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Las víctimas de los victimizados

Imagen en torno a la Línea Verde, que separa la mitad este palestina de la oeste israelí de Jerusalén; pero que en la práctica es una calle más de la ciudad. EFE/ Sara Gómez Armas

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Posiblemente, para gran parte de las personas que lean este artículo, la salud será una prioridad en sus vidas. También es posible que para esas mismas personas, sentirse seguras a la hora de hacer las actividades del día a día tenga una gran importancia. O tal vez no. Porque, probablemente, la cotidianeidad ha hecho que estas mismas personas no se hayan planteado cómo es vivir en un lugar en el que no siempre puedes tener acceso a un servicio sanitario, y en el que la inseguridad es una compañera con la que se tiene que convivir.

A pesar de que el derecho a la salud está recogido en el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en determinados lugares, la comunidad internacional mira hacia otro lado cuando se trata de proteger la salud y la seguridad de algunas personas. A pesar de que los derechos humanos son derechos inherentes a todas las personas, sin distinción alguna de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, etnia, color, religión, lengua o cualquier otra condición, la población palestina parece ser una excepción.

Para darse cuenta de esta situación, no hay más que ir a los Territorios Palestinos Ocupados. Tal vez, cuando una persona hace un viaje a la llamada “Tierra Santa”, en realidad no sabe dónde está viajando, ni qué ha pasado recientemente allí, ni cuál es la situación en la que vive la población, ni que en realidad está viajando a la Palestina ocupada cuando le venden un viaje a Israel. Esos son los circuitos comerciales organizados, en los que parece que se vuelve siendo mejor persona de lo que uno o una fue por el simple hecho de haber visitado ciudades bíblicas como Belén o Jerusalén. Precisamente, en estos lugares tan idealizados, la realidad del día a día de sus vecinos es una mezcla de inseguridad y miedo generado por la ocupación israelí que, desde 1948 se escuda en la impunidad y la indiferencia de muchos países que se vanaglorian de cumplir los derechos humanos, pero que no hacen nada para que se hagan efectivos donde más se violan.

Y lejos de vislumbrarse una solución a esta situación que se prolonga desde hace más de 75 años, se prevé un empeoramiento a raíz de las declaraciones hechas recientemente por el primer ministro israelí, en las que promete más asentamientos en territorio palestino y facilitar el acceso a las armas de fuego por todo el país. No hay que olvidar que es la primera vez que se conforma un gobierno en el que participa la extrema derecha supremacista judía.

Esto lo sabemos porque hemos formado parte de un proyecto de cooperación internacional en Palestina para mejorar la atención especializada a las enfermedades crónicas no transmisibles en la zona. Algo nada fácil en este contexto. Una iniciativa liderada por la Universidad de Jaén y llevada a cabo por personal investigador de la misma, junto con profesorado de la Universidad de Granada y del Servicio Andaluz de Salud (SAS) financiada por la Agencia Andaluza de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AACID) que nos ha ayudado a tomar conciencia sobre la realidad de este conflicto.

A pesar de que los derechos humanos son derechos inherentes a todas las personas, sin distinción alguna de nacionalidad, lugar de residencia, sexo, etnia, color, religión, lengua o cualquier otra condición, la población palestina parece ser una excepción

En un proyecto de esta envergadura eres testigo de que una persona que vive en la zona H2 en el casco histórico de Hebrón o en la zona C, ambas controladas por Israel y con numerosos colonos armados viviendo en ellas, no va a tener garantizado el acceso a los servicios sanitarios; que hay muertes evitables, que no puedes acercarte a una parada de autobús israelí porque hay un militar apuntando con un arma, que la entrada a un edificio religioso, como la Mezquita de los Patriarcas en Hebrón, va a depender de cuál es tu fe. Que existen ciudades donde la vida era eso, vida, pero que ahora ésta sobrevive atrincherada en las calles silenciosas y en ruinas en las que los niños y niñas juegan entre soldados israelíes; que existen desde el siglo pasado campos de personas refugiadas donde se enseña a niños, niñas y jóvenes de dónde vienen para que no se olviden de quiénes son, y donde la No Violencia se practica cada día y en cada aspecto de la vida a pesar de haber sufrido una violencia que sobrecoge y repugna al mismo tiempo. Que el paso por el aeropuerto de Ben Gurion, en Tel-Aviv, se convierte en un interrogatorio interminable, y que, una vez más, son las ONGD del sector de la salud las que están presentes en los territorios donde ni el Gobierno palestino ni la ayuda internacional es capaz de llegar, como es el caso de los Comités Palestinos de Trabajo para la Salud (Health Work Committees).

No debemos quedarnos impasibles ante esto. Tomar conciencia sirve para posicionarse al respecto. El pueblo palestino lleva soportando la injusticia en múltiples formas desde hace más de 75 años. Una abominación que coarta la más básica libertad del ser humano y que está representada, entre otras muchas cosas, por el muro del apartheid, de más de 800 kilómetros de largo, declarado ilegal en 2004 por la Corte Internacional de Justicia y que ningún aliado de Israel, tampoco España, ha considerado su petición de derribo. Un muro que se puede ver a lo largo de todo el territorio palestino, confiscando su tierra y ante el que no es posible cerrar los ojos ni mirar hacia otro lado.

Pero da igual. Los intereses económicos y geopolíticos están por encima de todo esto. Y la comunidad internacional no hace nada ¿De verdad que nuestra Declaración Universal de los Derechos Humanos sirve para algo? Pues hay lugares en los que no.

La excepción Palestina es un hecho que se ha convertido en norma. No hay ninguna excusa para mantener un régimen de opresión, segregación racial y colonización. Ni tan siquiera ser considerada la víctima universal da derecho de supremacía sobre las víctimas que genera. En ese mismo instante, dejan de serlo para convertirse en verdugos. Un peligroso ejemplo de las consecuencias de la impunidad.

En el año 2015, la Asamblea de las Naciones Unidas formuló una lista de Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODSs) diseñados para lograr un futuro mejor y más sostenible para todos/as. Los ODSs son el plan maestro para luchar contra los desafíos globales a los que nos enfrentamos día a día, como la pobreza, la desigualdad, el clima, la degradación ambiental, la prosperidad, la paz y la justicia. La ONU continuamente nos insta a no dejar a nadie atrás para cumplir con cada uno de estos objetivos para el 2030, sin embargo, la población palestina de nuevo parece haberse quedado “fuera de juego”. Es, otra vez, la excepción. 

Los palestinos y las palestinas se resisten física, social y culturalmente (no todo es lucha armada en esta historia) pero lo cierto es que ahora, más que nunca, necesitan de nuestra ayuda y solidaridad para seguir existiendo para resistir. La pregunta es: ¿estamos dispuestos a apoyar a las víctimas de los victimizados? 

AUTORES: Juan Miguel Muñoz Perete, del Área de Fisioterapia del Departamento de Ciencias de la Salud / Silvia Moreno Domínguez, del Área de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico del Departamento de Psicología/ Juana María Morcillo Martínez, del Área de Trabajo Social y Servicios Sociales del Departamento de Psicología / Javier Díaz Muriana, técnico de Cooperación Internacional para el Desarrollo de la UJA/ José Manuel Martínez Linares, profesor de Enfermería de la UGR / Susana de Castro García, enfermera del servicio 061 en Jaén / Rosario Merino Ruiz, enfermera del Hospital San Agustín de Linares.

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