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Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar

Queremos el pan… y las rosas

Ana I. Bernal Triviño

“Vivir no es sobrevivir. Todos tenemos derecho a las rosas (…) Porque si vivir fuera sobrevivir, qué problema habría con la esclavitud” (Juan Diego Botto).

Supongo que tiene que ver con que llevamos ya, más o menos, casi ocho años de crisis.

96 meses.

384 semanas.

Casi 11.520 días.

Con sus 276.480 horas.

Sus 16.588.800 minutos.

Y sus 995.328.000 segundos.

Algunos dirán que es una exageración contar estos últimos, pero en un segundo te cambia la vida. En un segundo llega un nuevo ser al mundo, consigues tu meta o te dan tu primer beso. Pero en un segundo también te anuncian una enfermedad, una muerte, un despido, un embargo, un desahucio, una deuda, un corte de luz… Un segundo, y tu vida no vuelve a ser igual.

Tengo estos días las redes sociales alteradas con el pacto de IU y Podemos y, después de tanto, no me atrevo a matar la esperanza de quienes confían en ello. Quizás porque es su único momento de tener voz. O de salir de las arenas movedizas donde están ahora.

Por más frases lapidarias y titulares apocalípticos, los otros no logran entender que la gente no tiene miedo, porque al miedo ya le han visto los ojos y han notado su aliento en la nuca. Si no tienes dónde trabajar, dónde comer, dónde vivir y dónde disfrutar… Si malvives con sueldos por horas o tienes que compartir casa con tus padres… ya me dirás a qué le vas a tener miedo.

Para mí, el miedo más profundo fue cuando, además de lo material, vi que me fueron despojando y privando, poco a poco, de lo que me alimentaba más allá de vitaminas o proteínas. De aquello que creaba mi identidad y mejoraba mi humanidad. Decía mi Federico, que “si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro”. Y siempre lo comprendí. Y quien habla de un libro, habla de veinte mil cosas que lo nutren por dentro, de esas pequeñas bolsas de supervivencia, de ese cordón umbilical que te mantiene vivo y que te dice... “Estás aquí, y es tu única y última oportunidad”.

Yo reclamo decenas de libros acumulados en el desván de los imposibles, junto a películas en las que me conformé con un tráiler, u obras de teatro solventadas a medias a través de trozos vistos en programas de televisión. Se me quedaron cientos de ideas sin ser recibidas y sin poder ser rescatadas. Dejarme sin todo ello fue como amputar mis piernas o cortarme la lengua. Como empezar a vivir en un campo en sequía o en un mundo sin estación. Privarnos de esas cosas fue dejarnos sin tabla de salvación y crear la forma más sencilla de aniquilación. No era sólo podar las ramas que te habían crecido, sino casi arrancarte de raíz. Y aún así no puedo quejarme porque sólo los míos me tiraron de los brazos (y lo siguen haciendo) cuando las arenas movedizas engullen hacia el fondo.

Quien no lo comprenda, o no lo ha vivido en carne propia, o no lo ha visto cada día en otros. Así que yo no me atrevo a matar las esperanzas de nadie, después de tantos segundos de miseria. Porque nos merecemos el pan… pero también las rosas.

Vivir en plenitud con los cinco sentidos. Saborear más allá de los sinsabores diarios. Ver más allá de los obstáculos. Oír más allá del ruido. Sentir el tacto de otras manos como apoyo. Y respirar aire limpio. Inspirar sin angustia. Latir sin celeridad.

Ha habido días de desnutrición del alma. De marcarse las costillas y de escarcharse el corazón. Días en los que se acumulaba el ayuno de lo que se teje por dentro. Días de levantarse sin voluntad, de desayunar echando agua a la leche, y de cenar sólo el insomnio en la cama.

Ya va siendo hora de mejorar lo indecente, de salvar las almas ambulantes que andan por las calles, de dar identidad a quienes lo perdieron y de otorgar dignidad a las víctimas que murieron en la guerra silenciosa del dinero. Dejar de venderse barato. Dejar de ser esclavos de mente y alma para pensar por uno mismo. Aceptar quién eres, de qué clase eres, qué debes defender y de qué parte estás. Asumir si secuestraron no sólo tu razón, sino también tu corazón.

Ya está bien. Hay días de querer levantarse sin que nada de lo que pese te aplaste. De confiar a ciegas en alguien. De planificar sin pensar en lo que tienes encima. De recuperar esos libros deseados abandonados. De dejar los “quiero, pero no puedo” aparcados. De recuperar las ganas de teatro, pintura o cine negadas. Esas clases que eran tu ilusión diaria pero que dejaste por no poder pagarlas. De andar sin la pesada mochila de la incertidumbre. De retomar muchos paseos, encuentros y citas anuladas por trabajar siempre un poco más (sólo para alcanzar el autónomo al que no llegas). Ser dueño de tu tiempo. Escaparse a algún destino que sólo ves en las fotos.

Mancharse los dedos de pintura contra un lienzo. Bailar sin pensar. No rechazar el amor porque te sientas un don nadie. Saltar en los charcos con despreocupación de gastar detergente para lavar lo ensuciado. De tocar la nieve, de experimentar haciendo pasteles, de hacer castillos de arena, de escuchar la copa de los árboles, de tocar la espuma y de ver el recorrido de las hormigas. Mirarte al espejo y verte guapo o guapa, sin descuidarte sólo porque no te llega. Y todo eso sin sentirte culpable de desearlo. Sin que nadie pueda decirte que pierdes el tiempo. Sin dejar que sea sólo privilegio de unos, porque tú tienes el mismo derecho que los demás. Sin dejar de desearlas, porque alcanzarlas sólo te privaría del pago de una factura o la comida de un día.

La crisis ha sido y es tan aplastante, tan apisonadora, que cuesta pensar que poco a poco se pueda recuperar todo esto. No por ellos, sino porque la máquina del sistema está a pleno rendimiento y arriba no hay justificaciones que valgan…

Pero hay que negarse a sobrevivir como si fuese una condena perpetua. Negarse porque necesitamos recuperar la autoestima robada. Recuperar las ganas de vivir con toda su intensidad. Sin dejarse la piel que nos recubre. Sin perder a nadie por el camino. Poder abrazar sin desconsuelo. No mentirse a uno mismo. Que los buenos días, buenas tardes y buenas noches sean realmente buenos. Que no se caliente la almohada con nuestros problemas en ebullición. Acariciar pensando en la caricia y besar pensando sólo en el beso. Sin interrupciones de dilemas que golpeen una y otra vez en nuestro cerebro.

Desayunar planificando maravillas. Que no maten la imaginación. Que no devasten la ilusión. Que las pesadillas se borren y floten por encima los sueños. Que se cambie la soledad por la compañía. Y que nadie más nos deje el corazón sin latido. Latir… latir sin freno. Asumir que existe la VIDA. Gritarlo, sí. Pero sobre todo desearlo muy fuerte, hacia dentro. Y que cuando llegue el último suspiro puedas decir que mereció la pena estar aquí un rato.

Decía mi Federico que “el más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta”. Yo no me atrevo a machacar más a la gente. Nos dirán ingenuos y que esto de ahora es sólo una ilusión. Pero respeten aunque sea este instante. Este minúsculo segundo después de 995.328.000 segundos huecos, porque al alma ruge. Y es que necesitamos a gritos el pan, sí. Pero necesitamos las rosas… tanto, tanto, tanto.

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