ENTREVISTA
Pere Gimferrer: “Escribir en catalán no puede ser un acto de patriotismo lingüístico”
Pere Gimferrer (Barcelona, 1945) vuelve tras cuatro años de silencio poético con Tristissima noctis imago (Vandalia), un breve tomo que presenta este martes en Sevilla y en el que por primera vez en su trayectoria junta poemas en castellano y en catalán. No es una declaración de intenciones, avisa, sino que a veces el poema le llegaba en catalán no le veía sentido intentar traducirlo. El también editor, ensayista y narrador asegura que no es de esos poetas “como si fueran albañiles” que escriben cada día, y asume con naturalidad que sus poemas no se comprendan porque lo que busca es que sus versos tengan un sentido poético más que lógico. De hecho, en su nuevo poemario hasta ha intentado que los versos no tuvieran ningún verbo...
Es su primer poemario en cuatro años, ¿a qué se debe este paréntesis?
Bueno, cuatro años son menos de lo que parece. Son bastante en sí mismos pero otras veces he hecho separaciones más largas, lo que pasa es que ha quedado enmascarado siempre porque he publicado ensayo y alguna cosa de narrativa y todo. Y si se mira el libro, hay un poema bastante largo de 2018 y dos de 2021, los restantes son todos de primavera de este año.
¿No ha sido entonces la travesía de un desierto poético?
Uno no sólo tiene respuesta en la poesía. Hay personas que respeto y que son algunos poetas muy buenos, como Neruda o como el catalán Brossa, que escribían cada día como si fueran albañiles, pero no soy de esos. A veces escribo poesía muy seguida, cuando la escribo pueden ser muchos días seguidos, pero luego puedo pasar mucho tiempo sin escribirla porque eso requiere un proceso que no depende de mí, depende de una germinación que yo no noto hasta que se produce.
Hay personas que respeto y que son algunos poetas muy buenos, como Neruda o como el catalán Brossa, que escribían cada día como si fueran albañiles, pero no soy de esos
¿Por qué la elección de un título que transmite una cierta melancolía?
Es un título que me costó mucho encontrarlo, no porque no conociera de memoria el poema y el verso de Ovidio, sino que yo tenía que encontrar algo que me gustara como título de poesía y que no podía ni debía ser, puesto que había poemas en ambos idiomas, ni en castellano ni en catalán. Y no caer en poner un título que habría sido más fácil en inglés o francés, eso lo hago con poemas, pero nunca lo he hecho con libros. En realidad ni el libro es tan triste ni habla de una noche de imagen tristísima, pero el título tiene dos ventajas: uno, que me dicen que suena bien aunque no sepas latín, en el sentido de que el lector al menos en parte entiende de qué va, y luego que el poema al final es muy bueno. Soy consciente de que el lector no ha estudiado latín, yo estudié 14 años y todavía lo puedo hablar, por eso pensé que si eso era comprensible y sobre todo si no eran palabras herméticas ya me bastaba.
El título puede no ser muy hermético, pero no es fácil interpretar el significado de los poemas...
Es que justamente esa es la intención. Lo que más trabajo me dio era lo que en otro tiempo llamaban la quintaesencia, es decir, comprimir de modo que los versos, en la medida de lo posible, no tuvieran sentido lógico pero sí poético, y que si podía no tuvieran tampoco verbo alguno. Esto, sin embargo, está lejos de ser nuevo.
¿Qué busca entonces, evocar imágenes?
La idea es tratar las palabras como el color y los volúmenes en la pintura, o los sonidos en la música. La música es una organización del tiempo, crea un tiempo que no existiría sin la música. La poesía es lo mismo respecto al habla. Y la mayoría de las veces los poemas más famosos, los versos más que los poemas, si los analizas no quieren decir lo que parecen querer decir, pero la verdad poética supera a la lógica. Es como aquella anécdota de Ravel con Mallarmé, que decía que le faltaban ideas, y le respondió que lo que le faltaban eran palabras, que los poemas se hacen con palabras.
¿No le supone entonces ningún trauma que el gran público no entienda sus poemas?
Bueno, alguno hay que sí se entiende, creo difícil que al menos un lector contemporáneo andaluz no entienda el de María Victoria Atencia. No la nombro, ni a Málaga siquiera, pero creo que se tiene que entender. Esto ya se ha hecho, y sobre todo hay un espejismo: lo que nos impresiona de unos ejemplos muy altos –yo no aspiro a eso– en los versos de Dante o la pintura de Velázquez es algo que no tiene mucho que ver con lo que están contando. Y este es el tema verdaderamente, ¿Velázquez como persona es opaco o sólo está en su pintura?
¿Entonces escribe para usted mismo, no para el gran público?
