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Gustav Draëger, el espía nazi que dinamitó el Tercer Reich desde Sevilla

Única fotografía obtenida de Gustav Draëger, facilitada por el Archivo Histórico del Ministerio de Exteriores alemán.

Juan-Carlos Arias

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No pocas veces la realidad supera la ficción con historias dignas de épicas novelas. Esta historia tiene que ver con Sevilla como uno de los principales vértices del espionaje nazi durante la Segunda Guerra Mundial; con la connivencia del nazismo y fuerzas vivas de la ciudad antes y después de la Guerra Civil y, sobre todo, con un nombre: Gustav Draëger. Un personaje que británicos y estadounidenses consideraron el mando del espionaje nazi en el suroeste español y cuya única foto ha sido proporcionada recientemente a este autor por Gerhard Keiper (del Archivo Histórico del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán). Un personaje que, según el historiador Carlos Font, creen que estuvo detrás de la muerte del pacifista y antinazi Otto Engelhardt, y detrás de un episodio en el sur de Europa que, para el historiador Juan Ortiz Villalba, marcó un punto de inflexión en la lucha contra las tropas de Hitler.

Pero todo empieza con la llegada de Draëger a Sevilla en 1920. Él era un ambicioso joven buscando un futuro prometedor desde Podejuch-Stettin (Pomerania, entonces Alemania; hoy Polonia) donde nació en 1895. Se afincó en el barrio del Porvenir, cerca del Colegio Alemán y del Consulado, en una colonia alemana muy crecida durante la Exposición Iberoamericana en 1929 con maestros cerveceros en Cruzcampo, ingenieros, profesores, mecánicos, financieros y empresarios.

Draëger fue ejecutivo de Baquera, Küsche y Martín SA (Bakumar), importante consignataria, naviera y agencia de aduanas fundada en 1847 con sucursales en los principales puertos españoles. Sus clientes eran empresarios alemanes con negocios en España. Allí conoció a Christoph Fiessler Baeuerle, empleado de Bakumar, reclutador del FTA (Frente del Trabajo Alemán) y del Partido Nacionalsocialista (NSDAP) desde 1934, cuando Draëger fue nombrado cónsul hispalense. Desde su cargo, domicilió el consulado en un palacete de la calle Fabiola (en el barrio Santa Cruz) donde operaría durante toda la etapa nazi: de 1934 a 1945.

Pero el verdadero poderío de Draëger comenzó el verano de 1936. El general Queipo de Llano lideró el golpe de Estado franquista contra la II República desde el sur. Sevilla fue la plataforma desde donde las tropas “africanistas” avanzaron por Andalucía hacia Extremadura y Castilla. Con Queipo y sus subordinados Draëger trabó amistad, aunque era extremadamente discreto, según demuestran biógrafos del General golpista. Estas mismas fuentes explican que fue esencial para facilitar la ayuda nazi a Franco. También su esposa, Isabel Lapke, fue una “imprescindible”, según crónicas del diario ABC en la Sevilla de Queipo.

Era tal la influencia de Draëger ante Queipo que mediante una lista de aliadófilos y antinazis que elaboró el consulado alemán realizó ejecuciones durante la dura represión durante y después de la Guerra Civil. Lo describe el historiador y profesor universitario Juan Ortiz Villalba en el libro Del golpe militar a la guerra civil (RD Editores, 2006). En aquella lista se sospecha que estaba el nombre de Otto Engelhardt de los primeros.

Otto Engelhardt, el cónsul alemán que condenó al nazismo

Porque Engelhardt era de todo menos cómodo para el nuevo régimen nazi. Cuando llegó Hitler al poder renunció a cargos y condecoraciones alemanes, se hizo ciudadano español y en 1934 escribió Adiós Deutschland, texto premonitorio sobre la barbarie del Tercer Reich. El que fuera cónsul alemán hasta 1919, cofundador de la Compañía Sevillana de Electricidad y primer director de Tranvías de Sevilla se convirtió en clara diana de la Gestapo andaluza. Y aquí entra Draëger en escena, presionando a José Laguillo (director del periódico El Liberal) para que Engelhardt no publicara más artículos en pro de la paz y la concordia y en clara confrontación con el fascismo.

