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El rap de la censura

Pablo Hásel, durante la rueda de prensa de este lunes en Lleida
1 de febrero de 2021 22:26 h

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No entraba el rapero Hasel en mi playlist hasta que me enteré de que iba a tener que pisar la cárcel por unas letras manifiestamente discutibles, como debiera serlo todo en un régimen de libertades como el que se supone que disfruta nuestro país. Y, digo yo, en caso de que tuviera algún tipo de responsabilidad penal o civil por decir lo que piensa sin pensar lo que dice, ¿no sería mejor que le amortizaran la pena de prisión por trabajo comunitario? Por ejemplo, el de matricularse en un taller de escritura creativa. O el de coordinar un slam poético en un bareto de mala muerte.

“Contar quién es y qué hace es delito, apuntaba maneras cuando mató a su hermano Alfonsito. ¿Quién se cree que fue un accidente? Torrente es un santo al lado de Juanca, ya denunciaron que a Sofía maltrata...” o “Qué legitimidad tiene el heredero de Franco que en juergas y putas nuestra pasta está tirando” son algunas de las frases de la canción 'Juan Carlos el Bobón' que le ha costado, junto con 64 tuits, una condena de dos años y un día de prisión a Pablo Rivadulla, que es como llaman a Hasel en su santa casa. Injurias a la Corona y a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado por enaltecimiento del terrorismo. La Ley Mordaza sigue ahí y a la mayor parte de los españolitos les afecta mucho más que el cancionero de.

No es el único. Valtonyc ya pasó por eso y unas letras de La Insurgencia pueden llevar a prisión a sus doce integrantes, con mayor celeridad que la que gastan los magistrados en empurar a células yihadistas. A Hasel, le buscan ahora las cosquillas por unas letras de 2014, cuatro años antes de que la banda armada presentara un ERE, aunque ya mantenía un ERTE siniestro desde 2011. La justicia lenta no es justicia, dicen. Y, a estas alturas, más que el tercer grado cuando le corresponda, a Hasel habría que aplicarle el Carbono 14. Como cuando a Javier Krahe lo enjuiciaron por guisar a Jesucristo varias décadas después de que protagonizara semejante parodia en un programa underground de TVE, en un periodo de la historia española, por cierto, en el que teníamos más afición de libertad que de denuncias por injurias.

Hombre, Hasel no es Shakespeare, pero una cosa es canturrear Gora Eta, pena de muerte ya a las infantas patéticas o los Grapo eran en defensa propia ante el imperialismo y su crimen, y otra imaginar a los terroristas armando una parabellum o preparando un souvenir de Goma-2 al ritmo de sus cantables. Sería como prohibir a las bandas pro-nazis Brigada Totenkopf e Iberian Wolves que actuaran porque los suyos y los antifas se brearan a palos en los bares, como ha ocurrido por cierto más de una vez. El primero de dicho grupo, tan negacionista del holocausto como los supongo ahora de la Covid-19:  “Nómbrame las mentiras/ de los campos de concentración/ las cifras documentos que impone la televisión./ La esvástica sagrada ha dejado de ondear la hoz y el martillo/ ahora ocupa su lugar­/Fueron ellos violadores y asesinos pero ellos son legales, nosotros los perseguidos”. Heavy metal, pero heavy-heavy. He bicheado por las redes y nadie les ha denunciado por antisemitismo o apología del genocidio. Tampoco creo que la cárcel fuera el lugar más indicado para ellos: bastaría con un grado en historia por la Uned.

Buena parte de las acusaciones de Hasel contra quien él llama el Rey Bobón y que también han servido para sustanciar su condena, están recogidas en libros, en reportajes y presumiblemente en informes confidenciales, ya sean del Comisario Villarejo o del CNI. Mala cosa que el Rey emérito disfrute de vacaciones en Abu Dabi, a ver si se olvida todo, y esta criatura se vaya a chupar una condena a pulso por contrarrestar la Ley Mordaza con ocurrencias como “¿Matas a un policía? Te buscan hasta debajo de las piedras ¿Asesina la policía? Ni se investiga bien”, “¿50 policías heridos? Estos mercenarios de mierda se muerden la lengua pegando hostias y dicen que están heridos”.

Quizá en una de las letras que le lleva hasta la trena si el Estado de derecho no lo impide, y no creo que quiera ni pueda impedirlo, se oculte un código secreto para un magnicidio. Se titula “Muerte a los borbones” y es tan antigua que en sus rimas aparecen Mariano Rajoy, José María Aznar y hasta María Teresa Fernández de la Vega, el Diario de Patricia y Jaime Peñafiel. Vamos, todo un vintage en el chabolo: “Yo no quiero ser súbdito de ninguna monarquía/y aún menos impuesta a la fuerza por los tiranos de siempre./ Mira, la Guardia Real ya tiene nuevo himno para desfilar.../ (¡Muerte a los Borbones!)”. Y, al estribillo: “JuanCa, JuanCa, no es amigo del pueblo/sino de la banca, la justicia está de duelo,/suelo soñar que vuela por los aires/ eso no es terrorismo, ¡se merece el cielo!”. Bien mirado, con un tutorial sobre el adecuado uso de la ironía podría resolverse felizmente este asunto.

La Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional considera que las publicaciones de Pablo Hasel suponen “una actuación conjunta, dirigida contra la autoridad del Estado en múltiples formas, despreciando y denigrando personalmente y en conjunto, aludiendo a la necesidad de ir más allá en un comportamiento violento, incluso con la utilización del terrorismo, a cuyos miembros destacados y condenados judicialmente se dirige en términos de ser el referente a imitar, buscando la adhesión de personas para este fin”. Vamos, ríete tú del comando Donosti. Hasel, él solito y a la luz de la sentencia, trae de serie el motín o la guerrilla.

¿Por qué el ministerio fiscal, en vez de empapelarle, no escribió y cantó otro rap con esos argumentos? Hubiera sido una condena proporcionada. Contra Hasel, aunque también contra todos aquellos que hubiéramos tenido que asistir al bonito espectáculo del ministerio público cambiando el birrete por la tradicional gorra del hip-hop.

El rap de la censura sigue figurando en el greatest hits de la democracia española: periodistas, cantantes, dibujantes, escritores o lo que se tercie, han dado con sus huesos en una condena, a menudo con tintes surrealistas. Pero el escándalo, a menudo, no estriba tanto en las letras que ahora condenan a prisión sino en la propia realidad que denuncian esos versos. El día que el Estado investigue, hasta donde le sea posible, algunas de las actividades más en penumbras de Juan Carlos I, podríamos emprenderla con los cantamañanas. Si se procede a la inversa, como es el caso, creo que España desafinaría más que el gallo y las cigarras sopranos en la obra del cantante leridano.  

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