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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Javier Domínguez Reguero

Sierra de Huelva —
22 de enero de 2022 23:04 h

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Francisco Casero, presidente de la Fundación Savia, está “harto” de ir a Madrid para hablar del campo. Comparte este sentimiento con muchas autoridades que desde sus despachos intentan dar soluciones al mundo rural. En uno de ellos se ideó la polémica en torno a las declaraciones del ministro de Consumo, Alberto Garzón, en el periódico británico The Guardian. Expresó cómo la ganadería intensiva industrial, representada por las macrogranjas, “contaminan el suelo, contaminan el agua y luego exportan esta carne de mala calidad de estos animales maltratados”. Y cuando la mayor parte del sector ganadero se sumó al debate manipulado del Partido Popular, Vox y algunos de los barones socialistas, llegaron las visitas de los políticos a las explotaciones ganaderas extensivas, precisamente, las mismas que defiende Garzón.

“¿Por qué se presenta el presidente de la Junta de Andalucía [Juan Manuel Moreno Bonilla], en una finca extensiva de Granada y defiende la ganadería intensiva? Es una incongruencia”, dice Casero. “La politización de la ganadería es un tema absurdo. La ganadería extensiva no tiene el lobby de la intensiva por lo que siempre vamos a salir perdiendo”, admite Ernestine Lüdeke, presidenta de la Fundación Monte Mediterráneo (FMM).

Esta fundación, creada en 1994 por Hans-Gerd Neglein, tiene su sede en el municipio de Santa Olalla del Cala, en la Sierra de Huelva. Allí, Neglein y Lüdeke dirigen la Dehesa de San Francisco con el objetivo de conservar este patrimonio natural frente al avance del desierto africano. Para ello, junto con los programas de reforestación, cuentan con una explotación ecológica con tres tipos de ganado: ovino merino (500 unidades), bovino berrenda y retinto (30 unidades) y porcino ibérico (170 unidades).

A poco más de 40 kilómetros, Miguel López le echa una vistazo a sus 180 cochinos en la finca Los Barbechos, a las afueras de la localidad onubense de Campofrío. En sus 700 hectáreas también pastan 65 vacas. López, junto con su socia, Ángeles Ruiz, están al frente de Ecoibéricos, una empresa familiar que lleva varias generaciones dedicada a la crianza del cerdo ibérico. “Estoy totalmente de acuerdo con el ministro [Garzón]; no le quito ni una coma”, señala López, que piensa que toda la polémica es “una batalla que se ha librado en las esferas políticas, pero que no ha llegado al campo”.

David contra Goliat

“No se puede hablar de ganadería en su conjunto porque da lugar a la confusión. Así sólo se está favoreciendo a la intensiva”, recalca Casero. Empresas familiares como la de Lüdeke o López emplean métodos de explotación ganadera tradicionales que favorecen el desarrollo sostenible y la conservación de la dehesa. Por contra, el sistema en intensivo es el culmen de la industrialización de una explotación ganadera, denuncia Greenpeace. Prima la producción en el menor tiempo posible para ajustarse las necesidades del mercado.

Organizaciones como la ecologista, Amigos de la Tierra o la Fundación Savia han denunciado sistemáticamente los problemas medioambientales derivados de la ganadería intensiva que desgranan como la contaminación del agua por las filtraciones de nitratos, utilizados como fertilizantes, y de purines, las emisiones de efecto invernadero y el maltrato animal que se produce en las llamadas macrogranjas.

En el sector ganadero, la producción extensiva es minoritaria mientras que, según López, la intensiva “tiene mucha más voz y el respaldo de muchas organizaciones agroalimentarias”. Por ello pide “esclarecer” el tipo de ganadería para diferenciar aquella que respeta el bienestar animal y la salud del consumidor.

