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Sobre este blog

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

El cerebro, la muerte y el enigma de las funciones

Foto de Anna Shvets / Pexels

Alberto Molina Pérez

Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA) —

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Desde 2020, por primera vez desde hace 40 años, una comisión del gobierno de EEUU está revisando la ley que define los criterios medicolegales con los que se diagnostica la muerte humana. Esta revisión podría tener repercusiones en todo el mundo, porque EEUU suele marcar el rumbo sobre este tema. Lo que se decida en dicha comisión podría ser el modelo de lo que vendrá en muchos países desarrollados, incluida España. 

Aquí va un poco de contexto. Lo que conocemos como muerte cerebral (o, mejor dicho, encefálica) es un criterio para diagnosticar la muerte que fue desarrollado por la Universidad de Harvard en 1968. En aquel momento, gracias al desarrollo de las técnicas de reanimación cardiopulmonar, como el uso de respiradores automáticos, la medicina empezó a salvar las vidas de muchas personas que de otro modo habrían fallecido. Sin embargo, en algunos casos, los pacientes se quedaban atrapados en una especie de limbo: aunque se les pudiera mantener estables en cuidados intensivos durante un tiempo, tenían lesiones cerebrales tan severas que no tenían ninguna posibilidad de recuperarse, e inexorablemente fallecían a los pocos días de una parada cardiaca. El criterio de Harvard permitía, en casos como éstos, diagnosticar la muerte sin esperar a que fallara el corazón. Para ello, se basaba en la pérdida de funciones vitales que dependen del cerebro, como la respiración espontánea. 

El criterio de Harvard fue rápidamente aceptado por la comunidad médica internacional e implementado en la práctica clínica. Poco a poco, fue abriéndose paso también en la legislación. La ley vigente en España data de 1979; la de EEUU de 1981. Según esta última, existen dos formas de determinar la muerte: el método tradicional basado en la parada cardiopulmonar o el criterio neurológico que requiere el cese completo de todas las funciones del encéfalo (esto es, lo que coloquialmente llamamos cerebro), incluidas las del tronco encefálico. 

Desde su inicio, la muerte cerebral ha sido un tema controvertido en la academia, especialmente en el mundo de la bioética. El debate sigue muy activo y es uno de los motivos por los que la ley estadounidense está siendo revisada. ¿Por qué? Bueno, aquí es donde las cosas se vuelven realmente interesantes, pero el debate tiene tantas ramificaciones que es imposible mencionarlas todas. Centrémonos más bien en un punto muy concreto para mostrar cómo, además de la bioética, la filosofía de la ciencia también tiene cosas que decir sobre este tema. 

El problema de la actividad encefálica preservada

Desde hace años, se sabe que en algunos casos, cuando los individuos en muerte cerebral son mantenidos en la UCI con ventilación mecánica, puede persistir cierta actividad del hipotálamo. El hipotálamo es una pequeña estructura en el tronco encefálico que regula muchas cosas importantes, como la temperatura corporal y la producción de hormona antidiurética, la cual sirve para minimizar la pérdida de agua a través de la orina. 

Algunos especialistas consideran que las actividades del hipotálamo que persisten tras la declaración de muerte cerebral, como la producción de hormona antidiurética, no cuentan como funciones y se pueden ignorar. Otros consideran que estas actividades sí cuentan como funciones y que, por tanto, estos pacientes no deberían ser declarados muertos. En efecto, argumentan, si la ley requiere el cese irreversible de todas las funciones del encéfalo, incluidas las del tronco cerebral, entonces la persistencia de algunas funciones del hipotálamo sería suficiente para que no se cumpliera el criterio de muerte cerebral. 

Entonces, ¿quién tiene razón? ¿quién está equivocado? Parte de la respuesta depende de qué entendemos por “función” y qué hace que una actividad, como la del hipotálamo, sea o no funcional. Por ahora, la respuesta es: no está claro. 

El enigma de las funciones en biología y en medicina

Desde los años 1970 hasta ahora se han escrito innumerables artículos, capítulos y libros enteros dedicados a definir las funciones en el contexto de la biología y la filosofía de la biología. Aún así, sigue sin estar del todo claro. En efecto, no existe todavía un consenso sobre el tema. Esto es algo muy habitual en el ámbito científico y en el filosófico donde algunas discusiones se prolongan a veces durante décadas. No significa que no hayamos avanzado. Al contrario, esto ha permitido aclarar muchas cosas, descartando algunos argumentos y propuestas, y afianzando otros. El debate sobre la definición de “función” en biología no está zanjado todavía, pero está muy avanzado. 

No ha habido una discusión similar en el ámbito de la medicina o de las ciencias de la salud en general. Parece intuitivo pensar que las funciones en medicina son las mismas que en biología, pues el cuerpo humano es un organismo biológico y la práctica médica se apoya en conocimientos que proceden de la biología. Sin embargo, también hay motivos para pensar que el concepto de función no necesariamente tiene el mismo significado en medicina que en biología. 

Un primer motivo es que la biología busca entender el mundo y usa el concepto de función para dar explicaciones, por ejemplo para explicar por qué tenemos ciertos rasgos o cómo funciona un órgano, mientras que la medicina busca curar a los pacientes y usa el concepto de función para evaluar su estado de salud. 

Otro motivo es que la biología suele estudiar los seres vivos en condiciones normales y en su entorno natural, mientras que la medicina sueler enfrentarse a personas enfermas en un entorno altamente tecnológico como es el hospital. En particular, los pacientes en la UCI con un diagnóstico de muerte cerebral se encuentran en una situación que no sería posible en la naturaleza y que no tiene parecido con lo que estudia la biología. 

En esta búsqueda de claridad conceptual, navegamos por los confines de la vida y la muerte, la filosofía, la medicina y la ciencia. A medida que profundizamos en el fascinante mundo de la filosofía de la medicina, descubrimos que las respuestas no son sencillas, pero vale la pena buscarlas. Como ocurre con la Odisea de Ulises, no solo importa el destino, sino también el camino, aunque éste sea largo y tortuoso. Este debate sobre las funciones no es solo un ejercicio académico; tiene profundas implicaciones para cómo entendemos la vida y la muerte en el mundo moderno.

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