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El PSOE y la derecha: la cabra tira al monte
Si algo define al poder es su ansia de perpetuación, que en el caso de la política institucional se identifica con el proyecto personal de algún líder. Lo hemos visto recientemente con el caso de Mazón, aferrado a su cargo en uno de los mayores ejercicios de repugnancia ética que podamos recordar, hasta que los suyos no le han respaldado más. Lo vemos, igualmente, en la persona de Pedro Sánchez, que un día comparte intimidades con Ábalos y al otro se hace un Rajoy y casi lo relega a esa persona de la que usted me habla. No es nuevo en Sánchez, de cualquier modo, y no debería extrañarnos demasiado que, una vez más, le ponga ojitos a la derechona nacionalista de Junts. Sánchez, prometeico como el solo, tan pronto se levanta con el pie derecho y corteja al neoliberalismo despiadado de Ciudadanos para presidir el país sin manchas izquierdistas o amanece con el pie contrario y se abraza a Pablo Iglesias para erigirse en adalid del ejecutivo autodenominado más progresista de la historia.
A mí no se me olvidan todos aquellos arrumacos con los que de manera tan babosa intentó camelarse a uno de los que luego protagonizaría la bochornosa foto de la plaza madrileña de Colón. Incluso sospecho que, en el fondo, hoy día sentiría mayor comodidad al frente del gobierno más centrista de la historia. De esa manera, su partido no tendría que hacer nuevos y vergonzosos equilibrios con los que intentar justificar su inacción, su protección, de hecho, al presunto recalcitrante acosador sexual con cargo en el partido, y a la vez pretender que abandera no sé qué feminismo. Eso del feminismo descafeinado, de hecho, se lo sirvió en bandeja Yolanda Díaz con el veto a Irene Montero.
Con todo, no es, ni mucho menos, el único estandarte de la izquierda que se le atraganta al PSOE. Eso del derecho a la vivienda se ve que no le termina de convencer al presidente. De otra forma, no se entiende que, a estas alturas, y con el problema de la vivienda como principal preocupación ciudadana, aún mantenga en un puesto tan relevante a una ministra meramente ornamental, como Isabel Rodríguez.
Hace unos cuantos años sus seguidores le gritaron aquello de "Con Rivera no". Estaría bien que hoy le gritaran "Con cualquiera tampoco". Y eso también vale para los de su propio partido.
Ahora, para evitar que se crezcan las derechas españolistas, ha asumido algunas de las propuestas de corte racista de Junts, lo que en cierto modo resulta comprensible desde la lógica del poder. Sin embargo, creo que es lícito preguntarnos si al propio Sánchez, ese antiguo pretendiente de Albert Rivera, realmente le quita el sueño. Lo dudo, y por una razón similar a la de la carestía de la vivienda: de lo contrario no llevaría situando, legislatura tras legislatura, a Grande-Marlaska al frente de Interior. Ese ministro “independiente”, que hasta que recibió el caramelo que le puso Sánchez siempre había bailado al compás de la derecha, no desentonaría en un gobierno PP-Vox, como no fuera por su orientación sexual, que de hecho es la única y ridícula causa de las invectivas que le dispara el facherío.
Es quizás ahora más que nunca, con la tragedia de la vivienda en límites insoportables, con dos exsecretarios de organización durmiendo en prisión, con un presunto acosador sexual en las entrañas del partido y con las derechas culpando de todos nuestros males a los inmigrantes, cuando Sánchez deba demostrar si de verdad es el presidente más progresista de la democracia o simplemente uno de tantos especialistas en nadar entre dos aguas.
Hace unos cuantos años sus seguidores le gritaron aquello de “Con Rivera no”. Estaría bien que hoy le gritaran “Con cualquiera tampoco”. Y eso también vale para los de su propio partido.