerse que cada nueva ola la debe liderar con alguna ley mediática, ya sea el matrimonio igualitario o la prohibición, que no abolición, de la prostitución. Desde esa perspectiva, se entiende que la ley por los derechos de las personas trans les pusiera tan nerviosos, hasta el punto de costarle el cargo a la vicepresidente Calvo. Su oposición solo tenía sentido en tanto que se trataba de una propuesta del Ministerio liderado por Irene Montero, y nada más.

El debate sobre la prostitución supone adentrarse en un terreno resbaladizo, en el que entra en juego el patriarcado, la violencia, el derecho a decidir sobre el cuerpo, la diferencia entre una elección libre (quién decide hoy día libremente en qué ganarse la vida) o voluntaria, la educación, las regulaciones laborales, de extranjería y, también, la moral y, en consecuencia, casi siempre la hipocresía. Esto último es tan grave que, cuando se aborda el debate, a las propias trabajadoras sexuales se las suele excluir, como si no pintaran nada, como si fueran incapaces de razonar y discutir. Y eso, una vez más, nos lleva a todo lo que subyace, en tantas ocasiones, dentro del PSOE: el clasismo, la xenofobia, el racismo, por no mencionar el machismo.

¿Quieren que acabe la prostitución? Primero mírense todo eso, mejoren las condiciones de las migrantes para acceder a la ciudadanía española, las condiciones de acceso al mercado laboral, a la vivienda y a la renta porque, mientras sigan poniendo palos en las ruedas, todo sonará a política de titulares. A hipocresía, sí.

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