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Alberto Menjón: “Elegí ser pianista porque me veo desarrollando mi profesión con 80 años”

Acaba de recibir un premio de gran prestigio en el mundo de la música, y concretamente del piano que, además, no se celebraba desde hace 16 años. ¿Qué ha significado este reconocimiento para usted?

Me siento honrado de que el jurado decidiera, además por unanimidad, concederme este premio. Un certamen que, como bien dice, llevaba mucho tiempo sin ser organizado y que en esta edición se ha internacionalizado, lo que hace que me sienta todavía más afortunado.

¿Cuándo y por qué comenzó Alberto Menjón a tocar el piano?

Creo que tocaba el piano casi desde que nací. En casa había uno, era de mi padre, que también comenzó a estudiar piano cuando era niño, pero no tuvo la oportunidad de desarrollar su carrera como sí que he podido hacerlo yo. Siendo muy pequeño me dedicaba a repetir en el piano las melodías que escuchaba en casa. Un día debí de tocar algún fragmento reconocible, sin que nadie me hubiera enseñado, y mis padres decidieron llevarme a clases de piano. Tenía cuatro años. Desde entonces, no he dejado de tocar.

¿Se ve para siempre tocando el piano o le gustaría probar en otro ámbito de la música?

Me llama la atención la dirección de orquesta, pero en cuanto a otros instrumentos, sinceramente considero que el piano es el más completo, con entidad propia y una suficiencia a la hora de interpretar una obra que pocos o ningún otro instrumento tienen en solitario. ¿Me veo tocando el instrumento para siempre? Por supuesto. Me gusta disfrutar y hacer disfrutar a aquellas personas que quieran escucharme tocando el piano, es mi profesión y me veo desarrollándola el resto de mi vida. Cuando era más joven y tenía dudas sobre si debería estudiar o no otra carrera profesional pensaba: no me veo con 60 años dando clase de matemáticas, pero sin embargo sí me veía con 70 años tocando el piano, aunque los músculos no me permitan interpretar piezas extremadamente virtuosas. Tengo ganas de saber cómo interpretaré cuando llegue a esa edad, más mayor físicamente pero con más experiencia y más conocimiento sobre la música, sobre el instrumento y sobre mí mismo.

¿Quiénes han sido sus referentes?

Todos los profesores que he tenido han sido referentes para mí porque de todos he aprendido. Pero, además, hay dos pianistas que, aunque son muy distintos entre ellos para mí son esenciales porque comparten algo que yo admiro tanto en su forma de interpretar como de vivir la música, algo a lo que yo también aspiro; son honestos en sus interpretaciones musicales y han dedicado sus vidas íntegramente al piano: Arthur Rubinstein y Sviatoslav Richter. De hecho, siempre me ha impactado un vídeo en el que Rubinstein tocaba siendo ya muy mayor, y esa es la imagen que ha aclarado las pocas dudas que he podido tener sobre dedicarme totalmente a la música como profesional, porque me veo así en mi vejez.

Esta pureza y franqueza a la hora de enfrentarse al instrumento le han marcado hasta el punto de elegir la temática de su doctorado, ¿no es así?

En cierta manera sí, por eso he elegido la vida y obra del alicantino Óscar Esplá, una figura muy desconocida, con una obra de una calidad excepcional pero que se vio frustrada por el devenir de la historia. Músico continuador de la estética de Manuel de Falla, que tuvo la mala suerte de, como yo digo, “perder dos guerras”. Salió de España exiliado tras la Guerra Civil, llegó a Europa a trabajar como crítico musical en Bruselas y tuvo la mala suerte de que el periódico para el que escribía, Le Soir, se significase del lado nazi, una mancha que arrastró el resto de su vida y que lastró su carrera como músico. En mi tesis intento hacer justicia a la obra de este compositor español.

Actualmente compagina su doctorado en Nueva York, y también los conciertos en Estados Unidos con las clases que imparte como profesor de piano en el Conservatorio Superior de Navarra. ¿Qué le aporta esta fase de su carrera como docente?

