Pulso al poder: doble o nada

Atravesamos tiempos turbulentos. ¿Quién iba a decirlo a esa generación que llaman “perdida” tras haberla criado como la más preparada de la historia? Tiempos turbulentos y decisivos. Y lo sabemos. Se veía venir. Al menos desde el 15-M. Y al fin ocurre. Tras las europeas del 25 de mayo todo se ha precipitado. Resulta que ahora el líder del PSOE será o Eduardo Madina -el único que suena algo a la ciudadanía- o los anteayer desconocidos Pedro Sánchez y José Antonio Pérez Tapias. Resulta que Juan Carlos I ha abdicado a la carrera en Felipe VI -tanto empeño en su aforamiento hace prever que razones irán saliendo. Resulta que lo que parecía inmutable cae.

Van a oponerse el deseo de cambio sistémico y la obstrucción a la transformación. Hay quien tiene mucho que perder. Y lo sabe. Y ya trabaja para evitar el fin de esta monárquía bipartidista.

Las dos vías para mantener el status quo son: el enroque en la negación de la “crisis institucional/de partidos” por putrefacción vía corrupción, elegido por el PP y la lampedusiana “que todo cambie para que todo siga igual” del PSOE, entregado a una lucha de nombres que, gane quien gane, se saben provisionales.

Igual que Miquel Iceta reconoció a Julia Otero (26/06/2014, 01.29.29)- que será líder efímero del PSC para evitar quemar este año a la verdadera esperanza, Núria Parlon, alcaldesa de Santa Coloma, Madina, Sánchez y Pérez Tapias compiten por un poder transitorio hasta que Susana Díaz concurra a elecciones andaluzas y se legitime.

El impasse del PSOEimpasse, cuya dirección disputan hombres ni más conocidos, ni más carismáticos que Alberto Garzón (llamado a ser más referente que Cayo Lara en IU), Pablo Iglesias (Podemos) o Ada Colau (Guanyem Barcelona) y que no entran en el fondo de los cambios necesarios es una gran oportunidad para ese sorpasso con que la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia lleva soñando sorpassodécadas.

Pero lograrlo exigiría finezza. Manca finezza, pero se la espera. Izquierda Unida no se puede permitir fallos como el de que su cabeza de lista a las europeas, Willy Meyer, dimita al mes de ser elegido por el escándalo de tener un fondo de pensiones a través de una sicav. Que no es ilegal y que ha dimitido. Sí. Pero el programa de IU condenaba a las sicav (pp. 15) y Meyer no se habría ido sin la denuncia de Infolibre. También será un fiasco si al final en Andalucía no llegan a celebrarse primarias por falta de avales de candidatos alternativos a Maíllo. Pocos militantes se han involucrado frente a un buen grupo de simpatizantes que quisieran participar en las primarias abiertas. ¿Por qué?

Podemos, que al emerger en las europeas ha concitado esperanzas, tendrá que buscar apoyos de cara a las municipales en formaciones con más implantación en ciudades y pueblos sobre todo pequeños. No tiene sentido despreciar el esfuerzo de ciudadanos comprometidos con la cosa pública hace tiempo. Sin embargo parece faltar impulso o confianza para trenzar acuerdos así con militancia o agrupaciones de IU.

Cierto que se está perfilando una tercera vía, con iniciativas como Guanyem Barcelona o, en Madrid, Municipalia proyectos para llegar al poder y transformar la realidad desde lo local. Siguiendo la estela de casos pioneros como el de Torrelodones, donde una iniciativa de vecinos ejerce ya el gobierno.

Y cierto que esa “finezza en la estrategia” a la que me refería incluye plantearse si a los comicios conviene concurrir con siglas unificadas o distintas pero decididas a cooperar. Sólo desde esa convicción habrá opción. Porque, habrá fuertes impedimentos. La inercia el primero. ¿Acaso en un referéndum sobre monarquía o república no podría ganar la primera sólo por el axioma “más vale malo conocido...”? Por eso y la forma abrupta en que los militares acabaron con nuestra última república. Inercia y miedo.

El acuerdo básico entre los movimientos de izquierda determinados a echar un pulso al poder sistémico, para ganarlo, ha de ser eficaz y rápido. Porque el contrario al otro lado de la mesa está ya preparado.

El último servicio de Rubalcaba ha sido guiarnos, de la mano de Rajoy, en el tránsito de la sucesión dinástica y dejarlo así todo atado y bien atado. En estas fechas se prodiga en los mass media nacionales una joven historiadora loadora de la monarquía: Laurence Débray, hija de la histórica figura izquierdista francesa Regis Débray quien -dejando de lado la duda sobre si delató al Ché- ha criado a esta vástaga de la gauche más divine bajo el influjo de los padrinos convenientes: Alfonso Guerra, Felipe González o Jorge Semprún. Con tales influencias, llega ella a ilustrarnos sobre que España, a diferencia de Francia, está hecha para la monarquía y que un presidente de república no es mejor que un rey porque puede tener amantes también (amén de compartir detalles personales como que de niña tenía un póster de Juan Carlos en su cuarto).

Se me escapa la risa. Benéfica, catártica. La carcajada se contagia y desparrama hoy desde el Intermedio a Mongolia, como lo hacía otrora de Hermano Lobo a Por favor.

Pero otras veces se me congela en mueca asqueada. Cuando veo a los medios entregados -con honrosas excepciones tanto de grandes firmas como de redactores currantes) no ya a un ejercicio de subjetividad, sino a la propaganda del corrupto sistema actual y la “denigración preventiva” de lo que pueda llegar. Haciendo entrevistas-trampa a Pablo Iglesias (cara visible de los cinco eurodiputados y los ciudadanos que les votaron) -en que se busca que diga que celebra el desastre de La Roja o pretende hundir Zara-, o titulando en portada que justifica el terrorismo etarra. Mientras, por contra, cede páginas, en entrevistas que firma un periodista pese a no incluir pregunta alguna, a cualquier aspirante a dirigir el PSOE, incluso a un Alberto Sotillos que no ha conseguido ni los avales para presentarse a las primarias.

Llamativa ha sido la coincidencia de los medios analógicos -radio, televisión y prensa, desde la rosa a la presuntamente seria- en ensalzar la proclamación regia. Menos mal que entre la mucha, vacua, interesada y a menudo falsa alabanza se ha oído alguna voz discrepante. El escritor Juan José Millás desbarataba la verdad oficial con la sinceridad del niño de El traje nuevo del emperador, en su artículo, y en la comparativa a que le arrastraron en la SER (04’.08’’) con la película El discurso del Rey: “El entusiasmo de los medios en general y el entusiasmo de la realidad no tenían nada que ver (...) se hablaba de multitudes. Sabemos lo que es un acontecimiento en que la gente sale a la calle (...) cualquiera que diera un paseo veía la escasez de banderas en los balcones (...) La distancia entre lo que se nos cuenta y la realidad es tremenda”.

Lo bueno es que, como Millás, nos damos cuenta. Vemos al poder -político, económico, mediático- desnudo. Porque no es inútil ser los ciudadanos más preparados en la trayectoria del país. Y porque el poder se ha pasado de ruin, corrupto y descarado. Y porque ya ni ofrece dádivas con que amordazarnos, ni trabajo, ni coche, ni piso, ni horizonte de futuro digno. Así que estamos sentados en la mesa del pulso, arremangados ambos. O damos el empujón ganador o si el contrario ve que ni siquiera esta vez somos capaces de derrocarlo... ya podemos prepararnos.