En septiembre de 1936, tras ser dado de alta de una flebitis en el Hospital Central (hoy Parlamento de Andalucía), Engelhardt fue fusilado y su cuerpo aún hoy está desaparecido. Se cree que fue arrojado a la fosa Pico Reja del cementerio de San Fernando, donde algunos indicios apuntan que también puede estar enterrado el padre de la patria andaluza, Blas Infante, y donde ya se está excavando para identificar los restos de los que allí fueron enterrados.

Una de espías: tras los pasos de Draëger

La relación de Draëger con el nazismo es más que evidente. “Don Gustavo”, según cuenta José María Irujo (La Lista Negra, Aguilar 2007) frecuentaba la Embajada alemana en Madrid. Allí reportaba sus misiones a Joannes Bernhartd y Reinhardt Spitzy, responsables del espionaje y de la SS respectivamente.

La inteligencia británica (SOE-MI6) y estadounidense (OSS, precedente de CIA) personificaron en Draëger el mando del espionaje nazi en el suroeste español. Especialmente desde que comenzó la II Guerra Mundial (1941-1945). El espionaje germano en la IIGM destacó a cientos de agentes en las provincias de Sevilla, Huelva y Cádiz. Se calcula que casi 3.000 de la Kriegsorganisationen (KO-Spanien) operaban en España, la de mayor envergadura del espionaje alemán de toda Europa, según Wayne Jamison (Esvásticas en el Sur, Editorial Círculo Rojo).

El espionaje aliado durante la IIGM seguía los pasos de Draëger en una España oficialmente neutral. Sus agentes vivían en hoteles (Venecia, Simón, Majestic –hoy Colón– y Alfonso XIII) y en pisos de la colonia angloparlante sevillana. Sus coberturas eran periodistas o ejecutivos de la real Rio Tinto Mining (SOE-MI6) o ficticia American Oil (OSS). Los norteamericanos usaron también agentes de Pinkerton Detective Agency, aunque fingían ser inversores en una España devastada.

Por su parte, KO Spanien operaba desde Madrid con sociedades instrumentales (Compañía General de Lanas, Sofindus…). Agentes del KO Spanien en Sevilla se repartían en pisos del centro, Porvenir y dos hotelitos de Heliópolis. Desde allí salían diariamente tras desayunar en el Avelino.

Es más, el espionaje nazi trajo a Sevilla la más moderna encriptadora (Enigma). Construyó antenas con canal propio de radionavegación que instalaron en 1941 soldados germanos para integrar el sistema CONSOL, bendecido por el General Franco. Las antenas se ubicaron en Guillena, y alguna tuvo 112 metros. Tenían el posicionamiento vanguardista Electra-Sonne o 'sol eléctrico' que las conectaba con otras emisoras y antenas del espionaje nazi en territorio español, portugués y norteafricano.

La Operación Mincemeat (Carne Picada)

A las 7.30 horas del 30 de abril de 1943 el pescador José Antonio Rey acudía, como cada día, a la playa onubense El Portil. Encontró algo inesperado: un cadáver uniformado del ejército británico flotaba con un maletín esposado a una mano. Era el prólogo del mayor engaño aliado a los nazis durante la IIGM. Aquel pescador activó la 'Mincemeat Operation', ideada por Ewen Montagu desde el Almirantazgo.

El ingenioso plan consistía en hacer creer a los espías alemanes, muy activos en la zona, que el cadáver del Comandante de Royal Marines William Martin portaba documentos secretos del desembarco en Grecia y península balcánica de los aliados para reconquistar Europa. El cadáver lo arrojó al mar el submarino Seraph cerca del litoral onubense.

A Adolf Clauss, agente subordinado de Draëger en Huelva, le informó la Guardia Civil de tan insólito hallazgo. Testigo de la autopsia, gracias a su amistad con autoridades locales, fotografió uno a uno los documentos del maletín del ahogado. Luego lo reportó a su jefe.