Como ejemplo, frente a explotaciones ganaderas “donde los animales viven hacinados”, la carga ganadera en las fincas de FMM y Euroibéricos es insignificante: casi 4 hectáreas por cerdo evitando la contaminación de acuíferos y protegiendo la fertilidad del suelo.

Una factura invisible

Neglein además enfatiza en cómo la ganadería intensiva agudiza la deforestación de la Amazonía en favor del cultivo de soja. Este alemán, que lleva asentado en la Sierra de Huelva desde principios de la década de 1990 y que también vivió en Brasil, se resigna ante el devenir de un ecosistema maltratado por la industria. “Ni la superficie agrícola de Alemania ni la de España pueden abastecer a la producción cárnica ni lechera de sus países”, dice. Y los números le respaldan: España importó de América 5,8 millones de toneladas de soja para pienso ganadero en 2020.

La Fundación Savia remitió una carta al Vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, en la que instó a “limpiar las cadenas de suministro de productos causantes de la deforestación” ya que “el 87% de la soja importada por la Unión Europea (UE) se destina a pienso para el ganado intensivo”. Casero exige en su misiva, entre otras cosas, que las importaciones de materias primas cumplan criterios y requisitos de sostenibilidad. Desde Bruselas la respuesta fue la de comprometerse a “reducir significativamente la dependencia de materias primas criticas para piensos, como la soja”.

El impacto medioambiental es, para Lüdeke, “fácilmente calculable”, pero remarca la opacidad para obtener datos de la ganadería industrial. Por el contrario, en la extensiva, “no hay trampa ni cartón”. “Yo demuestro mi grado de sostenibilidad”, dice la presidenta de FMM, que pide responsabilidad ambiental y social a las empresas de alimentación.

En la cultura del clic, la velocidad y la producción desorbitada a bajo coste, ¿quién le paga a Miguel López por tener un jamón de bellota en una bodega durante los meses de curación? Cuando se apuesta por un sistema de rentabilidad máxima, aseguran los ganaderos de extensiva, carnes y embutidos baratos se cuelan sin dificultad en la lista de la compra. Según la Fundación Savia, la industrialización intensiva ha saturado el sector ganadero europeo: “El 93,7% de la carne de cerdo, el 94,2% de la carne de aves de corral y el 80,6% de la leche y productos lácteos son producidos con sistemas de ganadería intensiva en macrogranjas”.

Pero, “¿cuáles son los gastos ocultos de estos productos? ”¿Cuánto cuesta un acuífero contaminado?“, deja Casero en el aire. El que fuera el fundador de las Comisiones de Jornaleros en 1974 está molesto porque ”los costes los pagamos todos“. ”Se socializan los daños de la ganadería intensiva y los beneficios de la extensiva no se remuneran“.

La batalla del precio: menos es más

El medio ambiente paga la factura de la industrialización masiva de la ganadería y Lüdeke exige una mayor regulación sobre el bienestar animal e, incluso, la implantación de impuestos y sanciones. Esta es su fórmula para conocer el coste real de los productos provenientes de las explotaciones industriales intensivas. “Hay que hacerles pagar el daño que producen y que esto no repercuta en el bolsillo del consumidor”, dice.

La FMM comercializa sus productos bajo marca propia y el coste de los mismos es mucho más elevado que el proveniente del sistema intensivo. “La batalla del precio nunca la vamos a ganar”, dice López. Con este hecho asumido busca la manera de educar al consumidor: menos cantidad y más calidad. “Pero parece que decirle a la gente que coma menos carne es invitarle a que no se coma”. Y lo dice alguien que se dedica a la venta de jamones, paletas, lomos, chorizos, salchichones y otros derivados del cerdo. Sólo pide “perspectiva” para abordar el debate sin miras cortoplacistas.