Creo que soy mejor intérprete desde que soy profesor. He sido profesor también en la Manhattan School of Music porque forma parte del programa de estudios del doctorado. Allí he tenido alumnos que son de lo mejor que hay en el mundo en este momento en piano, y eso enriquece. En Pamplona, sin embargo, doy clases a personas que me recuerdan al chico que yo fui, alguien que tiene pasión por este instrumento. La música es arte, se interprete y se enseñe desde donde sea, y eso es lo más maravilloso de todas las artes.

¿Cuál de las dos facetas pesa más en su vida, la de docente o la de intérprete?

Necesito ambas por igual, porque se complementan y me hacen mejor músico. Como he dicho, ser profesor me aporta una visión diferente a la hora de interpretar y me ha hecho crecer. Pero sentarme a un piano y tocar música es vital para mí. Así que seguiré compaginando ambas facetas, si puedo, siempre.

A sus treinta años ha tocado en grandes y pequeñas salas, pero ¿cuál es la que más le ha impresionado?

El Carnegie Hall, donde he tenido el honor de tocar el mes pasado, es una sala legendaria, sin duda. Otra muy especial que me viene a la mente, no solo por la acústica sino por su estética Belle Époque, es la sala principal de la Academia de Música Franz Liszt de Budapest, institución fundada por él mismo. Otra de las salas que impresiona, no solo a mí, sino a todos los músicos que la pisan es la Mozart del Auditorio de Zaragoza. En la puerta de casa tenemos una de las salas más monumentales del mundo y nuestro deber es interpretar la mejor música posible en ella.

Confiesa que la composición no es una opción que le atraiga, pero sí que suele hacer encargos a compañeros y también compañeras.

Sí, es cierto, sobre todo a compañeras a las que conozco y a las que admiro por la música que componen. Es mi manera de visibilizar a la mujer. En las aulas no se nota una desigualdad entre hombres y mujeres, pero en el mundo profesional de la composición quizás un poco sí y sobre todo en las grandes figuras de dirección de orquestas, ahí la balanza se inclina del lado de los hombres. Yo espero y deseo que, con los años, viendo la cantidad de mujeres que se están formando, y partiendo de que el talento y la música no deben tener género, haya muchas más mujeres al frente de la dirección de las grandes orquestas.

¿Qué le queda a Alberto Menjón de aquel niño que pasaba su tiempo libre en Tauste (Zaragoza)?

Quedan muchos recuerdos que me acompañan. El de mi abuelo llevándome al campo, que me parecía entonces inmenso. La sensación de libertad del pueblo. El piano de mi padre en el que ensayaba. Creo que cuando estoy en grandes ciudades como Nueva York busco sentir esa parte de libertad y de inmensidad del campo y por eso me gusta salir unos kilómetros de la urbe y pasear por los interminables bosques y por las playas sin límites de Long Island. Allí recupero parte de la naturaleza que me acompañó siempre en mi infancia.

¿Se ha sentido un niño prodigo?

No, yo diría que no lo he sido, aunque se puede ver así al acercarse a mi currículo y ver que gané mi primer premio con seis años. Pero desde mi experiencia, he sido un niño precoz, que aprendía rápido, y que no se ha visto obligado a estar delante de un piano de forma rígida. He sido muy independiente, es decir, si me apetecía salir a jugar al patio con mis amigos o estar en casa haciendo otras cosas lo hacía. Aunque el piano ha sido una parte muy importante, he tenido una vida como la de cualquier otro niño o niña de mi edad.

Si asistimos a un recital de Alberto Menjón, ¿con qué tipo de música nos vamos a encontrar?

Será un repertorio variado. Habrá música clásica, por supuesto, pero también obras contemporáneas. Me gusta que la música del pasado siglo y de lo que va de este esté presente en mis conciertos. Es algo que se valora mucho en Estados Unidos, y que a mí también me gusta hacer. Sea un clásico o algo novedoso, si la música es buena todo el mundo la entiende.