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María Iglesias: “Cuando de madrugada llega una lancha con refugiados a la playa, te sientes ridícula con tu bolígrafo y tu libreta”

Desembarcados en la isla de Lesbos, del documental 'Contramarea' /Foto: Carlos Escaño

Charo Solís

Sevilla —

María Iglesias (Sevilla, 1976) se autodefine como “periodista a la que le gusta escribir” y, en un ejercicio transfronterizo entre el periodismo y la literatura, ha concebido El granado de Lesbos (editorial Galaxia Gutenberg)(editorial Galaxia Gutenberg) una crónica en primera persona de su experiencia en la isla griega escenario de la llegada masiva de refugiados en 2016. El libro tiene su origen en el documental Contramarea, que fue el proyecto con el que se tropezó, le atrapó y lanzó a una aventura profesional inesperada pero que le ha servido para “reencontrarse” con el periodismo.

¿Cómo llega a Lesbos?

En aquel momento estaba a la expectativa y en plena búsqueda de una historia. Me plantearon hacer el documental y vi la oportunidad de contar y vivir una realidad de impacto internacional a pie de playa. A pesar de mis circunstancias personales, con tres niños pequeños, las laborales me empujaron y me embarqué casi sin pensarlo. Me lié la manta a la cabeza y me fui diez días en 2016. Por no conocer, no conocía ni al equipo de rodaje del documental ni tampoco a los bomberos de Proem-Aid, que luego acabarían siendo juzgados y absueltos dos años después, el capítulo con el que se cierra el libro y que fue el motivo del segundo viaje en 2018.

¿Por qué contar lo que vivió en primera persona?

Defiendo el periodismo como género literario. Me permitía así contar los hechos vividos con la mayor intensidad y ritmo. No es una crónica periodística, es una historia apasionante, contada para enganchar y que se lee casi como una novela. También así pierdes el filtro y la coraza. Cruzas la frontera del activismo. Es difícil no hacerlo. Cuando por primera vez estás en la playa y ves llegar una lancha con gente aterida de frío y encogida por el miedo, te ves ridícula y fuera de lugar con tu bolígrafo y tu libreta. Los guardas en el bolsillo y empiezas a moverte con los demás voluntarios, como en una coreografía, y aprendes rápido a seguir instrucciones, cómo cortar las mantas térmicas, que hay que cubrirles con ellas por el lado dorado. Es difícil no implicarse cuando las personas a las que has socorrido y abrazado en la playa luego las vuelves a ver. Mitilene, la capital de Lesbos, es pequeña, te los encuentras, hablas y se establece una relación.

Y cuenta la historia a través de las vidas de esas personas que huyeron

Ellos querían hablar. Los refugiados quieren que se sepa su historia y no dudan en contártela. Por eso lo he contado con sus nombres y apellidos, para llegar a la piel de la gente. No puedes quedarte impasible y por eso quise desde las emociones llegar hasta la conciencia. También busqué que esta experiencia privilegiada sirviera para transformar la culpabilidad, que es paralizante, en responsabilidad.

Hay quienes hablan de levantar muros en Ceuta y Melilla y que los sufrague Marruecos. Desde la experiencia vivida en Lesbos, ¿qué les diría para convencerles de lo contrario?

La mejor forma de deshacer prejuicios es propiciar el encuentro directo y dar voz a los protagonistas. Dejar a los inmigrantes que hablen, entrevistarles y que expliquen su situación. Pero más que tener fe en que personas con ideas retrógradas vayan a dejar de ser racistas, lo que más me preocupa es que haya partidos que, por miedo a las consecuencias electorales, no estén defendiendo de manera tajante los derechos humanos y se estén dejando llevar por ese tipo de discursos y hablen, por ejemplo, de devoluciones de menores o de promoción de retornos voluntarios. Así, lo que se acaba identificando es inmigrante con malo. Ese discurso los grandes partidos se lo trasladan a la sociedad, mezclan inmigración y terrorismo internacional, cuando es precisamente gente que huye del terrorismo. Con las vallas lo que se alienta es el miedo, porque en números reales no son tantos los que llegan. Es curioso porque cuando estábamos en Lesbos se anunció el acuerdo de la Unión Europea y Turquía del cierre de la frontera a los refugiados de Oriente Próximo. Los bomberos y yo, sin ser analistas ni expertos, intuimos la deriva xenófoba que se avecinaba y que esto se iba a utilizar. El Brexit, atentados yihadistas, la llegada de Trump, los refugiados y la inmigración en el Estrecho de Gibraltar. Es como un círculo.

