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Montero Glez: “El problema de la gente de la literatura es que no tiene contacto con otras disciplinas, o es un contacto flojito”

Montero Glez.

Alejandro Luque

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Con Montero Glez (Madrid, 1965) nunca se sabe dónde acaba la realidad y empieza la fantasía. Los personajes conocidos que asoman en sus libros, de Camarón o Rancapino a Chet Baker, se mueven en ese territorio ambiguo donde la anécdota y la ficción se confunden. Él mismo lo asume: “Yo me dedico a pervertir la verdad, lo real”, dice, y cita de corrido el comienzo de El pozo de Juan Carlos Onetti: “Se dice que hay varias maneras de mentir; pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, ocultando el alma de los hechos. Porque los hechos son siempre vacíos, son recipientes que tomarán la forma del sentimiento que los llene”. Y eso es lo que hace, una vez más, en La vida secreta de Roberto Bolaño (Navona), su nuevo libro.

“Onetti definió así a qué nos dedicamos los contadores de historias. Todo lo demás, explicar la carpintería de los relatos, no me interesa”, afirma este madrileño y gaditano de adopción, actualmente embarcado en un nuevo proyecto por tierras gallegas. La alusión en el título a Roberto Bolaño está vinculada a una de las piezas del libro, un juego de espejos con Arturo Belano (el protagonista de Los detectives salvajes) cobrando vida, pero, ¿conoció Montero al chileno? ¿Cuál es su verdadera opinión sobre él? “Me interesa su persona. Me parece un tipo entrañable, muy dulce, eso se ve en cualquiera de las entrevistas con él que hay en Youtube. Y, como escritor, lo aprecio sobre todo como poeta. Como narrador, no tanto”, dice.

“En este caso me puse como modelo El perseguidor de Julio Cortázar, esa primera persona que es un crítico de jazz y narra la historia de Johnny Carter, trasunto de Charlie Parker”, prosigue. “Pero lo hace con envidia. A mí me apetecía también crear esa distancia entre el personaje de Belano y su creador, Bolaño, y marcarla con el mismo trasfondo de envidia. Como si le dijera: «Yo me he pasado la vida escribiendo y tú triunfas en todo el mundo, pero lo haces peor que yo»”.

La universidad del flamenco

Pero Montero Glez no solo se mueve entre la realidad y la ficción. También le gusta vulnerar las fronteras entre géneros, de modo que los relatos de La vida secreta de Roberto Bolaño están interactuados y funcionan como novela. “Forma parte de mi vida, me gusta no saber qué son. Todas las piezas tienen que ver unas con otras, y todas juntas forman una unidad. Si quitas una, el conjunto se queda cojo. Otra circunstancia es que el libro empieza y termina en Tánger, recordando a Mohamed Chukri, a quien Javier Reverte me presentó en el Negresco y nos hicimos amigos. Me pareció un tremendo narrador, uno de los mejores”.

Los personajes reales, vivos o muertos, no paran de nutrir la prosa del autor de Sed de champán, Manteca colorá, Pistola y cuchillo o Carne de sirena. “Ahí están Ceesepe y Luis Claramunt, ”que tenía un estudio en la calle Montera y yo me iba a pasar el tiempo allí. He intentado rodearme de pintores, de músicos o bailarines para aprender, para ver si se me pegaba algo“, asegura.

El flamenco siempre está presente a su alrededor. Esta vez su modelo para uno de sus relatos es el cantaor Agujetas, “a quien conocí en Casa Patas de Madrid, fue él quien inauguró el salón de actuaciones. El cartel que le hizo Ouka Leele, con esos dientes de oro y esas cicatrices en la cara, es inolvidable”, recuerda. “Hace 30 años dejé Madrid, donde crecí y estudié, y me marché a Cádiz. Pero antes viví la Movida y la posmovida más auténtica, que fue el flamenco que vino de La Latina, de Tirso… Recuerdo a mi amigo Ray Heredia pidiendo cintas de Talking Heads, de Matt Bianco. Madrid floreció. Y luego estaba el Candela, que aunque yo pasé por la universidad para estudiar periodismo, mi verdadera universidad fue su cueva. Allí Rubem Dantas me enseñó que el ritmo y la melodía van unidos, y por eso mis frases tienen un mecanismo rítmico. Si me hubiera quedado en la literatura, leyendo a Shakespeare, habría sido mucho peor de lo que soy. Eso es lo que le pasa a la gente de la literatura, que no tiene contacto con otras disciplinas, o tiene un contacto flojito”.

Sociedad del espectáculo

En la andadura de Montero tiene también su protagonismo el Café Gijón, “que es lo que Guy Debord llamaba la sociedad del espectáculo. Pero cuando llego, yo ya estoy hecho como literato. Lo hice por mi amigo Alfonso, el cerillero, que me vendía mis cuentos, junto con el tabaco y la lotería, impresos con las resmas de imprenta, los grapaba y hacía tiradas de 100 ejemplares. Le preguntaba a quién les había interesado, y me decía que a Manuel Vicent, a Paco Umbral… No había internet, no había foros, ni redes sociales. La manera de entrar en el mundo era moviéndote tú, buscándote la vida. Y en aquel momento, el lugar era allí”.

Ahora, paseando ante el mar gallego, asegura no tener whatsapp “ni siquiera teléfono móvil de esos zapatófonos, el mío solo es para llamar y recibir. No me gusta estar mucho con los cacharritos. Escribo poco y luego paso a computadora, entonces me pego un garbeo por Twitter y ya. No quiero estar todo el día ahí metido. No tengo coche, pero sí una piragua. Mi sistema nervioso necesita el deporte, y de pasar todo el día sentado se me pone la próstata como un melón. Necesito moverme”.

¿Y ha probado ya con la Inteligencia Artificial? “El nombre está mal empleado, ojalá fuera inteligencia”, corrige. “No me creo nada, son burbujas. Y desconfío de ellas, porque ya soy muy viejo”.           

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