Draëger validó a Martin. Tragó la “carne picada” y avaló –por su cargo– el engaño británico. Días después, Hitler ordenó al mariscal Rommel desplazar tropas a Grecia, y no a Sicilia, donde finalmente desembarcaron los Aliados. William Martin cambió el curso de la IIGM con el sello de Draëger. Y todo desde Andalucía.

El escritor José Manuel García Bautista concluye que “en Sevilla se gana la guerra en el Mediterráneo”. Lo reitera en su libro Nazis en Sevilla (Editorial Absalón 2012). Añade que “Clauss y Draëger se lucieron”. Ambos, dice, “aportaron su mal tino en la caída del Tercer Reich”.

Leyendas y verdades de 'Mincemeat'

Una tumba, con lápida cuidada, en el cementerio de Huelva desde 1943, alberga certezas, leyendas y misterios. Aunque la identidad de Glyndwr Michael que figura en el panteón sería, en realidad, el cuerpo de William Martin el que allí reposa. Pero todo sería tan falso como los papeles del Comandante de los Royal Marines. En 1953 Ewen Montagu publica un libro revelador: The Man who never was (el hombre que nunca existió). Lo llevó al cine Ronald Neame e interpretaron Clifton Webb y Gloria Grahame.

Sorprende que la inteligencia británica consienta publicar un relato veraz de una operación reciente, solo de diez años antes. Jesús Copeiro y Enrique Nielsen llevan años descreídos sobre Mincemeat. 'William Martin. Crónica de la operación Carne Picada' (Editorial Niebla, 2017) es su obra e insisten en que el británico no está en el cementerio onubense. Sería transportado por un submarino alemán, desde Huelva hasta la base nazi de La Spezia (Italia). Allí una segunda autopsia acreditó la muerte por inmersión. Según Nielsen & Copeiro hubo un submarino alemán, el U-616, cerca de Huelva a primeros de mayo de 1943.

Cada año –desde 1944– hasta su fallecimiento en 2019, Isabel Naylor, hija de un ejecutivo de las minas de Río Tinto, llevaba flores a la tumba de Martin. Para ella, este hombre salvó miles de vidas en IIGM.

El ocaso del espía-empresario

La decadencia del poder de Draëger llegó con el final de Guerra. La desbandada nazi comenzó en 1944. Antes de cesar de cónsul, Draëger emitió pasaportes y visados para refugiados nazis de Europa, como atestigua García Bautista en su referida obra. De hecho, informes de aliados consultados por este diario establecen nexos sevillanos con la red ODESSA, la trama que los expatrió a países iberoamericanos tras IIGM desde Algeciras y Tánger.

Draëger fue despedido de la empresa Bakumar pocos años antes de su desaparición y se refugia en su finca 'El Capricho', en Sanlúcar La Mayor. Allí alojó a conmilitones. Aparece con nº 21 en lista de 104 nazis reclamados a Franco como 'Cónsul alemán en Sevilla y jefe del Servicio de espionaje militar en el suroeste de España'. Lo pedía el Consejo de Control Aliado en 1947.

Al desvelarse esa lista negra, según obra de igual nombre del periodista José María Irujo, se confinó a Draëger en el balneario catalán de Caldes de Malavella. La mano de Queipo evitó la pretendida deportación a la Alemania vencida, explica Irujo, aunque avalada por el mismísimo Franco. A finales de los cuarenta, volvió a Sanlúcar. La Guardia Civil se presentaba, semanalmente, para comprobar si estaba en la finca. En un reportaje posterior, Irujo preguntaba a una hija de Draëger, Margarita Neuer (suprimió de su identidad el apellido paterno), si su padre era espía. Ella admitió que “Iba a Cádiz y en la bahía subía a los submarinos alemanes y les proporcionaba alimentos”.

Gustav Draëger falleció por una estenosis de coronaria en abril de 1957. Residía en la calle Isabela (Porvenir). Su parte de defunción alberga identidades alteradas, al españolizarse su nombre de pila y el de su esposa. Su tumba, descuidada, en el cementerio de San Fernando, está en área de “no creyentes”. Don Gustavo, ironías de la historia, reposa junto a comunistas y ateos. Su lápida colinda con el cementerio hebreo. No muy lejos, sin que nadie sepa dónde honrarlo, reposa Otto Engelhardt.

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