Yo escribo con una finalidad muy concreta, crear un tipo de relación de las palabras que se distingan por completo del uso de intercambio utilitario, lo que Elliot llamaba los sonidos que emiten los usos humanos en su necesidad cotidiana de comunicación, que nos dé otro sentido que no dependa de la lógica, sino del sonido y la semántica. Eso se puede conseguir si el lector no se empeña en encontrar en eso un argumento externo. Ya decía André Breton que el argumento externo es algo que en arte no tiene mucho sentido, aunque parezca haberlo en mucho arte.
¿Como lectores nos empeñamos en buscar un significado a cosas que no lo tienen?
Sí lo tienen, pero no está en la historia lógica de la sintaxis, sino en las resonancias semánticas y sonoras de la palabra. Es un tipo de relación que no puede establecerse más que en la poesía.
¿El hecho de generar una sensación, de crear una imagen en el lector, ya es una satisfacción para el poeta?
Decía Miró, el pintor, que hay que dar al lector lo que llamaba un choque, pero no reaccionar. Y es lo que proponía cada vez más en su pintura, porque pasó de hacer una pintura más figurativa a una que no es que fuera abstracta, tenía su argumento, pero que sólo tenía lógica en el mundo de la pintura de Miró. Y hay que dar el choque. Él hablaba muy poco y se expresaba por gestos.
Volvemos a la sensación de melancolía del libro, ¿era lo que buscaba?
Bueno, eso es inevitable. Melancolía la hay, pero no más que en cualquier otro libro de muchos escritores que escriben a esa edad porque han llegado a un punto en poesía y en la vida. La idea es separar una fracción de tiempo y profundizar, pero de un modo distinto al del lenguaje lógico.
En este libro es la primera vez que une poemas en castellano y en catalán.
Sí, pero eso no es nuevo en la historia. Me venía una idea en catalán y era absurdo traducirla, aunque yo sé, por otro lado, que Justo [Navarro, traductor al castellano de los poemas en catalán] mejora la base original porque no parte de cero. Pero esto tiene tradición, no me parece nada raro al menos en lo que resulta a la poesía. El propio Galdós dijo que el catalán va muy bien para la poesía. Es poco conocida la verdadera historia de las relaciones entre el catalán literario y el castellano literario, que son muy anteriores a cuestiones políticas. La poesía va por otro lado, y en los certámenes, no sé si por amor a la poesía, van muchos poemas en gallego y en catalán, junto a los de castellano y junto a los de asturleonés incluso.
Ahora estoy en un momento en el que me he de cuidar mucho. En literatura no lo tengo tan claro, pero en el cine personas de mi misma edad han sido, después de una obra muy extensa, incomprendidos
En el contexto político que vivimos desde hace años, ¿es una declaración de intenciones el hecho de publicar un poemario en castellano y en catalán?
Los idiomas en principio, como dijo el otro, no delinquen. Moreno Cabrera tiene la tesis de que el nacionalismo lingüístico es una ideología destructiva, pero cualquiera de ellos, no se refiere sólo a los minoritarios sino a los mayoritarios también. Eso hay que relativizarlo, hasta Góngora tiene un soneto en cuatro idiomas. Desde el punto de vista cultural, escribir en catalán no puede ser un acto de patriotismo lingüístico. Puede ser eso y puede no serlo, pero no puede ser un vehículo patriótico.
En 2023 se cumplen 60 años de la publicación de su primer poemario, El mensaje del tetrarca, ¿le produce vértigo?
Ahora estoy en un momento en el que me he de cuidar mucho. En literatura no lo tengo tan claro, pero en el cine personas de mi misma edad han sido, después de una obra muy extensa, incomprendidos. El caso más clamoroso fue la incomprensión absoluta que cayó sobre Chaplin a mi misma edad con una película hoy totalmente rehabilitada, La condesa de Hong Kong, que en su día sólo le gustó a Éric Rohmer, que era crítico entonces. O como le pasó a Howard Hawks con Río Lobo o al Gertrud de Dreyer, que ahora parece un gran clásico, pero la gente se olvida de lo que costó que se aceptara esa película porque el protagonista era como el Alfredo Landa danés. Lo de Chaplin fue más horroroso, porque no tuvo tiempo de ver la resolución de una película que es emocionante, aunque cuando le dijeron que no gusta contestó “que se jodan, peor para ellos”. No se inmutó.
¿Eso significa que le preocupa la interpretación que se haga de su obra a partir de ahora?
Bueno, tampoco nos engañemos, el Tetrarca en su tiempo fue muy poco entendido, hasta el punto de que, a pesar de que otros fueron favorables, entenderlo del todo sólo lo hizo Álvaro Cunqueiro, en un artículo extraordinario en El Faro de Vigo. No fue un libro fácil.
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