La economía europea necesita de los migrantes y los europeos los señalan como su principal preocupación.

Les necesitamos. Y el desafío que afrontan estas personas, que huyen de la guerra o vienen para buscarse una vida mejor, es el mismo desafío al que se enfrentan muchos españoles que se van a otros países. Por eso, urge un cambio de modelo productivo y que la gente pueda vivir de su trabajo.

Los inmigrantes se la juegan pese a saber que pueden encontrar las puertas cerradas.

Quienes se arriesgan son jóvenes de clase media, que son los que tienen recursos económicos para intentarlo. Son los más preparados. Es una juventud que no tiene ya nada que perder. Tienen vitalidad y sueños, y no se les ofrece nada. Viven con desasosiego por la falta de perspectivas. Me da mucha pena porque escapan del Daesh, de la guerra, de la pobreza, del hambre y cuando llegan a Europa te dan las gracias nada más bajarse de la patera. Ellos creen en la democracia y en los derechos humanos. Lo que ven en Europa lo quieren para sí y, sin embargo, se dan de bruces como la aporofobia, con el racismo y con violencia institucional de los campos de refugiados, porque hoy en Moria son 9.000 las personas que están allí confinadas, cuando en 2016 eran 3.000.

En el juicio de los bomberos de Proem-Aid, hace justo un año, la clase política andaluza se sumó a su causa. ¿De qué sirvió?

Creo en la crítica constructiva. El juicio fue emocionante y lo vivimos con mucha tensión porque lo que iba a ser sencillo en un principio, no lo fue tanto. La Físcalía fue muy incisiva, no entendíamos nada, porque el juicio era en griego. Rosa Aguilar, entonces consejera de Justicia e Interior de la Junta, testificó en su defensa. Por un lado, sentí el orgullo de que mis responsables políticos estuvieran dando la cara por algo que era justo y defender los derechos humanos. Pero eso no me impidió que luego le preguntara a la entonces consejera sobre la inauguración de la exposición sobre los Omeyas en Córdoba agasajando al presidente de Siria, Bachar al Asad, en su etapa como alcaldesa de la ciudad. No fue para hacer daño, sino para que hiciera autocrítica sobre las consecuencias de la política internacional española en relación a países de Oriente Próximo, que provocan migraciones y que unos bomberos se acaben jugando el tipo años después. También los apoyaron porque había una gran respaldo social a su causa.

¿Y después?

La clase política no puede limitarse sólo a legislar, tienen que volcarse en la cooperación internacional, en favorecer la creación de empleo en los países de origen. Unos no quieren inmigrantes, pero ellos tampoco quieren irse de sus países. Ellos no quieren que se les impongan idiomas, que se les quiten los caladeros pesqueros, que se esquilmen sus recursos, que se les impongan en su comercio países como socios prioritarios. Pero si no pueden y no tienen alternativa, huyen. Me gustaría instar a los políticos a adquirir un mayor compromiso con la acogida y el cumplimiento de la legalidad internacional. El compromiso no se puede quedar en un gesto como la acogida de uno o dos barcos.

El granado de Lesbos también le ha servido para reconciliarse con el periodismo

Ha reactivado mi lado periodístico y me he reencontrado con esta profesión. He querido aprovechar el valor que tiene como altavoz y demostrar su utilidad. Una utilidad que no se puede medir en clickbait, pero sí en el compromiso. Porque lo que te cuenta la gente es que ha perdido un hijo, la reunificación de su familia, su sufrimiento, su pérdida. Mi granito de arena es poner voz a la gente que ha sufrido. He visto lo más terrible, y eso me acompañará siempre, pero también he conocido gente buena. Si después de escribirlo, logro más empatía o que en alguna cabeza cambie un chip, mejor.

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