La celebración del 20 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, en 1968, me cogió en La Línea de la Concepción (Cádiz). Un grupo de jóvenes (trabajadores, maestros, curas, profesores del Instituto Menéndez Tolosa…), habíamos montado la librería “La Banqueta”. Al igual que otras muchas de las fundadas en aquellos años en el Estado español, fue concebida como centro de reunión y reflexión sociopolítica. La Policía la tenía conceptuada como centro de subversión y estaba en lo cierto. Teníamos que funcionar en semiclandestinidad. Los derechos fundamentales estaban prohibidos. Nos encontrábamos en dictadura. Para el que se movía, tener ficha en la Policía era normal y de entre nosotros, alguno salió en la foto camino al Tribunal de Orden Público.
Nos fijamos la fecha del día 10 de diciembre como una fecha señera. La rotundidad del 20 aniversario de un acontecimiento que sentíamos de gran relevancia, nos obligaba a ello. Con dificultad, conseguimos que se dieran unas charlas en el entorno del día 10. Disponer del texto de la Declaración Universal de los Derechos Humanos para comentarlo y repartirlo, nos resultaba imprescindible. Sin embargo, no encontrábamos la forma de adquirirlo. No era un texto de la devoción del régimen.
Alguien pronunció la palabra Unesco y con ella se nos hizo la luz. Toda una aventura, pero conseguimos que la Unesco nos hiciera llegar, gratuitamente, cientos de trípticos con el articulado de la Declaración Universal. Celebramos el 20 Aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos, a la vera del Peñón de Gibraltar, en una reunión clandestina. El miedo lógico a lo clandestino hizo que no fuera muy concurrida, pero en ella comentamos, con rebeldía y esperanza, la situación sociopolítica en que nos encontrábamos. Luego vendría el reparto, con profusión, de los trípticos, regalo de la Unesco.
La situación socioeconómica de La Línea en aquel momento era de grave pobreza, chabolismo y, laboralmente, de un alto grado de dependencia servil de Gibraltar. No obstante, desde Gibraltar y desde la abundante emigración a Inglaterra, llegaban aires europeos alimentando la esperanza de otra vida posible. Lo ocurrido en París en el último mes de mayo no nos era ajeno y hasta el confín de Andalucía nos llegaban los ecos de los movimientos de contestación que sacudían a las instituciones europeas. Todo ello hacía que nos encontráramos instalados en una situación de depresión total, menos en alegría, ánimo y esperanza.
Ahora el 10 de diciembre de 2018 me encontrará en Sevilla. Mi celebración será en y con la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía. Han pasado 50 años. He podido comprobar lo mucho que se ha luchado por la implantación de los derechos humanos en nuestra sociedad, pero ¿con qué resultados?
Formalmente ha habido un gran cambio. Ya no es problema hacerse con el articulado de la declaración. No es necesario salir de casa, internet lo hace posible. España ha reconocido que en la Constitución de 1978, la Declaración Universal de Derechos Humanos está asumida como criterio prioritario. No hay partido político que no pregone ser cumplidor del contenido de dicha declaración y hasta se hace demagogia a su cuenta. Ya no hay dictadura, dicen que estamos en democracia, están reconocidos los derechos fundamentales, hay partidos políticos, las elecciones son reconocidas como derecho cívico y existe el derecho al voto. No obstante, hay razones para preguntarse: ¿realmente es un gobierno del pueblo el que tenemos?
Lo que realmente apreciamos hoy es que existen unos poderes supra estatales que, en su afán de un mayor enriquecimiento económico y de superación en el ejercicio del poder, obligan a los políticos a gobernar a su dictado. Siendo así quedaría lleno de verdad eso de “lo llaman democracia y no lo es”. Si así fuera, tendríamos que concluir que los derechos humanos son ajenos a la política convencional que tenemos implantada. En conclusión, cabe reconocer que los políticos pueden tener el Gobierno “otorgado” por los ciudadanos, pero no el poder.
Actualmente podemos observar cómo las necesidades humanas son objetivo de negocio y no de satisfacción. Las necesidades de vivienda, alimentación, educación, energía, sanidad, asistencia a la dependencia por incapacidad o vejez y otras necesidades como la de migrar, son filones donde succionar riqueza. Privatización y recortes, son la fórmula de enriquecerse y empobrecer. Socializar pérdidas y privatizar ganancias, son más de lo mismo. Unas políticas dictadas en función del negocio han de ser reconocidas no solo como ajenas, sino como radicalmente contrarias a los derechos humanos. Las manifestaciones y noticias que nos llegan diariamente desde los distintos sectores de la sociedad, evidencian que la política que se dicta, es contraria a los derechos humanos por mucho que se presuma de atenerse a ellos y de constitucionalismo. La desigualdad se profundiza en todos los órdenes de la vida social.
Hoy el apuntalamiento de la violación de derechos es el de siempre: la fuerza. La fuerza que se ejerce con el rigor de la ley, la de la violencia institucional o aquella que se impone por las mil maneras que existen de vencer la voluntad de los ciudadanos. Es de reconocer que cuando así se actúa desde el poder, los ciudadanos quedan reducidos a la condición de súbditos.
El ejercicio de la fuerza continúa y también hoy, después de 50 años, en mi propia asociación, me veo rodeado de compañeros fichados o procesados por moverse en la defensa de los derechos humanos. En nuestros días, basta moverse en la defensa radical de los derechos humanos para seguir esa suerte.
Los augurios del futuro inmediato nos lo pintan con nubarrones. Llevamos años afirmando que otro mundo es posible, sin embargo, no es admisible quedarse varados en la impotencia. El convencimiento de que lo posible es una utopía realizable, debe dar fuerza para apostar por una resistencia activa y ¿por qué no? por una postura de resiliencia.
La soberanía de persona, pueblo y tierra, creo que puede ser el ideal utópico para Andalucía. La progresiva implantación de la Declaración Universal de Derechos Humanos, junto con la Carta de la Tierra, creo que pueden seguir marcando la ruta de la emancipación necesaria.
Jesús Roiz Corcuera, miembro de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía.
0