El ministro Garzón también fue el centro de las críticas del sector ganadero cuando el pasado verano animó a la reducción del consumo de carne. Volvió a aflorar la infantilización de la clase política incapaz de defender un cambio alimentario cimentado en estudios científicos. Y de nuevo, se dejó ver el contraste de la Junta de Andalucía cuyos miembros compartían fotografías de chuletones en las redes sociales mientras que en la página web de la Consejería de Salud y Familias se recomendaba “reducir el consumo de carne roja”. Igual que hacía Garzón.

López pone en valor la producción ecológica ya que beneficia el manejo de la dehesa, la crianza de los animales y la elaboración de sus productos. En esa misma línea, Ecovalia ha lanzado una campaña –Busca la Hoja Verde– para concienciar a la sociedad de la importancia de comprar alimentos procedentes de la ganadería ecológica. 

“Cuestión de manejar botones”

La FMM da trabajo a siete personas, todas de Santa Olalla del Cala, excepto el gerente, Juan Luis Gázquez, que terminó mudándose al pueblo. Además, la finca cuenta con un centro de formación propio que colabora con distintas universidades europeas y está detrás de diversos proyectos sociales que favorecen el desarrollo rural. “Las macrogranjas no generan mucho trabajo. No hay una diversificación de esta actividad”, apunta Lüdeke. “¿Qué ejemplos hay de que una macrogranja haya fomentado, por ejemplo, el turismo rural?”, se pregunta Casero.

“Las macrogranjas no fijan la población al territorio; quizás fije a una familia”, apunta López, que ejemplifica que una empresa con 1.000 vacas madres puede dar trabajo a dos personas. “Es cuestión de manejar botones ya que todo está automatizado”. La mecanización de los sistemas hace que las personas necesarias para el manejo de grandes cantidades de animales sea escasa. Lüdeke calcula que una única persona puede controlar en intensivo a 3.000 cabezas de ganado mientras que el ratio en extensivo es de dos personas por unas 200.

Así, las tareas derivadas de explotación ganadera tradicionales quedan en el olvido, las miras de futuro nubladas y los pueblos vacíos. En una carta dirigida a Moreno Bonilla el pasado mes de agosto, Casero pedía al presidente de la Junta de Andalucía la defensa de los ganaderos de extensivo: “Están desesperados y arruinados, y abandonan deprimidos sus explotaciones (sin relevo generacional) porque se siente impotentes ante el calvario económico que vienen padeciendo desde hace décadas”. 

“Guardianes de la dehesa”

La ganadería extensiva además tiene una función pública que pasa desapercibida: la gestión de los montes. El manejo del ganado hace de cortafuegos y “en aquellos lugares donde estamos apenas hay incendios”, dice la presidenta de FMM.

“La ganadería extensiva es más importante para la conservación de la dehesa que para la producción de carne. La rentabilidad de la producción cárnica en ecológico no se sostiene, pero hay que mantenerla por apuestas estratégicas como la de la 'biodiversidad año 2030' y 'de la granja a la mesa'”, dice Casero. Pero en muchos foros políticos lo de ajustarse al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible no es más que ponerse una chapita en la solapa.

“¡Al ganadero extensivo no se le paga por aportar oxígeno!”, resalta López. En sus terrenos abundan las encinas que “limpian el aire, nutren la tierra, proporcionan alimento… sin árboles no hay bellotas, fruto imprescindible para conseguir jamón de calidad”. “La ganadería extensiva defiende el aprovechamiento del espacio natural y su conservación”, señala Lüdeke.

Sin el trabajo de personas como Hans-Gerd Neglein, Ernestine Lüdeke y Miguel López, que dignifican el mundo rural, la dehesa estaría desnuda frente al fuego. Estos ganaderos resaltan que el sistema en extensiva produce “alimentos ecológicos y de alta calidad”. También, aseguran, fija población a través de la creación de empleo y genera riqueza, gracias a la diversificación hacía otros sectores como el turismo rural o la hostelería. Su labor no está remunerada ni reconocida mientras que la ganadería intensiva industrial maneja los hilos del sector.

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